Danza en las cárceles: La revolución de los cuerpos

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera “La realidad es que estoy preso, en una cárcel /Lo real es que soy libre, demasiado libre”. “Diferencias invisibles”, de Camilo Blajaquis Que la danza es la mejor medicina para algunos espíritus y cuerpos inquietos, ya es casi un cliché. Que puede sanar, también. Pero deja de ser […]

jueves, 23 de enero de 2014 |

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera

La realidad es que estoy preso, en una cárcel /Lo real es que soy libre, demasiado libre”.

“Diferencias invisibles”, de Camilo Blajaquis

Que la danza es la mejor medicina para algunos espíritus y cuerpos inquietos, ya es casi un cliché. Que puede sanar, también. Pero deja de ser sólo “un cliché” o una frase bonita cuando encuentra arraigo material en experiencias tangibles que sostienen estas prerrogativas. Un ejemplo comentado en estas páginas fueron las iniciativas que la utilizaron para contrarrestar los efectos en los enfermos con el Mal de Parkinson, a cargo de los integrantes del English National Ballet. Otra experiencia surreal que ha llevado la danza a convertirse en una maravillosa práctica de reflexión es aquella vivida en las prisiones.

Hace unos días llegó a mí la experiencia de un grupo de presos en una cárcel de seguridad media en el estado de Nueva York, llamada Woodbourne Correctional Facility. Apoyada por una organización denominada “Rehabilitación a través del arte” (Rehabilitation through the arts), una maestra de danza infantil, Susan Slotnick, creó el primer y único programa de danza para varones en una cárcel norteamericana. Y, además, es uno de los pocos a nivel mundial. Esta mujer que hoy tiene casi 70 años, se dedicó a ofrecer a estos hombres una posibilidad nueva a través del movimiento, invirtiendo en ellos seis horas de cada uno de sus domingos desde hace siete años.

Fue así que nació el grupo “Figures in Flight: Released”, que significa algo así como “figuras en vuelo: liberadas”, con seis integrantes, muchachos en que habitualmente no se depositaba demasiada fe: la mayoría había pasado casi la mitad de sus vidas tras las rejas, condenados por asesinato, tráfico de drogas u ofensas sexuales.

Los resultados son no sólo emocionantes de ver, sino que restauran cualquier esperanza perdida en la humanidad. Hoy el grupo es convocado a bailar en distintos espacios, como otras cárceles e incluso teatros, junto a compañías profesionales. Todos los miembros del grupo han ya salido de prisión y continúan bailando, en vistas a profesionalizarse cada vez más.

Cada clase que Susan Slotnick ofrece en la prisión consiste en dos partes. Por un lado, realizan ejercicios y coreografías de impronta moderna – con remembranzas al trabajo de Alvin Ailey y de Graham, quien creó su estilo justamente fundándose en la concepción de que la danza debe transmitir la esencia humana-, aunque también aplica tap, jazz y algo de ballet. En segundo lugar, luego del movimiento, todos los asistentes se sientan en círculo y conversan acerca de sus emociones. Slotnick llama a sus clases de danza, “clases de filosofía”. Y sin duda que lo son. “La mayoría de mis chicos eran adolescentes cuando cometieron sus crímenes”, dijo ella a la cadena de noticias canadiense CBC a colación de una entrevista realizada en diciembre último. Asimismo, enfatizó el hecho de que los convictos con los que trabaja no tuvieron posibilidad de ir a buenas escuelas, ni tuvieron padres presentes y fueron incluso víctimas de racismo institucionalizado.

Slotnick comentó en la mencionada entrevista que la danza no sólo ha mejorado sus habilidades físicas, sino verbales. Uno de los convictos, Albert, indicó al respecto: “La danza me mostró que no importa lo que hagas, uno siempre tiene una opción. Me enseñó a interactuar. Tanto físicamente como verbalmente. Mi mala elección fue que yo no me comunicaba. No pedía ayuda. Ahora aprendí de mi error. Aprendí que no estoy solo”.

Una clase de Susan Slotnick en la Woodbourne Correctional Facility, cárcel de media seguridad. Foto: cbc.ca

Una clase de Susan Slotnick en la Woodbourne Correctional Facility, cárcel de media seguridad. Foto: cbc.ca

Dave Moltavo, un miembro de “Figures in Flight” liberado en enero de 2012 luego de 20 años de prisión acusado por homicidio, cuenta en una entrevista con la revista estadounidense Psychology Tomorrow, que “en la danza sos vos mismo, directamente desde el alma. Me ha enseñado a trabajar con otra gente, aceptar sus fallas y las mías. Yo era un tonto, seducido por la vida callejera e involucrado en muchas actividades negativas cuando entré en la cárcel. Bailar frente a otros 400 presos fue difícil. Un compañero de hecho vino y me dijo: ‘Ya no sos el mismo tipo que yo respetaba. ¿Bailar?¿Qué te pasa?’ Yo le respondí: ‘Estoy viviendo de un modo distinto ahora. Esto significa crecimiento y si no lo podés respetar, es tema tuyo’. No me habló por algunos meses. Pero luego vino a otro recital y luego volvió y me dijo: ‘Dave, me gustaría disculparme. Te respeto tanto ahora. Me has probado que no es necesario que muestre esta fachada, sino que puedo ser quien yo quiera y estar orgulloso de eso’”. Para él, “que lo ha vivido”, es claro que las artes pueden ayudar a lograr una fuerte transformación personal: “Yo he aprendido a esperar más de mí mismo. Re-ajustarse a eso es difícil, pero incluso las desilusiones me han ayudado a crecer y cada día afuera es un día hermoso”.

"Figures in Flight" en acción. Foto: Facebook Figures in Flight Released.

«Figures in Flight» en acción. Foto: Facebook Figures in Flight Released.

El nacimiento del programa

Luego de una breve experiencia enseñando en un reformatorio y para llevar adelante su idea de un programa de danza para varones, Susan Slotnick se acercó a la organización “Rehabilitation through the Arts” (RTA), un grupo fundado en la legendaria cárcel de máxima seguridad “Sing Sing” en 1996 gracias al esfuerzo de una serie de voluntarios con la convicción de que las artes creativas son un instrumento ineludible para la transformación social y cognitiva de quienes están cautivos.

Esta organización se formó con el objetivo de subsanar los recortes presupuestarios que realizó el gobierno estadounidense a los programas humanísticos para las cárceles durante los años ‘90. Según se justificaba entonces, este tipo de enseñanzas debían reemplazarse por otras que les permitieran a los presos conseguir efectivamente un trabajo cuando salieran de la cárcel. Hoy, 17 años después, desde RTA ofrecen en cinco cárceles del estado de Nueva York todo tipo de actividades, tales como teatro, danza, escritura creativa, cine, artes visuales, literatura dramática, canto y cuentan con dos programas especiales: uno para las convictas en la cárcel de Bedford Hills, la única de máxima seguridad para mujeres en Estados Unidos, y otro junto al Departamento de Doctorado en Educación Teatral de la Universidad de Nueva York (NYU), cuyos profesores y alumnos proveen a los participantes distintas experiencias teatrales, así como talleres de improvisación, mimo y comedia física.

Para Slotnick, quien ha visto cómo el arte –y la danza- cambió efectivamente la vida de sus alumnos, la sociedad no se puede permitir no intentar ayudar y mostrar otro camino a aquellos que han cometido serios errores, dado que queda demostrado el poder de la expresión artística para engendrar un cambio duradero y genuino en la voluntad de las personas.

Arte en cárceles en Argentina

En nuestro país, la coreógrafa Andrea Servera, directora hoy del espectacular Combinado Argentino de Danza (CAD) –que reúne técnicas contemporáneas, de hip hop y malambo al son de las mezclas de DJ Diamante-, fue docente de danza en el programa de artes del Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires en la cárcel de mujeres de Ezeiza hacia el año 2003 –programa que hoy continúa con diversas disciplinas y más de 900 alumnos -, de cuyo trabajo resultó un corto documental en video-danza llamado “Ezeiza”, lanzado en 2005. “Una de las cosas que me di cuenta en este tiempo es que el tema no pasa por cuánto se están perdiendo los presos de lo que pasa afuera sino cuánto nos perdemos nosotros por no darle a esta gente una oportunidad de crecer y crear”, dijo la artista al diario Página 12 en una antigua nota que daba cuenta de la experiencia.

Andrea está fuertemente comprometida con la potencia transformadora del arte y la ha puesto en práctica también a través de la Fundación “Crear Vale la Pena”, una ONG que considera que el arte es “un obrar productivo que despliega, junto con la dimensión material, la presencia humana desde una perspectiva simbólica. El amor, la poesía, la política y el pensamiento son un mismo paño de imágenes en el que el arte obra como fuerza transformadora que incluye a todos, ligada a la construcción de identidades y al sentido social”. En entrevista con REVOL en 2013, Andrea explicó por qué la danza es tan particular en el universo de las artes para potenciar movimientos de transformación: “La danza, en particular, creo que al poner el cuerpo en  acción, pone todo en juego: la salud, las relaciones, los cuidados, los valores (…) Un cuerpo puede ser revolucionario; el movimiento también,  desde su motor, desde lo que propone, desde su existencia pura. Si te lleva a pensar, a mirar al otro, a la emoción o a la risa, si te modifica, te obliga a hacerte preguntas, son pequeñas revoluciones, cambios necesarios, útiles. (…) Ser artista es  accionar, insistir y resistir”.

Por su parte, la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación tiene su programa de Arte en las Cárceles, que, si bien no cuenta aún con clases de danza, sí ha encomendado en mayo de 2013 por primera vez a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea a presentarse en el Complejo Penitenciario Federal N° 1 de Ezeiza, como parte del taller de percusión. Luego de la intervención escénica, se produjo un intercambio con los internos. Hasta 2013, el programa ofrecía taller de percusión en el Complejo Penitenciaro Federal 1 de Varones de Ezeiza; taller de canto en el Complejo Penitenciario Federal IV. CRD (Centro de Rehabilitación de Drogadependencia) de mujeres y taller de guitarra en el Centro Federal de Detención de Mujeres, y en el Complejo Penitenciario Federal IV.

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César González, alias «Camilo Blajaquis», un poeta nacido en las antípodas de los reformatorios de menores, gracias a la guía de un maestro de magia, descubrió la literatura. De allí en más, su dolor y su encierro fueron arte, un arte que comenzó en poemas y hoy, tiempo después, es también cine –estrenó el 2013 su primer película “Diagnóstico Esperanza”. Nombre elocuente si lo hay.

me daban ganas de escribir / y el viento me decía que no / que guarde paciencia y fe / que brindar amor en el infierno / rompería todas las cadenas”. “Opacos colores”, de Camilo Blajaquis.