Bárbara Rey: «Quiero ayudar a que cada bailarín descubra su pod

Por María José Rubín Bárbara Rey es argentina. Nació, creció y dio sus primeros pasos de ballet en Buenos Aires. Pero muy joven se mudó a Florianópolis, donde desarrolla su carrera como docente y coreógrafa hasta el día de hoy, buscando potenciar la danza y las carreras de los talentosos bailarines locales. Ubicada siempre por fuera de lo […]

viernes, 12 de julio de 2013 |

Por María José Rubín

Bárbara Rey es argentina. Nació, creció y dio sus primeros pasos de ballet en Buenos Aires. Pero muy joven se mudó a Florianópolis, donde desarrolla su carrera como docente y coreógrafa hasta el día de hoy, buscando potenciar la danza y las carreras de los talentosos bailarines locales. Ubicada siempre por fuera de lo común, supo forjar un camino propio y obtener una visión particular del universo de la danza.

La vida le presentó adversidades y oportunidades por igual: quizás Bárbara podría haberlo dejado todo para bailar profesionalmente o, por el contrario, haber cedido ante los obstáculos y abandonado la danza para siempre. Ella eligió el equilibrio: supo combinar sus grandes amores, su familia y su profesión, y a través de esta decisión logró convertirse en una Maestra como pocas. Y fundó su propia compañía joven, que hoy lucha por sostenerJovem Ballet de Santa Catarina.

Recientemente ofreció un seminario en la Fábrica de Arte, de Maximiliano Guerra, y aprovechamos para conversar sobre su historia y su actualidad: sus proyectos y su perspectiva sobre este arte que es capaz de crear universos de ensueño, y que es también una profesión en el mundo real.

Una enamorada de la danza, que aplica su sensibilidad y pasión para ayudar a otros artistas a encontrarse a sí mismos.

Bárbara nos dice: "Quiero que el alumno sepa su poder como bailarín y que lo use". Aquí, en el ensayo del trabajo "Lendas" , para PróMúsica de Florianópolis. Foto: Irán García.

Bárbara nos dice: «Quiero que el alumno sepa su poder como bailarín y que lo use». Aquí, en el ensayo del trabajo «Lendas» , para PróMúsica de Florianópolis. Foto: Irán García.

R: ¿Cómo recordás tus inicios en la danza?

B: Yo empecé medio grande, con diez, once años. Bailaba hasta entonces danzas escocesas y hacía muchísimo deporte, por eso tenía el cuerpo súper preparado. Mi primera maestra fue Lilia de Sala, un ejemplo que tengo grabado, y en Buenos Aires estudié con ella solamente. Paré y retomé muchísimas veces, no tuve la oportunidad de hacer el proceso natural de entrar a un instituto profesional y luego a una compañía. Tuve que dejar a los quince, pero seguí haciendo atletismo y deportes todos los días. Eso evitó que me desentrenara.

Cuando terminé el colegio, a los dieciocho, para mí no había más danza, porque habían pasado muchos años, pero estaba tan acostumbrada a hacer ejercicio que fui a lo de Lidia otra vez. Empecé como hobby, dos veces por semana, y después se fueron sumando: tres, cuatro, ¡cinco! Y no paré más. Todavía seguía haciéndolo para mí, no lo pensaba como una carrera profesional, pero la danza no me largaba: yo paraba y siempre volvía, era más fuerte que yo; no podía no hacerlo. Al mismo tiempo que pasaban muchas cosas que me alejaban de la danza, siempre aparecían las oportunidades para volver, sin que las buscara.

R: ¿Cómo te convertiste en una profesional de la danza?

B: Cuando me fui a Brasil, a los veintitrés años, pensé que otra vez iba a parar. Pero no: conocí gente que tenía un estudio –Escola de Ballet Sandra Nolla– y ahí yo cambiaba clases de inglés por clases de danza. En Brasil los estudios particulares trabajan como escuelas, eso es una cosa muy buena. Dividen a los chicos por nivel técnico, hay que hacer una prueba de nivelación para entrar y luego evaluaciones para pasar a la siguiente etapa. Ellos tenían un programa de ocho años y en el último te preparaban con metodología de la enseñanza de la danza, didáctica, psicomotricidad, biomecánica. Yo pude formarme allí y cuando una profesora de este estudio, que daba clases a las nenas de 3 a 8 años, quedó embarazada, me invitó a hacer una residencia con ella. Empecé mirando las clases y estudiando material que ella me pasaba, y mientras su panza crecía yo me fui involucrando cada vez más. Entonces cuando ella se fue estaba todo en su lugar y de ahí no paré más de enseñar.

Enseguida empecé a hacer coreografías. Las escuelas allá tienen el hábito de hacer a fin de año un espectáculo donde se presentan todos los alumnos. Las piezas que se montan también se utilizan durante el año para ir a festivales y muestras de danza, y cada profesor tiene que hacer la coreografía de sus alumnos. Entonces al mismo tiempo que empecé a dar clases me empecé a involucrar también con la parte coreográfica. Y así seguí, y no miré más para atrás.

Aquí, Bárbara junto a Voga Cía. de Dança, con el bailarín Flavio Vargas. Foto: Irán García.

Aquí, Bárbara junto a Voga Cía. de Dança, con el bailarín Flavio Vargas. Foto: Irán García.

R: Lejos de ser una falencia, el hecho de que no pudieras dedicarte a bailar profesionalmente en compañías grandes, que hicieras un camino diferente del habitual, ¿sentís que te dio una perspectiva más amplia acerca de la danza?

B: Sí, tiene sus pros y sus contras. Por ejemplo, a mí nunca pudieron encuadrarme. Yo me fui haciendo mi propio camino de acuerdo con las posibilidades y las oportunidades que tenía. Me trasladaba para hacer cursos, siempre muy ávida por información. Yo sentía que si estaba en Florianópolis, que es una ciudad chica, me las tenía que ingeniar para estar siempre actualizada. Y tuve mucha suerte, porque conocí maestros de esos que realmente tienen  la varita mágica, que en dos días te pasan cosas que de otro modo tomarían una eternidad.

Sumado a eso, yo estaba totalmente “vampiro” detrás de la información y del conocimiento. Tenía una gran intuición para muchas cosas, que a veces eran contrarias a la forma tradicional de trabajar, pero que para mí tenían sentido. Tal vez fue porque yo hacía gimnasia y atletismo; tenía otros lenguajes en el cuerpo y en el cerebro que me decían que para llegar a aquel movimiento yo podía hacer otra cosa y que saliera igual. Pero el ballet es una institución muy grande y yo no había bailado en compañías importantes, entonces siempre lo encaraba con cuidado y paulatinamente.

En algún momento conocí a una maestra que se llama Eloisa Menezes, de Río de Janeiro. Hice dos cursos con ella, y me acercó a la nueva técnica americana, que me permitió entender muchísimas cosas. Enseguida la vida me cruzó con Philip Beamish, y ahí me cambió el mundo. Yo soy su discípula, vi su método en funcionamiento; pude utilizarlo con mis alumnas y en dos meses obtener resultados que de otro modo me hubieran llevado un año.

Pero no creas que no sufrí mucho por no haber bailado más, hasta hoy siento esa falta. Cuando mis compañeros iban a hacer audiciones, siempre me decían que fuera con ellos, pero yo sabía que no me iba a mudar a otra ciudad: mi hijo tenía cinco años, mi marido tenía su trabajo, y me gusta la realidad. Yo sabía que lo que estaba haciendo era lo que podía hacer, y lo hice al cien por ciento, no hice menos. Tropezando, muchas veces, pero seguí adelante, sacando agua de las piedras, como dicen en Brasil.

La realidad es que, por más satisfacciones que me haya dado la danza, lo mejor que me pasó en la vida es mi hijo, no me arrepiento de nada que haya dejado de hacer por él. ¡Y mirá la oportunidad que estoy teniendo hoy! Lo que yo quiero es seguir aprendiendo y seguir dando más.

Ensayo de "Bolero", de Bárbara Rey, con Karine de Matos y Cosme Gregory, de la Cía. Jovem Bolshoi Brasil. Foto: Bruna Horvath.

Ensayo de «Bolero», de Bárbara Rey, con Karine de Matos y Cosme Gregory, de la Cía. Jovem Bolshoi Brasil. Foto: Bruna Horvath.

R: ¿Cómo es trabajar con la danza en Brasil?

B: Florianópolis, a pesar de ser una ciudad chica en comparación con otras ciudades brasileñas, te da muchísimas oportunidades. Por ejemplo, allá hay una institución que se llama Pro Música, es una asociación de amantes de la música clásica que ofrecen un abono para su programación de abril a noviembre. Ellos un día me propusieron hacer una gala de ballet, y presentamos cuatro coreografías de óperas famosas con alumnos avanzados. No era un ballet profesional, pero el trabajo se hizo acorde a su nivel técnico y la audiencia quedó encantada. En general, siempre se están presentando obras: en la calle, en el Teatro Álvaro de Carvalho; entonces siempre estás preparando algo, bailando, exponiendo. Y eso para los alumnos y para los profesionales es genial, porque hay que subir al escenario, ahí es donde se constituye finalmente la danza.

Yo estoy súper agradecida: lo que me dio Florianópolis y Brasil en ese sentido no sé si lo hubiera encontrado acá. Allá la mayoría de los grandes bailarines salen de escuelas particulares, y hay muchos profesores que son como yo, que nunca pertenecieron a un teatro, a un gran instituto o a una gran compañía, y hacen un buen trabajo. Además, haber pasado por una gran compañía no es garantía de calidad: la probabilidad es grande, pero nadie tiene la exclusividad del talento.

Por eso para mí es un privilegio estar trabajando acá con Maximiliano: yo pensé que jamás iba a trabajar en Argentina con danza, que iba a ser discriminada por no pertenecer a ninguna institución, y vine a trabajar justo con él. Tuve mucha suerte, trabajar en mi país me da una satisfacción inmensa y es un privilegio.

"Los límites no tienen que estar definidos, hay que tener permeabilidad, flexibilidad, tratar todo con mucha curiosidad", nos dijo Bárbara. Aquí ensaya La Bayadère con la bailarina Juliana Blasi, en la Academia Albertina Saikowska de Ganzo. Foto: Irán García

«Los límites no tienen que estar definidos, hay que tener permeabilidad, flexibilidad, tratar todo con mucha curiosidad», nos dijo Bárbara. Aquí ensaya La Bayadère con la bailarina Juliana Blasi, en la Academia Albertina Saikowska de Ganzo. Foto: Irán García

R: ¿En qué estás trabajando actualmente?

B: Ahora estoy en un limbo. Dejé de trabajar en la escuela en la que estuve todos estos años para dedicarme a un proyecto, el Jovem Ballet de Santa Catarina, una compañía orientada a profesionalizar a sus bailarines. Allá hay mucha gente muy buena, en formación, y justo en el punto de florecer a los chicos les cuesta mucho estar en un lugar en el que puedan dar ese gran paso. Hay poquísimas compañías profesionales, por lo que muchos abandonan, y es una lástima.

Por eso yo formé un ballet con las alumnas de la escuela en la que trabajaba, y de a poco nos fuimos independizamos. Montamos tres espectáculos: el tercero, en 2007, fue la presentación oficial del Jovem Ballet, y contamos con la participación de Cecilia Kerche y Vitor Luiz. Realmente fue genial para nosotros hacer un espectáculo con dos étoiles. Yo seguí trabajando con el grupo de alumnas, pero esas chicas después se empezaron a ir a la universidad, entonces el proyecto no pudo seguir. Además, yo tampoco quería continuar si no era de la forma en que lo había planeado.

La idea del Jovem Ballet es formar un espacio que funcione como una incubadora, en donde adquieran la experiencia de la vida profesional pero en un ambiente protegido, en el que sigan recibiendo información. Porque los chicos tienen que trabajar: pueden dar clases, presentar proyectos, trabajar en producción. La danza es un universo, necesita de todo. Entonces, si vos les das todas esas experiencias, ellos pueden aprovechar otras oportunidades. Por ahí no es lo ideal, porque uno quiere bailar, pero mientras esperan la audición perfecta, hay que trabajar, hay que comer, pagar el alquiler, y de esta forma podrían tener mayor capacidad de acceso a un empleo.

El proyecto del Jovem Ballet necesita patrocinio, porque yo tengo que pagar a los chicos una beca mensual; serían como contratos de nueve meses. Entonces además de recibir eso fijo, ganarían por las funciones y tendrían un lugar de residencia, como un internado, para que puedan venir de cualquier lugar.

Esta idea surgió a raíz de mi propia experiencia: veo que ni los chicos ni los padres consiguen ver en la danza una carrera profesional. Si cuando están terminando el colegio ya están ganando un sustento a través de la danza, pueden darse la oportunidad de intentarlo, ver si les gusta y les interesa dedicarse a eso. Porque a los veintiuno igual pueden ir a estudiar a la facultad, pero si bailar es lo que quieren de su vida, el momento es ese.

Este proyecto está parado por falta de recursos. Fue aprobado hace casi dos años en el marco de una ley que permite a las empresas saldar parte de su deuda impositiva financiando iniciativas como esta. Tenemos hasta diciembre para conseguir patrocinio, y si no lo logramos hay que reiniciar el trámite de aprobación. Pero lo voy a hacer, en algún momento va a salir.

Bárbara dictando un curso en el festival "Bento em Dança" Rio Grande do Sul, Brasil. Foto: Solange Avelino.

Bárbara dictando un curso en el festival «Bento em Dança» Rio Grande do Sul, Brasil. Foto: Solange Avelino.

También tengo un proyecto para dictar un seminario en el que los chicos pasarían dos semanas trabajando con varios profesores. Los participantes serían grupos amateur que presenten sus trabajos y se haría un análisis con ellos acerca de qué elementos faltan para llevarlo adelante. Además de técnica de danza habría cursos de iluminación, de vestuario, de preparación de proyectos, para que obtengan herramientas. Serían clases prácticas, sobre el escenario. En este marco, ellos también podrían mostrar su trabajo públicamente. Al igual que el Jovem Ballet, sería una instancia de profesionalización y aportaría a la formación de un público de danza.

Otro proyecto surgió aquí, en Buenos Aires. En un momento yo volví y viví aquí durante tres años. En ese tiempo tomé clases con muchos profesores y, entre otras cosas, hice un curso de escenografía de un año con Gastón Breyer, que era un genio. A pesar de que el curso era de escenografía, yo lo escuchaba y para mí él hablaba de coreografía. Fue sensacional, porque me abrió la cabeza en otras direcciones. Así surgió una iniciativa, que ahora está en pausa porque no lo pude seguir, que consiste en aplicar la metodología de diseño escenográfico que él enseñaba a una metodología de diseño coreográfico: hay que adaptarlo, tomar los conceptos y traducirlos. Pero aunque no haya redactado el proyecto, sin querer en mi cabeza empezó a funcionar. Cuando hubo oportunidad, todo esto que aprendí con Breyer lo fui aplicando, intuitivamente.

R: Me gustaría rescatar tu frase de que la danza es un universo. O sea que la danza no se agota sobre el escenario, aunque obviamente esta sea una instancia decisiva.

B: La danza necesita de pensadores, filósofos, semióticos; si no, no crece como arte, se queda en el mismo lugar de ser una figurita linda sobre el escenario. Para mí la danza no es eso, es algo mucho más intenso, profundo, universal. Y toda esa gente es necesaria porque, en el momento en el que yo haga un espectáculo, me va a impulsar a pensarlo mejor, a construirlo, a ponerle todo lo que una obra de arte necesita: contenido, profundidad, intención, para que no sea una cosa vacía. La danza es efímera porque lo que viste hoy en una función no lo vas a ver nunca más, pero no en su peso artístico.

Yo me conecto con todo el universo de la danza, aquello con lo que concuerdo y aquello con lo que no, lo que me gusta y lo que no me gusta, todo enriquece. Yo voy a ver cosas que sé que no me van a gustar, porque hay que prestigiar el trabajo de los otros; como profesional de la danza yo tengo que fomentar que la danza tenga platea. ¿De dónde vamos a sacar un mecenas, hoy en día? No, tenemos que cobrar entrada, hay que construir un público, y si vos como profesional no vas a ver a los otros, sos el primero que está fallando. Es un acto de inteligencia, administrativo prácticamente.

R: ¿Qué deseos tenés para el futuro de tu carrera?

B: Me encantaría poder dedicarme a mis proyectos, por supuesto, y la realidad es que hay que lidiar con el problema financiero, pero yo seguiré luchando.

También me gustaría mucho tener más oportunidades de trabajar con profesionales, como ahora en el estudio de Maxi. Varias veces di clases a la compañía de Deborah Colker, porque ellos, cuando van a distintas ciudades, toman clases con maestros locales. Trabajar con un profesional es diferente, especialmente como coreógrafa, porque además de mi propuesta los cuerpos de los bailarines también proponen. Un cuerpo profesional, que ha tenido otras experiencias, sorprende y enriquece mi trabajo.

R: ¿Qué es lo que más te importa transmitir a tus alumnos, más allá de la técnica?

B: Que no se conformen con poco, porque el maestro te puede dar hasta cierto punto, pero el esfuerzo lo tenés que hacer vos. Los límites no tienen que estar definidos, hay que tener permeabilidad, flexibilidad, tratar todo con mucha curiosidad. Siempre les digo “no esperen a que el profesor los lleve por la nariz, el esfuerzo y las ganas tienen que venir de ustedes; podemos repetir un ejercicio hasta el hartazgo, pero si ustedes no lo quieren hacer mejor, no lo van a hacer mejor”.

Yo quiero que el alumno tenga ese poder, que conozca su poder como bailarín y que lo use. No me gusta esa relación con el alumno de que yo como profesor tengo la palabra santa, porque yo puedo saber más, pero nunca voy a poder sentir lo que siente su cuerpo. En el momento en el que ellos asumen ese poder de decisión, de que les va a salir mejor porque ellos quieren, y lo ejecutan, es cuando empiezan a ir hacia adelante. Les insisto mucho con la decisión y la osadía, tenés que tener eso para bailar, así como respeto. La persona tiene que crecer moralmente también, para tener un ambiente profesional sano.

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«Les insisto mucho con la decisión y la osadía, tenés que tener eso para bailar, así como respeto. La persona tiene que crecer moralmente también, para tener un ambiente profesional sano», dice Bárbara. Aquí, en el festival «Bento em Dança» Rio Grande do Sul, Brasil, dictando curso. Foto: Solange Avelino.