Charles «Lil Buck» Riley: Rompiendo barreras

El carismático jooker estadounidense, una celebridad internacional, llega a Buenos Aires para hacer lo suyo en la IV Gala de Ballet de Buenos Aires. En su ímpetu interdisciplinar, bailará junto a Carolina Basualdo, figura del Ballet del Sur.

miércoles, 24 de agosto de 2016 | Por Maria José Lavandera

Cuando escuché por primera vez de Charles ‘Lil Buck’ Riley fue por mi estrecha conexión con la danza clásica. El caso era que un bailarín urbano increíblemente virtuoso interpretaba “La muerte del Cisne”, de Camille Saint-Saens, en colaboración con el cello de Yo-Yo Ma. El video fue realizado por el cineasta Spike Jonze, quien los “presentó” al universo a través de un posteo en Internet. Sin embargo, la idea de unir a estos dos artistas fue originalmente de Damian Woetzl, otrora bailarín principal del New York City Ballet, hoy director del Vail International Dance Festival – en el cual este año cumplió una década a su cabeza-, quien recibió la idea de su esposa Heather Watts, una de las grandes musas de George Balanchine. Ella había detectado un video en Youtube del bailarín haciendo una interpretación libre en estilo urbano de la coreografía original de Michel Fokine. Y, como dicen los estadounidenses, “el resto es historia”. Fue en 2011 que en Vail se dio origen al despegue de Lil Buck, un bailarín que ha sabido combinar con maestría el espacio del movimiento callejero y urbano del “jookin”, un estilo originado al interior de Memphis – Tennessee-, su lugar de nacimiento, y movimientos ligados al ballet, disciplina que aprendió mucho después como parte de su formación como profesional. El hoy es una celebridad por mérito propio, pero en su haber tiene también el haber sido parte del exclusivo grupo de bailarines de Madonna, para su The MDNA Tour en 2012, que cerró justamente en Buenos Aires en aquel entonces.

>>El “jookin” es un estilo libre nacido en los años ’80 de las huestes de la escena rapera de Memphis, basado en “rebotes rítmicos, combinados con desplazamientos, deslizamientos, giros en las puntas de los pies”, según se indica en memphisjookin.com, dedicada a los artistas y el desarrollo profesional de este tipo de baile.<<

Y los días 26 y 27 de agosto de 2016 será uno de los platos fuertes de la VI Gala de Ballet de Buenos Aires, donde bailará en colaboración con la argentina Carolina Basualdo, primera bailarina del Ballet del Sur, de Bahía Blanca, en el escenario del Teatro Coliseo.

Sus movimientos son llamativamente gráciles, livianos. Su cuerpo parece desarticularse para desplegar una energía sutil, genuina. Su carisma se traduce literalmente en cada centímetro de su cuerpo, que es expresión pura. Uno entre siete hermanos, se crió entre las calles de Memphis y bailando de modo autodidacta junto a ellos. “Descubrí que podía bailar de la manera que estoy bailando ahora a los 12 años. Pero yo bailaba mucho ya desde pequeño. Mi hermana siempre bailó. No tenía un estilo específico para bailar. Pero como me crié en Memphis, Tennessee, crecí con el jookin a mi alrededor. Pero honestamente no me llamó la atención hasta que tuve 12 años y dije ‘guau, esto está buenísimo’. Vi que mi hermana lo hacía y ahí es cuando tomé la decisión de practicarlo. Ella vino a casa un día y empezó a bailar, porque sus amigos le habían enseñado cómo se hacía. Nosotros siempre bailamos juntos, pero para divertirnos. La verdad que empecé porque la admiraba a ella como bailarina, y fue quien me enseñó algunos pasos. Empecé a aprender muy rápido y un poco que me enamoré de este tipo de movimiento. Y desde que lo descubrí a los 12, lo estuve haciendo todos los días, todo el día. Fui mejorando cada vez más hasta que me convertí en este bailarín que soy hoy”, cuenta.

R: A tu aprendizaje autodidacta y original, se sumó luego una formación específica de ballet. ¿Cómo fue que comenzaste a practicar esta disciplina que pareciera tan alejada de las danzas urbanas y qué sentís que aportó a tu arte?

LB: Lo bueno es que sabés que primero aprendí a hacer jookin y después empecé con el entrenamiento de ballet. La gente tiende a pensar que fue al revés ¡Gracias por eso! No sé de dónde sacan esa idea. Pero yo bailaba este estilo mucho antes de aprender ballet. Recién a los 16 arranqué con esta actividad. Yo era parte de una compañía de hip hop en Memphis [Subculture Royalty (Sub-Roy)], cuya directora artística [Terran Gary] hacía unas coreografías espectaculares. Fue mi primo que me introdujo a ella, para que me enseñara hip hop. Fue gracias a ella que aprendí esta técnica y cómo constituir y aprender una coreografía, a decir “algo” con la danza. Hasta entonces, era solamente un muy buen jooker, pero nada más. Junto a esta compañía, empezamos a tomar clases de ballet con el New Ballet Ensemble, que tiene una escuela. Hicimos un intercambio: nosotros les enseñábamos hip hop y ellos, ballet a nosotros. La directora de la compañía, Katie Smythe, me vio haciendo jookin y se quedó sorprendida. Me dijo que mi forma de bailar le recordaba a las posiciones de ballet: hay piruetas, puntas y movimientos agraciados. Le gustó mucho lo que estaba haciendo y decidió darme una beca para estudiar ballet y aprovechar más lo que esta técnica pudiera darme. El ballet me ayudó en la fluidez, en la fuerza muscular. La verdad que no sabía cuán fuertes eran los bailarines de ballet hasta que lo hice por mí mismo (risas). Empecé a respetar el trabajo que hacen cada día y a comprender las razones por las que se mueven de ese modo. Y fue gracias a ello que pude agregar más gracia y fluidez a mi danza. El jookin es un modo de danza muy musical, fundamentalmente conectado a la música de hip hop y rap, lo cual es hermoso y la gente muy raramente termina por ver esa parte de estas danzas, la naturalidad de su movimiento, sin exageraciones. Hoy a veces se presenta muy afectado y cargado. Creo que lo que también aprendí del ballet es a tener más control de mi cuerpo, más fluidez, más gracia y creo que he podido agregar más belleza a mi forma de bailar. Y la disciplina de entrenamiento, de saber que tengo que trabajar en mi cuerpo todos los días para mantenerlo.

Lil Buck llega a Buenos Aires. Foto: Kyle Cordova.

Lil Buck llega a Buenos Aires. Foto: Kyle Cordova.

R: Esta combinación disciplinar se devela no sólo en tu trabajo con Yo-Yo Ma, sino que has colaborado con muchos artistas de distintas disciplinas y diversas danzas. El Festival de Vail ha sido una gran plataforma para eso, al tiempo que también harás esto ahora en Buenos Aires. ¿Sentís como misión la posibilidad de trasgredir barreras entre disciplinas?

LB: Junto a un amigo tenemos una organización sin fines de lucro – llamada In The Eye– y en nuestra declaración de principios pusimos justamente que queremos quebrar barreras sociales, geográficas, económicas, artísticas para el arte del movimiento. Queremos crear plataformas para que la danza pueda desarrollarse y brillar, llegar al nivel más alto que pueda llegar. Me parece que es necesario quebrar barreras de todo tipo para que el arte se nutra. En el Festival de Vail colaboramos con distintos artistas y de distintas disciplinas siempre. Lo que me gusta de esto y en lo que creo fervientemente es que si abrimos el campo y nos animamos a experimentar podemos crear para dar más vida a este lenguaje universal que es la danza.

R: Se que Argentina es un lugar especial para vos. Ahora estás de regreso, ¿por qué es tan grande tu expectativa?

LB: Yo estuve en Argentina con Madonna. El último show fue de hecho en Buenos Aires. Me encantó ese lugar porque me encontré con unas personas muy genuinas, muy hermosas ahí. Luego del show fuimos a un lugar como en un subsuelo, en que había muchísimos bailarines. No me acuerdo bien cómo se llamaba lo que bailaban, pero era una especie de bachata. Y en Buenos Aires fue mi primera vez saltando al público desde el escenario (risas). Me encantó todo: la comida, la gente, la cultura. Buenos Aires es muy intrigante. Tengo algunos amigos que me hice allí y siempre quise volver. Y una cosa que realmente me llenó de ese viaje fue una experiencia que vivimos con un grupo de niños que estaban pidiendo dinero en la calle. Me sentí muy conmovido de ver semejante cosa, porque yo mismo vengo de un hogar sin grandes recursos. Y se ve que a ellos también les llamamos la atención y comenzamos a desarrollar un vínculo con ellos. Tenían un espíritu tan genuino que nos conquistaron. Les mostramos pasos de baile y terminamos llevándolos a comprar zoquetes y zapatillas -porque andaban descalzos por la calle, algo muy peligroso para ellos-. Me acuerdo que mientras estábamos en la tienda, uno agarró una de las pelotas de fútbol y empezó a hacer unos trucos increíbles ahí mismo. Si hubiera tenido una cámara hubiera sido un éxito de vistas en Internet (risas). Le compré todo el equipo. Les dije que siguieran trabajando y practicando. Estoy seguro de que si podían continuar practicando, podrían salvarse, como la danza me salvó a mí. Les dijimos, igualmente, que no tomen este talento “por garantizado” ni esta oportunidad que les estábamos dando, sino que lo aprovecharan como un trampolín para otra cosa. Quizás sea algo que pase de nuevo, pero quizás no. Es algo así como una bendición. Y les aconsejamos que si estaban yendo a la escuela, que se quedaran en la escuela tanto como pudieran, porque van a tener que aprender mucho para progresar y administrar luego lo que puedan ganar (risas). La chica que nos atendía estaba maravillada con lo que estábamos haciendo. Lo que me impactó es que el día que hicimos esto por estos niños hubo un tiroteo masivo en un cine en Estados Unidos, con muchos muertos. Recuerdo que pensé: en este día tan malo, al menos hemos hecho algo bueno por alguien que lo necesitaba. Esta experiencia se quedó conmigo el resto de mi vida. Fue muy fuerte. Argentina ha sido una de mis experiencias más fuertes a nivel humano y personal que tenido.