Barbato-Tuliano-González, una cita impostergable en el San Martín

Con programa mixto de tres coreógrafos argentinos del off porteño, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín se lució en una noche por demás ecléctica y variada.

sábado, 25 de mayo de 2013 | Por Maria José Lavandera

Desde una maquinaria de engranajes hasta un atardecer agitado de amores enrevesados, pasando por un espacio con criaturas elevadas en articulaciones tan bellas como estrambóticas. Y todo en un recorrido que no puede más que dejar a cualquier espectador felizmente excitado. O encantado por algo de una magia ecléctica que se filtra en un programa con obras tan disímiles entre sí. Fue curado por el Director del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, el siempre brillante Mauricio Wainrot, quien ha tomado como práctica habitual convocar todos los años coreógrafos de la escena off de la danza contemporánea para darles un espacio en la programación de la compañía.

En este caso fueron “Los trompos”, de Juan Onofri Barbato –quien es autor de la obra “Los posibles”, convertida en film por Santiago Mitre, y director del Grupo KM29, una agrupación de chicos de González Catán que encontraron en la danza una perspectiva de vida-, “Ínfima constante”, de Anabella Tuliano –creadora del grupo de danza “Cadabra”-, y “Después del sol”, de Analía González –fundadora del afamado colectivo “El Choque Urbano”.

Lo cierto es que el encuentro entre estos artistas con aquellos de la compañía del San Martín dejó como resultado una magnífica combinación de sensaciones. Porque finalmente, si bien cada obra es un mundo distinto, es el efecto de sentido que se ofrece en la contigüidad lo que queda en el espíritu de los espectadores. Uno siempre espera belleza y excelencia de parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Y en este espectáculo, cada vez, lo logra de un modo cautivante y, cada parte de él suma al anterior como las piezas de un dominó que van cayendo unas detrás de otras.

Los trompos”, de Onofri Barbato, es un relato tan simple como trágico, con una cierta impronta foucaultiana. Una sucesión de piruetas que se van averiando. “¿Qué implica para un cuerpo entrenar durante años un mismo gesto motor?”, se pregunta el coreógrafo. Quizás, pensaba yo, una maquinaria de engranajes que, en la propia histeria de su repetición, se van desenfrenando, quedando en el tiempo o desarticulando frenéticamente al punto en que reina un desorden impensado. La norma – “cuartapirueta-cuarta-primera”- va quedando detrás, al fondo, anodina, bajo una luz picada que la llena de sombras. Y, de pronto, una nueva norma aparece para hegemonizar el paradigma: movimientos ampulosos, cortantes, rápidos.

"Los Trompos", de Juan Onofri Barbato. Foto: Alicia Rojo.

«Los Trompos», de Juan Onofri Barbato. Foto: Alicia Rojo.

Luego, un fondo de estrellas. Espacio exterior. “El segundo cotidiano donde tomamos conciencia de nuestra pequeñez”, explica Anabella Tuliano. “Ínfima constante” aparece de la mano de una serie de criaturas en pares que se recortan con unos increíbles arabesques suspendidos en el aire, sólo sostenidos por las piernas de sus compañeros recostados en el suelo. Criaturas en pares en dominación mutua, en necesidad de encontrarse; criaturas en juegos grupales que se mueven en una masa solidaria entre sí y, finalmente, llegó el turno del solo. Una de las criaturas, en medio de un continuum de movimientos plásticos, fluidos, líricos, parece querer escabullirse de su propia piel. Se arrastra, se yergue con la frente hacia una luz focal donde parece haber una solución. Un sufrimiento que parece infinito en un cuerpo cuyas trazas son expuestas en un juego lumínico de claroscuros. Bellísimamente interpretado por Matías Santander, este personaje tiene reminiscencias de un Nijinsky devastado por un encierro que lo agobia y lo atrapa, pero dentro de sí mismo.

"Infima Constante", de Anabella Tuliano. Foto: Alicia Rojo.

«Infima Constante», de Anabella Tuliano. Foto: Alicia Rojo.

Finalmente, “Después del sol” nos convoca a una suerte de llanura en la que sus personajes pasarán las horas del crepúsculo: “Cuando nos rendimos al instante del crepúsculo, no hay opción, nos abrazamos al silencio y hasta los pájaros callan”, escribe la coreógrafa Analía González.

En un entorno rural, con una impronta en el vestuario que recuerda a los años ’50, la obra se desarrolla en una serie de encuentros que emergen en un eterno atardecer: amores adolescentes, amores maduros en discordia. Los movimientos son versátiles, armónicos y fuertemente energéticos, con algo en los armados grupales que tiene vestigios de Jeróme Robbins –al menos a mi ojo-. También se encuentra una tematización respecto de la fecundidad femenina, bajo la metáfora de una  «lluvia de semillas» (creo que metafórico tanto en relación al concepto de «lluvia» como al de «semilla») –en relación con el campo que se propone como escenario-, en asociación con una mujer en vestido rojo, una mujer que impacta como rota y descuartizada en medio de una tristeza general por un estigma de género. En este sentido, parecen deslizarse en la obra una serie de tensiones entre los universos masculino y femenino, que se desarman y se vuelven a enlazar antes de que el atardecer muera del todo.

Artistas impecables, por donde sea que uno quiera mirar.

"Después del sol", de Analía González. Foto Alicia Rojo.

«Después del sol», de Analía González. Foto Alicia Rojo.

Cuándo y Dónde

FUNCIONES

Jueves a las 14.30, los viernes y sábados a las 20.30, y los domingos a las 19.

ENTRADAS

Platea: $90.- Pullman: $70.-.

Habrá descuento del 50% para estudiantes que acrediten su condición de tales.

Jueves, día popular, función matinée: entrada general, $30.-