Cuando los ángeles bajan a la Tierra

Por María José Lavandera La ante-sala a la presentación de Ángel Corella y su Barcelona Ballet en Argentina nos instó a esperarlo con unas ansias y una simpatía en el corazón que no siempre sucede. Casi como si se tratara de un hijo pródigo de nuestro propio país. Desde los productores del espectáculo –Grupo ARS, […]

domingo, 09 de junio de 2013 |

Por María José Lavandera

La ante-sala a la presentación de Ángel Corella y su Barcelona Ballet en Argentina nos instó a esperarlo con unas ansias y una simpatía en el corazón que no siempre sucede. Casi como si se tratara de un hijo pródigo de nuestro propio país. Desde los productores del espectáculo –Grupo ARS, que una vez más hicieron gala de su excelencia– hasta quienes hubieran tenido oportunidad de conocerlo alguna vez –incluida una de las colaboradoras de REVOL, Melina Sólimo-, me decían “¡Es un genio!” para dar cuenta de su grandeza como persona. Porque, claro está, su grandeza como artista ya es más que evidente y conocida. Es que, también, después de conocer su historia y cómo se ha puesto la compañía al hombro para llevarla adelante, capeando contra una tormenta implacable –la crisis económica española que se viene desarrollando desde 2008-, uno realmente parecía esperarlo para aplaudirlo ya sólo por la valentía de su apuesta, por las ganas de apoyarlo y darle fuerza para que siga con este proyecto maravilloso.

Por fin, luego de lo que, según las reseñas, parece haber sido una espectacular presentación en el Teatro Independencia de Mendoza, le tocó al Teatro Coliseo rendirse a la sonrisa de Ángel.

Se abrió el telón y sonó el Sexteto para Cuerdas “Souvenir de Florencia” Op. 70, de Tchaikovsky. En una coreografía del propio Corella, con una clara reminiscencia balanchineana, “String Sextet”, la primera obra del programa, se desenvolvió en cuatro cuadros de estricta danza clásica, requeridos de un virtuosismo y una prolijidad por demás exigentes. Destacada especialmente fue la bailarina japonesa Kazuko Omori, Primera Solista del Barcelona Ballet, quien es parte del “semillero Lausanne”: fue semi-finalista en 1998. Con una técnica impecable y un carisma contagioso, fue la partenaire de nuestra estrella y se ganó la ovación del público.

Kazuko Omori y Ángel Corella, en "String Sextet". Foto: Carlos Villamayor.

Kazuko Omori y Ángel Corella, en «String Sextet». Foto: Carlos Villamayor.

Y, en un quiebre con la atmósfera clásica, siguieron tres obras absolutamente magníficas. Y no exagero un céntimo.

Built to fall apart” –estreno mundial del bailarín y coreógrafo inglés Russell Ducker, miembro del Barcelona Ballet- fue bailado por su creador y Omori. Bajo la influencia de la música percusiva, cortante y energética de David Kanaack, la pareja representó un encuentro amoroso entre dos personas cuyas ensoñaciones alrededor de sí mismos se desmoronan. Impecablemente interpretado, sus protagonistas dieron cuenta de una conceptualización de las relaciones en la nuestra era: quizás demasiado técnicas, demasiado nocturnas, demasiado expeditivas, en las que faltan las miradas a pesar de que los cuerpos se abarquen, un abarcarse que, lejos de amar, es, más que nada, poseer.

Kazuko Omori y Rusell Ducker en "Built to fall apart". Foto: Carlos Villamayor.

Kazuko Omori y Rusell Ducker en «Built to fall apart». Foto: Carlos Villamayor.

Continuó el programa con una obra que detuvo el tiempo cronológico de la función. “Sombras ajenas”, otro estreno mundial a cargo de otro de los chicos del Barcelona Ballet, esta vez del ruso Kirill Radev, con música del también ruso Yuri Abdokov. Una pieza coreográfica lírica, terrosa, plástica. Tres bailarines – Dayron Vega, Kirill Radev, Miguel Rodríguez – encarnaron magistralmente un intercambio corporal escurridizo: sombras, verdaderamente, bajo luces picadas, esmeradas en plasmar la fuerza de los movimientos musculares, lentos y delicados. Se sucedió un diálogo que dejó al público sin aliento y en concentración total frente a la belleza del relato de esos cuerpos que buscaban entre ellos sus almas, sus partes oscuras, sus más allá de sí. Vale hacer la salvedad respecto del maravilloso diseño de la iluminación para esta obra, que es un ingrediente esencial para su éxito.

Finalizó el primer tiempo “Soleá”, un pas-de-deux de aires flamencos de la sevillana María Pagés con música del cantaor Rubén Lebaniegos, especialmente desarrollada para los hermanos Ángel y Carmen Corella. Digamos, para empezar, que es casi imposible no enamorarse profundamente de la simpatía y la fuerza de Ángel para transmitir un ritmo tan propio de su cultura española. La dupla logró, a fuerza de su enorme calidad artística y una hermosa conexión entre ambos, que su porcentaje gitano aflorara de un modo fascinante. Los Corella hicieron de esta obra un derroche de felicidad, de un bailar en el que desplegaron su corazón y convirtieron ese escenario en una pista. Y digo pista porque no pareciera que sus pasos circularan en un escenario frente a miles de personas a punto de ovacionarlos. Al contrario, su disfrute pareció trascender la circunstancia y transmitieron una energía tan desbordante como auténtica.

Ángel y Carmen Corella, en "Soleá". Foto: Grupo ARS/Gala de Ballet.

Ángel y Carmen Corella, en «Soleá». Foto: Grupo ARS/Gala de Ballet.

Luego de 25 minutos de intervalo, llegó la materalización metafórica de lo que les contaba recién. “Suspended in Time”, una obra de Corella, Radev y Ducker, al son de las canciones de la mítica banda de Birmingham Electric Light Orchestra, convirtió el escenario en una verdadera pista de baile de los años ’70. Con una iluminación rosa de fondo, Corella hizo su aparición con “The Fall” y su sonrisa impecable, dando una clave de lo que sería toda la obra: destrezas clásicas –arabesques imponentes, jetés altísimos- al servicio de una coreografía potente, con algunas digresiones que remitieron a los movimientos típicos de una discoteca de la época, que tan efectivamente nos ha dejado en la memoria John Travolta. Cuadros coloridos, jeans y pelo suelto se convirtieron en la norma y sólo en algunos pasajes parecieron los pasos de ballet ser más un impedimento que un vehículo para lograr una amalgama aún mayor con una música rápida y vital.

(Gala en Andorra del Barcelona Ballet, 9 de marzo 2013)

Desde la platea, uno no podía más que mover la cabeza para mitigar las ganas de subir a bailar con ellos. Y… eso casi que sucedió al final, luego del estallido de aplausos de este Coliseo lleno. Luego de la entrega del bouquet de flores, con las luces encendidas, el grupo de bailarines se desató de nuevo saltando y aplaudiendo, al ritmo de “Xanadú”, contagiando al público, que los festejó bailando en sus asientos. En este clima festivo, Corella y su sonrisa nos regalaron algunos fouettés perfectos antes de irse. Perfectos, pero lo lindo, lo más lindo, fue que no terminaron en una cuarta fantástica, sino en una pequeña caída descontracturada que desembocó en un aplauso caluroso a sus bailarines.

Angel se despide de un público que lo ovaciona. foto: Grupo ARS / Gala de Ballet

Angel se despide de un público que lo ovaciona. Foto: Grupo ARS / Gala de Ballet

Y realmente, en esta pequeña fracción, en este último instante, él nos contó, sin querer, qué significa para él bailar, muy en consonancia con el  título de esta obra final: ese momento de suspenso, en el que el goce es infinito. Un milagro que este ángel nos trajo.