Cynthia González, una coreógrafa de temáticas intensas

Cynthia González es coreógrafa y performer boliviana, que, radicada en Suiza desde años, le interesa generar procesos artísticos sobre temáticas complejas. Luego de la gira que la trajo a Latinoamérica por primera vez desde su partida junto a sus padres a Estados Unidos por cuestiones políticas, nos cuenta su experiencia al otro lado del océano y cómo su Bolivia natal es una de sus mayores fuentes de inspiración.

jueves, 07 de abril de 2016 | Por Maria José Lavandera

“Fue intuitivo. Yo supe desde muy pequeña que quería bailar. Todo tipo de movimiento me fascinaba. Más bien me impresionaban los bailes y los rituales de los indígenas de Bolivia: esa fuerza y energía y el amor al movimiento, al ritmo, a la música y el movimiento del cuerpo. No tenía honestamente ningunas expectativas al principio, pero sí quería lograr ser una buena bailarina o coreógrafa y, más que otra cosa, una artista creativa. Para lo joven que era, me encantaba crear obras de cosas muy extrañas y difíciles”. La autora de estas palabras es Cynthia González, artista contemporánea boliviana, oriunda de La Paz, que desde muy joven se radicó fuera de su país -primero en Estados Unidos, luego en Alemania-, y que a fines de 2015 presentó por primera vez su obra en Argentina, en el marco de una gira latinoamericana, auspiciada por el Departamento de Cultura del Cantón de Berna, en Suiza -donde reside actualmente- y la Fundación Corymbo.

Presentó dos obras – “Tacones altos 5” y “Mujer Guerra”. La primera indagó en las circunstancias de cinco mujeres en tacos altos -valga la redundancia- y las imposiciones políticas, simbólicas y estéticas de este calzado. La obra recorre situaciones habituales, con una vuelta de tuerca que devela el espanto ante la dolorosa construcción de la femeneidad dominante en nuestras sociedades occidentales, que las aprisionan aún a través de sutiles -y justamente, por eso, mortíferas- herramientas culturales. La segunda abarcó la temática de las dictaduras latinoamericanas de los años ‘70/’80, que devastaron las sociedades de la región. Su abordaje pone en juego los procesos de idealización -y ficcionalización – que recorrieron estos procesos y sus anclajes y redobles con la realidad. Más que bailarina per-se, Cynthia es una performer tan profunda como ecléctica, cuya obra indaga, a rasgos generales, en los pequeños gestos de la vida cotidiana, a los que busca desanclar de sus significados habituales. Su aproximación toma, de todos modos, temáticas densas como uno de sus materiales fundamentales: “Me encanta poder mostrar emociones fuertes y tocar temas que la sociedad pretende esconder o ignorar muchas veces. Pronto realizaré una obra sobra el fenómeno del autismo”, comenta.

"Tacones altos 5", de Cynthia González, en el Teatro El Extranjero. Foto: Gentileza.

«Tacones altos 5», de Cynthia González, en el Teatro El Extranjero. Foto: Gentileza.

Para Cynthia llegar a Latinoamérica fue un momento particularmente importante en su carrera. Ella, quien hoy dirige su propia compañía desde 2008 –Cynthia González Dance Theater-, volvió luego de largo tiempo. Dio sus primeros pasos en la danza en Estados Unidos, en su adolescencia, cuando se radicó con sus padres a comienzos de los ’80 en ese país por motivos de persecución política: “Nos fuimos a Miami desde Bolivia por razones políticas y económicas. Pasamos momentos muy difíciles en Bolivia por varias razones. Mi padre estuvo involucrado en algunos movimientos políticos disidentes. Hubo muchos problemas con este asunto, así como en el país. La obra ‘Mujer Guerra’ justamente es un solo sobre la lucha contra las dictaduras y todo lo inhumano -la tortura-, que ha sucedido en países latinoamericanos como Chile, Argentina, la República Dominicana, Bolivia… Nos fuimos a Miami para poder vivir, no tener miedo y tener para comer. Allí tuve la oportunidad de estudiar en escuelas de artes públicas. No pagaron mis padres nada -era gratis- y a un nivel estupendo. Ingresé en la Escuela de Bellas Artes de Miami –New World School of the Arts– por audición y allí aprendí todo lo necesario para mi carrera como bailarina – ballet, Jazz, flamenco, danza contemporánea-. Empecé a hacer mis primeras coreografías. Los profesores eran casi todos de Nueva York y profesionales con compañías muy conocidas -el New York City Ballet, Alvin Ailey, Martha Graham Dance Company…”.

Cynthia González emigró de Bolivia junto a su familia a Estados Unidos, donde se formó. Foto: PROGR.ch

Cynthia González emigró de Bolivia junto a su familia a Estados Unidos, donde se formó. Foto: PROGR.ch

Muy joven, fue becada para participar y entrenar en Nueva York en el Alvin Ailey Dance Company, David Parsons Dance y con la Isadora Duncan Dance Ensemble. Una experiencia particularmente fuerte fue aquella con la coreógrafa Twyla Tharp y, fundamentalmente, fue útil para saber que necesitaba poder responder a sus impulsos creadores, más que ser «herramienta» de un coreógrafo: “Twlya vino a nuestra escuela en 1996 cuando yo tenía 17 años, para hacer una audición nacional para escoger bailarinas para su nuevo elenco de la obra ‘Tharp!’. Yo ni siquiera sabía. Estaba ensayando otra cosa y llegué tarde. De todos modos, me dieron un número. Habían unas 300 personas. Es una coreógrafa ambiciosa. De comienzo nos dijo a todos en mi grupo que no íbamos quedar, pero que lo pasáramos bien de todos modos. Realmente no me gustó lo que dijo, así que me propuse aceptar su desafío y en mi cabeza pensé: “¿Sabes qué? ¡Sí yo lo voy a lograr y te lo voy y demostrar!”. Y eso es lo que pasó. Nunca me voy a olvidar de la charla con ella después de la audición. Quedó grabado en mi mente incluso después de tantos años. Me dijo en inglés: ‘You are unique and very talented. I see yourself in me and I want to work with you’ (Eres única y talentosa. Me veo en ti y quiero trabajar contigo). Me fui a Nueva York. Tuve que tener mucha paciencia y mucha fuerza porque tiene un temperamento muy difícil. Era la más joven de todo el elenco y aprendí mucho de las jerarquías en las compañías grandes y aquello de ser solamente un ‘instrumento’ para un gran coreógrafo, algo que al final no me gustó. Me di cuenta que lo mío era otra cosa y no ser bailarina en un elenco grande. Así que decidí escuchar a mi voz creativa y a lo que yo puedo y quiero dar al mundo con mi arte. Pero nunca me voy a olvidar de esta experiencia, fue muy valiosa para mí y saber que logré algo que en el fondo de mi corazón, sabía que no era lo mío, pero con la conciencia de agradecer por la oportunidad y saber que eso sí era un sueño para muchas bailarinas”.

Luego, siguió con su carrera en Alemania, un país que le atraía por su tradición creadora contemporánea. Allí hizo en 2002 una maestría en la Escuela de Danza Palucca, en Dresden, becada por el Servicio de Intercambio Académico Alemán y en 2006, el «Meisterklasse», con una beca del Ministerio de Ciencias y Artes de Sajonia. “Me fui a Alemania porque era una jovencita muy rara y ambiciosa. Me di cuenta muy rápido que todo lo que aprendí la New World School of the Arts y otras instituciones en los Estados Unidos ya lo dominaba y estaba un poco cansada de ser la jovencita favorita de todos los profesores, pero no poder seguir adelante de la manera que yo quería”, relata la artista.

Proceso creativo

La técnica Tharp, el flying low, elementos afro-cubanos, los bailes de los indígenas de Bolivia y el Butoh japonés son sus materiales de realización. “Curiosamente mis coreografías son tan diferentes que no se puede decir en el primer momento que son todas las mías. No hay un estilo que se ve o se repite en otras obras mías. Lo que me importa es saber lo que quiero decir y descubrir cómo”, explica.

R: ¿Qué mirás de la escena de la danza en Europa? ¿Cómo vivís los procesos de vanguardia que allí se dan?

CG: La escena de danza en Europa está a un nivel muy alto y lamentablemente muy técnico. El desarrollo de estos procesos son de artistas que pueden hacer una multitud de cosas -cantar opera, pintar, actuar, moverse bien – y todo en un show. Hay un movimiento fuerte de “performance”. Son artistas muy extremos y provocativos y, a mi modo de ver, pueden hacer una multitud de cosas, pero nada particularmente bien. Claro que también depende de dónde uno viva y qué es lo que está “in” o “a la moda”. En Suiza, por ejemplo, gusta ver mucho “performance” y la danza pura está casi perdida. Es la tendencia actual. En cuanto a coreógrafos, hoy se enseñan mucho William Forsythe -sus métodos de improvisación-, la danza-teatro de Pina Bausch, la técnica de Akram Khan, que mezcla el flamenco con un baile del norte de la India y el contemporáneo. El estilo de training para profesionales de David Zambrano y el Flying Low. Hay mucha influencia de grupos de circo como el Cirque du Soleil -que reúne circo, acrobacia, teatro, mima, danza- y mucho del artista performático Ivo Dimichev, que hace obras muy provocativas y agresivas. También, creo que está muy en boga el estilo y coreografía de Ana Teresa de Kammermeyer y su escuela “Parts”, así como también el coreografo y cinesta Wim Wandekeybus, de Bélgica.

R: ¿Cómo vivís el proceso de maduración de una obra?

CG: Es como el proceso de un escultor que, con mucha atención, mucho amor, mucha paciencia va creando su obra, paso por paso, detalle por detalle. Cuando creo que la obra ha llegado a un momento maduro, disfruto, pero uno siempre tiene con muchas dudas. El proceso de maduración de una obra artística nunca acaba. El proceso mismo es lo más valioso y lo más bello que existe en el arte de creación. No son las funciones, ni la experiencia de estar en el escenario. Es exactamente este proceso de creación tan delicado, tan abierto, este estado tan vulnerable que para mi es lo más bello de la danza: la búsqueda misma hasta que se arma la obra.

R: En mi perspectiva, la danza tiene un poder de metáfora, de convertirse en poesía «casi innatamente». En este mismo aspecto, leía que te interesaba trabajar la vida cotidiana en tus obras. Es una disciplina propicia para resignificar hasta lo más pequeño de nuestros gestos habituales. A veces los grandes temas residen en el desgranamiento de las pequeñas acciones. ¿Qué pensás de este poder transformador de la danza?

CG: Sí, las pequeñas acciones y más mínimas pueden llegar a transformar un pensamiento, una manera de ver las cosas, un mundo entero. Es increíble cómo en el baile un gesto pequeño transforma una multitud de cosas-ideas, sentimientos y cómo un movimiento sólo transforma el mundo de una persona y cómo lo percibe. No se necesita mucho en la danza para transformar ideas, sentimientos, dolores, acciones. Los gestos y movimientos tienen su propio idioma y nos llega a todos, pero el poder de la transformación es solamente posible con una bailarina/interprete formidable que entiende que la técnica es secundaria y que lo que uno transmite al bailar es lo más importante. La verdad también es que es muy difícil como intérprete lograr una transformación al bailar, a “trascender”. Lo logré muy pocas veces y me sentí en estos momentos cerca a Dios. Fue algo increíblemente espiritual.

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