Alessandra Ferri: “Prefiero decidir con mi corazón”

Una entrevista con la estrella, en Nueva York: luego de su regreso a los escenarios en el Festival di Spoleto, en Italia, en junio de 2013 con la obra “The Piano Upstairs”, de John Weidman, este año se embarcó en “Cheri”, de Martha Clarke, junto a Herman Cornejo, y continúan los proyectos.

miércoles, 09 de septiembre de 2015 | Por Maria José Lavandera

Aproximarse a ella es tan simple como blando, dulce, invitante. Sin embargo, toda ella es también producto de una fuerza que parece advenir de una energía terrenal centenaria. Es una mujer límpida y fuerte, contundente, abismalmente pasional, dueña de una poesía y una intensidad en sus expresiones que puede dejarte sin aliento. Y esta mujer profunda se conjuga, a su vez, con un aura de hada que se eleva de la Tierra y la vuelve etérea, luminosa.

Conocerla me hizo recordar el mar. Ella es, en todo momento, arte emanando en un devenir hipnotizante. Una inmensidad milagrosa, cuya fuerza es bella, magnífica, al tiempo que sutil, delicada.

Alessandra Ferri me recibe con una sonrisa franca y abierta, a un par de horas de entrar a ensayar en el Manhattan Movement and Arts Center, de Nueva York, donde vive actualmente. Comenzamos a conversar. Simplemente. Y la charla fluye dócil, elástica, amorosa, vehemente, honesta. Como, luego dirá ella, suele vivir su vida. Su vida que es su danza, su danza que es su arte, el medio fundamental de comunicación de sí misma a la humanidad. Una identidad que, a los dioses gracias, ella entiende que la define en su esencia y que será imposible de abandonar. Luego de su regreso a los escenarios en el Festival di Spoleto, en Italia, en junio de 2013 con la obra “The Piano Upstairs”, de John Weidman, este año se embarcó en “Cheri”, de Martha Clarke, junto a Herman Cornejo, y continúan los proyectos.

“No sé qué me llevó a la danza. Simplemente quería bailar cuando tenía tres o cuatro años. Creo que nací con esta luz, esta pasión y una misión. Creo que nací porque quería estar en esta Tierra para bailar”. Eso es.

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Repensar la danza

Debate intenso si los hay. Qué le pasa a la danza como arte.

“Soy crítica; también estoy preocupada”, indica, mientras mira fijamente al infinito. Es que la danza, a su criterio, ha adoptado tendencias que la alejan de aquello que le da sentido profundo: la intención de comunicar y contar algo de una forma artística. El despliegue físico y la preparación fundada en el logro de destrezas de índole acrobática, en pos de ganar concursos que premian este tipo de desarrollo, parecen haber tomado la escena de los jóvenes estudiantes de danza a nivel mundial. Y es en estos marcos que, finalmente, el arte pierde terreno para dejarle espacio a la valorización del movimiento por el movimiento mismo, sin más.

Y explica: “Hay un lado muy bueno sobre las competencias, que es que los chicos tengan la oportunidad de conocerse, de observar distintos niveles –medirse-, ganar una beca, pero creo que el problema está en los jueces. Como jurados, es nuestra responsabilidad mantener el nivel artístico. Nosotros tenemos la obligación de decir ‘sí, este chico puede hacer 8 piruetas, ¿y qué? ¿qué hay con eso?¿quiero ver eso en un escenario?’. Creo que como artistas tenemos la responsabilidad de observar el arte y no sólo la parte física o atlética que conlleva la danza. Así es que los chicos tienen a sus maestros empujándolos para que hagan más piruetas, más saltos, más destrezas a la edad de quince, dieciséis años para que les vaya bien en la competencia. Pero ese no es el punto, eso no es bailar. Eso es una suerte de danza competitiva: una performance que recibe un puntaje y tiene que ver más con las Olimpíadas que con la danza. Los bailarines se supone que tratamos de hacer algo diferente, que es comunicar a un nivel superior a través de la danza. De la forma en que la música o la pintura también lo hacen. No se trata de aplaudir a alguien que pueda saltar alto; eso es un truco. Es circo. Y no quiero ser parte de eso”.

Alessandra participó este año del Prix de Lausanne. Ella misma ha sido ganadora de la edición de 1980 de este concurso, aunque continúa escéptica respecto de lo que pueden ofrecer estos eventos al engrandecimiento de la danza como arte, algo que, entre profesionales y maestros, es un gran debate: “Es un concurso que cree en promover el talento, quizás todavía encerrado en un caparazón, que no está aún desarrollado ni listo para ser un profesional, pero sí es talento. Me sorprendió que vi hermosos bailarines que tenían ese talento y que después ni siquiera se arrimaron a la final, bailarines que no podían hacer tremendas destrezas, pero valía la pena observarlos e investigarlos porque son hermosas criaturas con un rico mundo interior que necesita ser expresado. Y eso es lo que finalmente interesa, desde mi punto de vista. Al final los elegidos fueron aquellos listos para unirse a una compañía dado su nivel técnico. Sin embargo, a nivel personal, yo no veía un artista ni una estrella en ellos. Sólo un muy buen bailarín. El mundo está lleno de muy buenos bailarines, hay muchos, pero se supone que queremos nutrir artistas, artistas que puedan llevar el nivel de la humanidad a un plano superior. Esa es mi visión. A veces como bailarina, incluso me siento un poco ofendida mirando algunos espectáculos; me da tristeza ver a lo que la danza ha sido reducida”.

Y para ella, no obstante, esta situación también tiene que ver con un espíritu de época, en que la excelencia tecnológica ha exaltado la herramienta en sí misma sobre la potencia de su utilización: ha dado lugar a una forma de vida rápida, en que la grandilocuencia y la sorpresa de impacto son los valores máximos; la sutileza, el trabajo minucioso quedan perdidos en medio de una brillantez que se torna banalizante. “Creo que es el conocimiento profundo de lo que la danza significa que está perdido. Igualmente creo que esto es parte de un fenómeno mayor: no hay profundidad en el tratamiento de muchas cosas en esta época. Es una fase de la humanidad. Por ejemplo, ¿qué es ‘Don Quijote’ hoy? ¿En qué se ha convertido ‘Don Quijote’? Hoy ir a verlo es básicamente nada. Uno va a ver ‘Don Quijote’ para ver cuántos fouettes es capaz de hacer la bailarina y cuántos saltos y giros hace el bailarín. Todo lo demás está perdido. Todas las funciones se ven iguales. Se hace una lectura superficial del ballet y de su interpretación. De tal modo, ir a ver ballet sólo se vuelve una noche entretenida a la que el público va, toma su copa de vino y olvidan la performance a la mañana siguiente. Así como hubo eras muy ricas, hubo eras más chatas. Esta es una era tecnológica y en este momento estamos experimentando con la tecnología, como parte de una experiencia de vida. Creo que ahora deberemos hacer la transición al momento en que utilicemos la tecnología para relacionarla con cierta profundidad humana. Usarla para comunicarnos en un plano más excelso. No se trata de que uno puede hacer esto o aquello tan livianamente. El mundo ha evolucionado con esta nueva herramienta, que debe estar al servicio de un propósito elevado. Es algo que utilizamos para expresarnos, no para estar atrás de lo que la herramienta como tal puede hacer. De otra forma, ella nos dominará”, exalta la artista.

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Olvidar los pasos…

Y el arte es, desde su perspectiva, aquello que se cuenta con el cuerpo, tomando la técnica como instrumento, elaborada a través de un trabajo constante, serio, consciente… apasionado. “Para mí, la técnica es esencial, esencial, pero es el punto de inicio. Cuando has encontrado la técnica perfecta, es cuando comenzás a ser un artista, porque podés usar la herramienta para decir aquello que quieras decir. El caso es que tengas algo para decir”, explica.

R: Recuerdo una entrevista en la que indicabas que aprendías los pasos para olvidarlos absolutamente después…

A: Tenés que olvidar los pasos. Cuando uno está actuando en teatro y aprendés el libreto, hacés propias las palabras, comprendés su sentido, avizorás qué lecturas subyacen detrás de esas palabras, qué existe en los silencios. Cuando encontrás esos sentidos en vos misma, es cuando comenzás a olvidarlos. Los aprendés para ser libre en la interpretación y es así que algo maravilloso sucederá. De otro modo, sólo estarás recitando y en la danza, sería ejecutar un paso. Quizás tenés un modo hermoso de ejecutar los pasos, pero siempre quedará vacío. Se trata de un trabajo profundo, detallista, conectado con vos misma.

R: ¿Cómo es tu proceso de preparación de un rol?

A: Hay personajes que vienen de la literatura; leo el libro de referencia, pero me gusta leerlo de una forma relajada y no tan cercana a mi interpretación. Quizás unos seis meses antes. Así es que se queda en mí. Luego aprendo la coreografía y tengo de hecho una aproximación bastante fría a los pasos: entreno mi cuerpo para entender cómo moverse, cómo trasladar el peso a mi pierna derecha, izquierda, por ejemplo, de modo que mi cuerpo sepa cómo hacer eso, para que luego yo pueda olvidarme de este tema y despreocuparme. Es entonces que puedo comenzar a indagar en la música, en mis propios sentimientos. Habitualmente confío mucho en mis instintos; algunos pasajes sí son pensados, pero la mayoría no. Es como en la vida, o mi vida, mejor dicho (risas), estoy segura de que habrá otra gente con otros métodos, pero yo soy instintiva absolutamente; no analizo demasiado que ‘si hago esto, pasaría tal o cual cosa’. Me confunde. Prefiero decidir con mi corazón. Una vez que he obtenido toda la información necesaria de una pieza, hago como una sopa con todos los ingredientes y sale (risas).

R: Toda la impronta de tu danza tiene una naturalidad indescriptible…

A: Es que dejo que las cosas sean. También pienso que viene con la experiencia. Sin embargo, en la vida, como cualquiera, nunca somos blanco o negro. Un día te podés levantar, estar de un humor terrible y esa persona sigue siendo vos. O al día siguiente estás sonriente y fantástica. También sos vos. O estás enamorada, enojada, cansada… en todos los casos, sos vos. Y así vivo los personajes. Julieta puede estar muy feliz un día, pero más gruñona otro y no importa. Si tenés la esencia de ese personaje, de quién ella es dentro tuyo, la podés interpretar de tantas maneras como la sientas. Aún es ella.

"The Piano Upstairs". Junto a Boyd Gaines. Ph: © Kim Mariani.

«The Piano Upstairs». Junto a Boyd Gaines. Ph: © Kim Mariani.

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Crecer con el arte en las venas.

“Creo que pertenezco a una generación que tuvo mucha suerte. Cuando comencé y a través de toda mi carrera, todos estos Maestros estaban vivos. Ashton, MacMillan, Cranko, Balanchine, Robbins, Agnes de Mille, Anthony Tudor. Todavía tenemos, por suerte, a Kylián, Neumeier. Recuerdo que en mi juventud, a donde sea que fueras, tenías inspiración de alguien maravilloso que estaba creando danza, teatro y nosotros realmente creíamos que eso era su vida. Y como bailarina, era allí también donde estaba la vida. Era donde vos como bailarina cobrabas vida absoluta y eso le otorgaba un sentido maravilloso a tu existencia. Ahora, en la mayoría de los casos, es como un trabajo. Es un trabajo respecto del que uno está apasionado, pero es un trabajo. Siempre hay algo de un ‘ah desearía que mi vida fuera tal o cual’. En ese momento, la vida no era otra: esa era tu vida y era allí donde querías estar todo el tiempo. Estar en el estudio era tan gratificante. Esa fue mi experiencia de crecimiento en la danza”, asegura.

R: ¿Cómo recordás tus primeras presentaciones?

A: De mis primeras presentaciones, me acuerdo que estaba bastante agitada y nerviosa (risas), pero lo maravilloso era que cada vez que me subía al escenario, los nervios desaparecían y sentía –y todavía lo siento- que una puerta en mi pecho se abre. Siento (suspira), que algo se abre. Así es como me siento. Esto es algo que trato de explicar cuando hago de coach a jóvenes bailarines. Siento que ya no estoy atrapada en mi cuerpo. Cuando bailo, siento que estoy en todos lados en el espacio; me siento más grande que mi cuerpo. Mi cuerpo es quizás lo que la gente ve, pero yo bailo por todos lados.

R: ¿Hubo alguna persona que haya marcado profundamente tu desarrollo como artista?

A: Recuerdo una cosa que Kenneth McMillan me dijo, que realmente se quedó conmigo y significó mucho: comprendí lo que quiso decirme incluso más tarde en mi vida. Cuando estaba ensayando Julieta por primera vez, era muy joven. Tenía 18 años y estaba haciendo el 3° acto. Me dijo: ‘Nunca tengas miedo de estar fea en escena’. En la danza siempre estamos tan pendientes de dónde todo debería estar o lo que debería ser, y él me invitó a liberarme de esas preocupaciones. La idea era que lo que sintiera, si me dolía algo, que no tuviera miedo de dejarlo fluir. Esto cambió todas mis ideas. Me liberó. Me hizo ser real en escena.

R: Esa naturalidad maravillosa y tan particular que te recorre como artista te ha conectado de un modo inédito con nuestro querido Julio Bocca…

A: Con Julio, fue como en la vida. Cuando encontrás a alguien con quien algo simplemente cuaja. Y de algún modo, algo mucho más profundo se conecta, algo que no tiene que ver con llevarse bien por la personalidad de cada uno. Es cuando sentís que conocés a alguien muy bien y sabés todo sobre esa persona, a pesar de no saber quién es. Eso fue.

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Inspiraciones.

R: ¿Cómo te reencontraste con la bailarina luego de tu retiro?

A: Este es un momento muy lindo de mi vida. Cuando dejé de bailar, no tenía un plan. Necesitaba alejarme de ese mundo. Sentía que esa parte de mi vida, de mi carrera, de mí como bailarina, había terminado. Sentía que algo estaba muriendo allí. Luego de un par de años de hacer nada en ese sentido, comencé a sentir la necesidad, no de estar en el escenario en tanto espacio de aplausos y exposición, sino la necesidad de ser lo que soy: una mujer que baila. Una mujer que comparte su vida a través de su danza. Eso es lo que soy. Eso fue muy fuerte en mí y sentí que no estaba preparada para no ser eso. Pero no es que quería volver a bailar Julieta o Manon. Algo pasó ahí. ¡Creo que lo deseé con tanta fuerza que me fue otorgado! Y de lo primero que hice fue en Spoleto, “The piano Upstairs”, un trabajo fascinante. De alguna manera terminó siendo mi propia historia privada, porque trataba sobre una pareja que se separa, algo que sucedió en mi vida. Otra vez, casi que conté la historia a través de la obra. Luego Martha Clarke vino y me comentó que debiéramos hacer algo juntas, de modo que avancé y le dije que simplemente lo hiciéramos. Ella trajo “Cheri”. Yo conocía la novela y acepté gustosa. La protagonista es efectivamente una mujer de mi edad. Tener un rol creado sobre mí, sobre la mujer que soy ahora, con mi experiencia, fue un regalo hermoso. Ella me dijo que le gustaba Herman Cornejo para ser “Cheri” y lo pasamos genial; salió divinamente. Descubrí en Herman un brillante artista, muy especial y único. Eso fue hermoso.

"Cheri", con Herman Cornejo, en el Teatro Signature de Nueva York. Foto: Joan Marcus.

«Cheri», con Herman Cornejo, en el Teatro Signature de Nueva York. Foto: Joan Marcus.

R: ¿Qué te inspira hoy como artista?

A: Me inspiran mucho la pintura y la música. No se trata igualmente de una inspiración lógica: es algo que entra en mí y a lo que inicialmente tampoco siento la necesidad de dar una explicación. Pero se asienta en mí de modos que incluso desconozco (risas). Me despierta. La pintura me transporta, me ofrece sentimientos; luego, están allí cuando los necesito para bailar. Me lleva algo que he visto u oído.

R: ¿Estás investigando algo nuevo en términos de movimiento?

A: Hoy estoy tratando de pensar en cómo moverme de otra forma. Liberarme de una cierta estructura de movimiento. No se aún si soy muy buena en ello, quizás no, pero qué importa, quiero aprender. Quiero aprender a fundir la danza con el teatro. Quizás “Cheri” fue un comienzo. Quién sabe a dónde puede llegar esto. Quiero estar abierta a lo que me depare el camino.

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Hoy.

“Tomo clases todos los días, yoga, Pilates, Gyrotonic. Tengo que mantenerme en forma. Particularmente con la edad tenés que entrenar distinto. Menos horas, pero con mayor precisión en relación a lo que tu cuerpo necesita. Tengo suerte porque tengo un cuerpo muy dúctil para bailar, pero como todos, tengo fortalezas y debilidades. Es importante saber cuáles son tus debilidades. Esto me gustaría decirle a los jóvenes bailarines. A veces nos dan vergüenza nuestras debilidades, como si fueran algo que hay que esconder. Nadie es un robot y si alguien lo es, es una debilidad (risas). Cuando sabés cuáles son, las asumís y decís ‘ok, esta es quien yo soy’. Trabajás sobre ellas. Sabés que hay cosas sobre las que vas a tener que trabajar toda tu vida”, cuenta.

R: Hay un mito de perfección muy caro al mundo de la danza…

A: Algunas veces las debilidades se convierten en tu fortaleza. Mucha gente me dice que mi cuerpo es tan flexible, suave, tan ‘abandonado’. Yo digo, sí, de tan abandonado que es, no me puedo parar (risas). Pero uso esa suavidad para mi beneficio. En vez de luchar contra ella, la incorporo al bailar y la uso. Pero es una debilidad. A veces trabajar las debilidades puede llevarte una vida (risas). Todos somos así. Nadie es perfecto. Estrellas o no estrellas (risas).

Bailarina. Alessandra Ferri es hondamente bailarina. En el sentido más enamorado y esencial de la palabra. No es que ama lo que hace. Es lo que hace. Es.

Hoy trabaja en un proyecto para finales de mayo en Nueva York, una nueva ópera a cargo de un compositor japonés, tomando los poemas de Edgar Allan Poe sobre “El cuervo”. “Es un cantante y yo, el cuervo, esta extraña criatura. Es muy contemporánea, moderna”, comenta. Y hay más: “Hay muchos proyectos apareciendo. John Neumeier quiere hacer para mí en 2015 una obra sobre Eleonora Duse, la primera actriz moderna italiana, y probablemente esté en ese momento en Londres, haciendo otra pieza. Y estaré bailando con Herman, ya que disfrutamos bailar juntos, de modo que montaremos una velada, cuyas primeras funciones serán en Italia en enero”.

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Ya es casi la hora del ensayo que tenía programado. Le agradezco ¿su tiempo? No sé si es el tiempo exactamente, aunque también es el tiempo. Interiormente siento que me ha llenado el alma con una fracción de su pasión por la vida. Me da un beso. Me abraza cálidamente. Me paro para irme y la miro una vez más a la distancia, mientras ella se va a comprar algo para tomar. Me sonríe una vez más y salgo.

Sonrío para adentro. Y no, no fue un sueño.

Alessandra Ferri, en "Cheri", en Signature Theatre. Foto: Joan Marcus.

Alessandra Ferri, en «Cheri», en Signature Theatre. Foto: Joan Marcus.