Daniel Proietto: Elogio de la innovación

Es uno de los máximos exponentes de la danza contemporánea en Europa. Cree que la danza está en un fuerte momento de transición y de búsqueda y que los bailarines tienen que indagar en la historia de la disciplina para poder avanzar: «Tenemos la obligación de investigar para seguir creando, poder contar lo que hacemos y definir cómo se justifica eso que hacemos».

lunes, 02 de febrero de 2015 | Por Maria José Lavandera

Conocer a Daniel Proietto es una experiencia. Una persona fresca y abierta, con ganas de repensarse todo el tiempo. ¿Parámetros establecidos? Quizás algunos, pero sólo por un tiempo determinado. Este rionegrino treintañero es considerado una de las estrellas de la danza contemporánea en Europa (aunque bien creemos que ese mote quizás poco le interese). Es uno de los artistas favoritos del coreógrafo británico Russell Maliphant, a quien conoció a través, nada menos, que de Sylvie Guillem: su obra AfterLight (Part 1), creada para él, fue nominada para los prestigiosos Laurence Olivier Awards en 2010. También fue motivo del Premio Nacional de Danza del exigente Critics’ Circle británico: para Maliphant como Mejor Coreografía y a Proietto como “Outstanding Male Dancer” (mejor bailarín). Se trató de un break through en su vida: “Íbamos a todos los teatros del mundo, tengo como 300 críticas excelentes, fue como un momento de cambio y muy mágico. De esos que vos decís, realmente no suceden todo el tiempo”, cuenta Daniel en su última visita a Buenos Aires, el pasado diciembre de 2014. No es el único igualmente: ha trabajado mano a mano con Kylián, Scarlett, Walerski, Miller, Naharin…

La danza llegó a su vida a los 9 años a través de su ingreso al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde fue parte de una de las generaciones de bailarines más fructíferas que ha dado esta institución, con artistas como Luciana Paris, Herman Cornejo, Marianela Nuñez, Agustina Galizzi, por nombrar algunos. Ese arribo a la escuela de danza fue parte de una búsqueda artística que, según cuenta, lo acompañó desde muy pequeño. Sin embargo, esta llegada no fue algo que lo hubiera dejado muy tranquilo: “Era raro porque yo había hecho mucho teatro. Después estudié en el Conservatorio Nacional de Música. Mis padres me habían dado muchas opciones: hice cerámica, escultura, tocaba la guitarra, cantaba, hice de todo antes de llegar a la danza. A los 5 ya había hecho como un recorrido (risas). Cuando llegué a la danza, buscaba un lugar en el que explorar mi creatividad. Y le dije a mi mamá que quería ir a la mejor escuela. Pensaba que seguro la mejor escuela era la del Teatro Colón. Como venía del conservatorio, había algo con esto de pertenecer a una escuela que era muy importante. Mi idea igual era después hacer otra cosa. Buscaba una base. Ahí era como la oveja negra. No encontraba mi lugar. Todos estaban como empecinados trabajando sus cosas técnicas, con el ballet, pero mi cabeza volaba a otro lado. Yo pensaba que no podíamos estar haciendo toda esa rutina solamente, sino que tenemos que improvisar, descubrir otras cosas. En ese momento me sentía muy solo, como un bicho raro. Nos daban clases de todo y eso me ayudaba para aprender otras cosas. Pero al no haber una escuela por decir ‘contemporánea’ o con un enfoque creativo, me sentía un poquito solo”, relata el artista.

Daniel Proietto: un artista en constante reconversión. Foto: Alan Lucien Oeyen.

Daniel Proietto: un artista en constante reconversión. Foto: Alan Lucien Oeyen.

De su época de estudiante también recuerda las clases junto al gran Wasil Tupin, Sara Reszotsko y Mario Galizzi, donde compartía con sus compañeros, hoy algunas de las más importantes figuras de la escena internacional, algo que fundamentaba el desafío constante de superarse: “Sentía que era gente muy talentosa, así que había una energía muy especial. Había un fogueo súper sano”, explica Daniel.

Hacia la adolescencia, integró las filas del Teatro Argentino de la Plata. Pero casi en seguida, a los 16 años partió a Chile para ser parte del Ballet Municipal de Santiago; no obstante, allí sólo volvió a constatar que el mundo del ballet no terminaba de convencerlo: “No me sentía muy a gusto, porque no tenían un repertorio muy interesante contemporáneo. En Argentina las compañías clásicas tampoco trabajan mucho esa línea”, indica.

Voló a Europa a audicionar con sueños y un video que le ayudó a preparar el coreógrafo Omar Saravia a través del que pudiera mostrar su amplitud técnica y expresiva. Fue así que pasó a integrar la compañía nacional de danza contemporánea de Noruega, Carte Blanche. A este presente, hace más de 10 años que reside en Oslo, pero hoy como artista invitado por el Ballet de la Opera de Oslo -el Ballet Nacional de Noruega-, un puesto que han diseñado especialmente para él, de modo que pudiera continuar trabajando y creando libremente en otras instituciones y con diversos artistas. Asimismo, es parte de “Winter Guests”, la compañía de Alan Lucien Øyen, coreógrafo actualmente dedicado a la investigación teatral del movimiento, también residente en el ballet nacional. Fueron producciones suyas las recientes “Sinnerman”, ovacionada en el último Festival Internacional de Ballet de La Habana, en la que Proietto parece desintegrarse a través de un traje brillante como si fuera litio, y “Avenida Corrientes” –nombre porteño si los hay- , una producción teatral, que llevó también a una fílmica recientemente estrenada en Nueva York, que recorre con ímpetu tragicómico los entremeses de un coreógrafo y un bailarín quienes, luego de haber vivido un momento de gloria, buscan montar un espectáculo que represente su trabajo durante una década y, valga decirlo, nada resulta como esperan.

"Sinnerman". Foto: Carolina Holden.

«Sinnerman». Foto: Carolina Holden.

Desde 2005 que Daniel trabaja junto a Øyen, en cuyo ámbito también ha logrado desarrollarse como coreógrafo. En 2007 recibió el Primer Premio en la Competencia Internacional de Coreógrafos de Hannover y entre 2009/2010 ocupó el primer puesto en la lista de los mejores artistas internacionales de la revista Dance Europe. En 2011 recibió el premio italiano ApuliArte por su contribución a la reposición de “Fauno” de Cherkaoui, basado en “La Siesta del Fauno” de Nijinsky. También ha elaborado una afamada versión contemporánea de “La muerte del Cisne”, con su obra “Cygne”, en el marco de la producción “En el mundo de Fokine” de la Opera de Oslo. Esta obra fue documentada por Nowness en un bello documental de Margreth Olin y producción nada menos que de Wim Wenders – la parte dos de un recorrido por las “catedrales de la cultura” de Europa.

Pero él, a través de un café y un jugo de naranja en plena avenida Corrientes (ironías de la vida) que excusan la conversación, se trata de plantar y pensar a pesar del éxito que envuelve su tarea como artista. Le gusta revolver los estantes de las estatuillas y encontrar las fisuras. Me llama a no mistificar la experiencia europea: “Yo cuando fui para allá empecé a trabajar con coreógrafos increíbles, pero se me desmoronó todo también. Eso pasa cuando tenés tanta ilusión: se empiezan a dar las cosas y entendés que no hay tal magia. Te das cuenta que nosotros mismos somos parte del movimiento. Somos los que creamos nuevas modas, nuevos conceptos, nuevos estilos. Nosotros. Nadie más que nosotros. Es gente. Gente acá, en la China o en cualquier lado. No hay nada místico realmente acerca de lo que hacemos. Hay algo muy bello, que es que la Argentina tiene mucha gente que la está representando y yo considero que mi estilo es argentino. Es lo que me hace diferente. Bailo muchos solos y a lo sumo, dúos, así que considero que estoy representando a mi país. Que soy parte de lo que aprendí acá, de mis grandes maestros que tuve acá. Creo que tenemos que apreciar eso y saber que en otro lado es igual: hay idas y venidas, altos y bajos, como en todos lados”, comenta.

Y justamente el hecho de que le haya ido bien para él es parte del problema. Algo que es preciso no tomar demasiado en serio, sino el ego puede ser el peor enemigo de un artista que se convenció del “secreto de su éxito”: “Creo que es necesario despojarse del ego y las pretensiones, en un intento de convocar la parte de mayor vulnerabilidad de uno mismo en pos de lograr una conexión. Yo bailo mis angustias, mis alegrías, mis tristezas. Esa es la razón por la que bailo”. Daniel habla rápido y con énfasis. Podría ser pasión, pero no termina de ser el drive. Trato de descubrirlo en medio de sus acentos: es que su intención es el sentido original. Busca verdaderamente en el arte un profundo espacio de autenticidad.

Y el del arte es un mundo que vive en reconstrucción constante. Hoy más que nunca, comenta. Y piensa que la actual esquizofrenia de la fluidez permanente de significados es fructífera. Desde su perspectiva, vivimos un momento de estallido de creatividad que avanza un poco alocadamente en diversos sentidos, pero que eventualmente comenzará a decantar: “Hay muchas cosas que he visto en el último tiempo con las que no estoy de acuerdo o no me comunican del todo. Me parece que estamos en un momento de búsqueda muy, muy fuerte. Todos. Estamos en un momento de cambio muy fuerte por la media, por Internet, por la extrema información que nos está llegando. No estábamos acostumbrados a esto. Todo lo podés devorar por Internet. Podés aprender solo. Creo que hay un momento de autodidactismo muy potente. Esto favorece el cuestionamiento y el desarrollo de distintas identidades. Me parece que es un momento de búsqueda y luego sí, vamos a tener que volver un poco a la tradición, como siempre. A cierta tradición, pero ya con otra información, con otras perspectivas de abordaje. Creo que no es un momento de lo más interesante respecto de lo que está pasando –sí hay cosas interesantes aquí o allí-, pero es un momento de búsqueda e investigación en la danza para realmente reubicarnos y encontrar nuestro lugar de nuevo. Los nuevos medios, las nuevas tecnologías han generado posibilidades de cruce, que hasta ahora no eran posibles. El proceso de explosión de propuestas decanta y hay que ver qué de todo eso sobrevive. Seguramente van a sobrevivir los estudiosos”, indica el artista.

Piensa que es obligación de los bailarines entender la historia de la danza para poder avanzar. Foto: Robin Conway.

Piensa que es obligación de los bailarines entender la historia de la danza para poder avanzar. Foto: Robin Conway.

Desde su perspectiva, es así que la danza desde hace varios años comenzó a colarse entre los espacios más diversos, lo cual termina por ofrecer una divulgación y una renovación que deben ser aprovechadas creativamente: “En los últimos años se dio también como un revivir de la danza popular en el cine, en la televisión, en internet. Ahora viene el preguntarnos cómo utilizamos creativamente toda esta ebullición y cómo mostramos lo que nosotros queremos mostrar y desarrollar. Es un momento de cambio, diría. Es eso. Es una transición y se da a nivel global. Es el re-aprender que todo puede ser arte y que todo está comunicado. No que la danza es la danza, el teatro es teatro y el movimiento es movimiento. Me parece que es el re-aprender cómo utilizamos todo eso. Cómo nos unimos con otros artistas, cómo intercambiamos, cómo aprendemos desde la pintura y cómo los pintores tienen que aprender de nosotros los bailarines. Son tendencias. Vamos creando tendencias como en todo. Muchas veces pasa sin que nos demos cuenta, pero me parece que le podemos dar un enfoque más claro si somos conscientes de lo que está pasando”.

R: ¿Y qué hace falta para dar cauce a todo este gran proceso de cambio?

DP: Por un lado, creo que hace falta gente creativa en la dirección y que tengan la ambición de crear, de estar al borde de las tendencias, querer ser los que las empujan. Eso no va a pasar casualmente. Uno puede ser parte de un cambio y es bueno darse cuenta cuando esos cambios están sucediendo. También creo que los bailarines tenemos que estudiar más de historia. No estudiamos nuestra historia. Tampoco hay tanto escrito, pero tenemos la obligación de investigar para seguir creando y poder contar lo que hacemos, cómo se justifica eso que hacemos. Otro problema que tenemos los bailarines es que no sabemos hablar de la danza. No sabemos hablar de lo que hacemos. Viene el público y dice que no entiende, pero ni nosotros entendemos qué es lo que hacemos. Es indispensable articularlo, que quede plasmado y que la gente lo pueda leer para ir creando una historia, que se vaya sentando precedente de qué es lo que estamos generando. La historia se va haciendo día a día. Es ver con quién y con qué nos estamos relacionando ahora. En mi caso, estudio mucho a nivel sociológico e histórico qué es lo que vamos creando. Creo que tenemos que ser conscientes de qué movimiento estaba sucediendo hace tres años, qué está pasando ahora, qué creemos que va a pasar, cómo nosotros somos parte de lo que va a venir y cómo nos ubicamos para ser parte de ese cambio.

Para él, la danza es un recurso abierta: nada queda indemne. La amalgama de nuevos espacios y herramientas puede generar las transformaciones más profundas, incluso desde los ámbitos que podrían considerarse, a simple vista, más conservadores. Enamorado de los Ballets Rusos, que investigó especialmente, entiende que es a partir de ellos que se da una de las transformaciones fundamentales de la disciplina y rescata el hecho de que se produjo en el seno de la más pura danza clásica: “Es la época para mí de un momento de cambio y de fogueo, tal vez el más interesante de la historia de la danza, por las conexiones del mundo del arte visual, de la música, un momento de un ataque contemporáneo muy heavy, y venía de grandes bailarines de ballet, pero innovadores al mango. El bailarín clásico tenía la responsabilidad de innovar. Sí se hacía el repertorio clásico, pero ellos innovaban todo el tiempo, bailaban con sandalias, hacían zapateo. Nijinsky fue su mayor exponente, que trajo otro mundo a la danza. ‘El Espectro de la Rosa’, la primera obra andrógina de la historia, un trabajo erótico en el Fauno, una provocación, un abordaje desde la sensualidad. Después hubo de nuevo un amesetamiento. Pero si vamos a las raíces de nuevo, nos sorprendemos de los puntos de desarrollo a los que llegaron. No hay quiebre entre el ballet y la danza contemporánea. Todo es uno. Para mí está todo ahí”.

Relata que en la Opera de Oslo han entendido esto como una de sus premisas fundamentales de trabajo: “Ya no hay tabú, un bailarín clásico sabe que te dicen que cantás, y tenés que cantar. Está en uno la preocupación de tener que estar preparado. Noruega es uno de los países que más está empujando esto a nivel mundial. Es una de las cosas por las que me fui primero ahí: es un lugar donde no tienen tradición en la danza. Entonces ellos rompen reglas a diestra y siniestra, sin importarles nada, porque no tienen que respetar ciertos marcos, como sí sucede en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, donde tienen sus tradiciones puntuales o se sienten atados a una regla. Están dispuestos a todo. Y traen por ejemplo, al Maestro Kylián. Él no va nunca a ningún lado y con nosotros viene y se queda dos semanas. Viene Forsythe. Hay muchas compañías que están haciendo sus obras, pero no tienen la presencia del coreógrafo. En ese sentido, es genial. Yo espero que se tome un poco más como ejemplo y que puedan irradiar más este tipo de dinámica y cambio”.

Es un convencido de que los desarrollos artísticos contemporáneos debieran tener posibilidad de ser mostrados para la mayor cantidad de personas posible, algo que para él es un norte. “A mí me interesa llegar a la mayor parte del público. Yo me siento feliz cuando realmente voy con cosas extremadamente contemporáneas al Festival Internacional de La Habana y es un éxito. Eso me hace tan feliz. Que la gente abra la cabeza y cuanto más, mejor. Tener lleno un teatro de 3000 personas y que la gente se haya ido con una experiencia que nunca hayan visto, me parece súper interesante”.

El arte lo atraviesa de lado a lado. Y su situación laboral en verdad es tan atípica como su inmenso talento. Es lo que comúnmente podríamos denominar “freelancer”: goza de la libertad artística que persigue, materializada en su método de trabajo. “Yo me siento un afortunado y agradecido de la vida porque siempre he hecho lo que he querido, he elegido qué hacer. Casi no conozco gente en mi situación en Europa. No es normal. Yo tuve mucha, mucha suerte. Me he sentido muy afortunado y por eso le puse tanto trabajo. Si trabajo en un proyecto, estoy las 24 horas. Mi tiempo no termina en el estudio. También porque hay como un enamoramiento artístico. Con la gente que trabajo, tenemos realmente la misma visión, la misma ideología, o la misma energía en la búsqueda. Lo vamos buscando juntos”.

En Buenos Aires, cerquita de Abasto, se reencontró para trabajar nuevamente con Omar Saravia: “Me encanta sorprender con algo diferente. Estamos trabajando con música de Bowie. Siempre atacando iconos, cono Nina Simone, Nijinsky, Bowie. Esa es tal vez la línea de lo que hago, que es ‘atacar’ esos artistas clave. Pero tenía ganas de hacer algo completamente diferente y el concepto que me había presentado él hace dos años me había quedado rondando en la cabeza”.

Actualmente está indagando en el tópico de los cruces culturales que nutren el arte para un gran proyecto que aguarda en 2016: “Es una co-producción de muchos teatros grandes de diferentes países. Me conoció un productor en Japón, y me dijo que quería que fuera a investigar el teatro kabuki [género tradicional de ese país fundado en danza y canto]. Fui a estudiar con los onnagatas, los actores que hacen de mujeres en kabuki. Me quedé un mes con una maestra que venía de una familia muy tradicional de la enseñanza de kabuki. No hay escuela de esta danza, sino que es un conocimiento que se pasa a través de las generaciones. Son familias que vienen de 400 años atrás con tradiciones. Es un mundo súper exclusivo y no hay modo de quebrarlo. Yo caí ahí y no lo podía creer. Tomaba clases de 8 horas con traductor. Me interné ese mes ahí, y al final de ese mes, ella de a poco me fue enseñando un solo de 30 minutos. Cuando terminamos me dijo: ‘Ahora se te ve que sos japonés y te lo podemos ceder para que lo hagas cuando quieras’. Quedé con esa vena porque yo en ese momento tenía otros proyectos y no podía hacerlo. Le comenté a Alan y pensé que podíamos usar esto y deconstruirlo todo, mezclarlo con videos, con texto. Hacerlo multidisciplinario. De pronto, se sumó que conocimos a un bailarín japonés de flamenco de 75 años, increíble: Shoji Kojima. Lo que queremos hacer ahora es unir las historias desde un lado personal y pensar cómo los artistas dejamos nuestra cultura a través de nuestro arte, nos vamos a otra completamente diferente y tradicional, pero lo cierto es que esto sucede sin poder nunca trasponerse del todo. Yo nunca voy a poder ser japonés y él jamás va a poder ser gitano. Va a ser un relato personal, intimista, pero con mucha producción”.

Hablar con Daniel es interesante. Cuesta no querer continuar. Es inspirador, energizante. Y uno termina un poco contagiado de este espíritu. Que no hay espacios donde la inspiración no arroje una cuerda.