DANZA NEOCLÁSICA: LOS DESAFÍOS DE UN ESTILO EN TRANSICIÓN

Columna Por Lic. Melina Díaz Escribo para decir lo que quizá no deba decirse: algo me impedía aplaudir. Algo se había desencajado, algo había fallado. La cortesía, lo socialmente esperado y ellos aguardaban que aplauda, pero en un instante me extrapolé bestialmente a una pregunta: ¿por qué se debe aplaudir lo que no conmueve? Una de las pioneras de […]

domingo, 14 de abril de 2013 |

Columna

Por Lic. Melina Díaz

Escribo para decir lo que quizá no deba decirse: algo me impedía aplaudir. Algo se había desencajado, algo había fallado. La cortesía, lo socialmente esperado y ellos aguardaban que aplauda, pero en un instante me extrapolé bestialmente a una pregunta: ¿por qué se debe aplaudir lo que no conmueve? Una de las pioneras de la danza moderna –en técnica release–, Mary O´Donnell Fulkerson, defendía las decisiones que provienen de sueños exaltados y fantasías exacerbadas. Me da felicidad aplaudir con desenfado las obras que me movilizan de pies a cabeza, me siento humana cuando me afecta una interpretación desgarradora, me da terrible envidia ver desde mi butaca esos saltos y pique piruettes impecables. Pero cuando eso no sucede, intento no ser hipócrita.

Hace poco presencié Trilogía Neoclásica III, programa ofrecido por el Teatro Colón como apertura de temporada. Tres obras de diferentes coreógrafos, sin nexo, utilizando el lenguaje abstracto. Una de ellas, de Eric Frédéric, me mantuvo expectante durante toda la obra: movimientos híper frenéticos con una música machacante que me socavaba y despojaba cada vez más. En contraposición, otra de las coreografías, –Vivaldi en concierto, con coreografía de Lidia Segni-, llegó al último acorde con una construcción bien lograda pero que no había movilizado a nadie. Afirmo: a nadie. Eso se presiente en el ambiente. Sin embargo, terminó la puesta en escena y uno debía aplaudir. Esa es siempre la exigencia. Suele suceder, que a la salida de una función algunas personas distingan una obra que no descolló ni por la técnica ni por la interpretación, pero es elogiada por el renombre o la trayectoria de su coreógrafo.

"Vivaldi en Concierto", con coreografía de Lidia Segni. Bailan Nadia Muzyca y Matías Santos. Foto: Prensa|Teatro Colón

Observar desde lo superficial, opinar favorablemente solamente porque es lo esperado, o sobar a un referente artístico: trampas del formalismo estético que obligan a hacer comentarios respetables, independientemente de la huella que deje la composición artística. Ahora, yo les pregunto: ¿qué parte de la obra es la que ha quedado retumbando en el espíritu? Este espectáculo fue el puntapié que destapó una opinión personal: el estilo neoclásico atraviesa actualmente una crisis de identificación, corriendo el riesgo de auto flagelarse en su mordaz resistencia.

"Fuga Técnica", con Carla Vincelli y Juan Pablo Ledo, en la apertura de la temporada de ballet del Teatro Colón 2013, parte de "Trilogía neoclásica III".

Andanzas históricas del neoclásico

Durante la primera mitad del siglo XX se experimentó en Estados Unidos una revolución en el ambiente de la danza. Fue Isadora Duncan quien se manifestó en oposición a los cánones de la danza clásica y defendió otro estilo, libre y ausente de reglas. A su vez, diversos creadores escénicos de Europa se animaron a probar nuevas estéticas y formas de expresión, partiendo siempre del lenguaje clásico. Hoy, George Balanchine, coreógrafo ruso-norteamericano, es el máximo referente de la danza neoclásica.  Sin embargo, el proclamado cuestionamiento de formas y narrativas de todas estas obras ha quedado en el mero formalismo, ya que su puesta en escena es una distorsión del estilo clásico.

Desde un análisis estructural, el neoclásico se distingue por las manos y pies flexionados, posiciones fuera de centro y una vestimenta que no encarna a un personaje. La técnica procede de la académica, pero las formas y pasos se alejan del romanticismo y adquieren una dimensión expresiva menos encorsetada y con mayor fluidez en torso y extremidades. Actualmente, su rasgo más distintivo está en la ausencia de necesidad de narrar historias.

Un discurso contradictorio

Debo hacer una salvedad para que mis palabras no suenen arbitrarias e injustas. El desajuste radica en la incongruencia entre el discurso que predica y la manifestación que ejerce, no en la calidad del movimiento, que es por demás agraciado. Fue Serge Lifar quien propuso en su Tratado de la Danza Académica de 1949 que la técnica neoclásica era una oposición a la danza  –“antinatural y petrificada”– clásica. Sin embargo, 60 años más tarde el neoclásico murmulla lo que amonestó: un estilo refinado, basado en el lenguaje abstracto y en la perfección de la técnica. Entonces, siendo sincera, no distingo en la obra neoclásica ese originario “carácter innovador y revolucionario” que promulga su tratado inicial. Y no existe porque actualmente otros estilos y técnicas como el contemporáneo –dentro del cual se encuentran, a su vez, el graham, muller, release, contact improvisation, y butoh– reestructuran constantemente su lenguaje, llevando a extremos impensados el discurso de la composición dancística, cuestionando verdaderamente aquella danza petrificada.

El estilo neoclásico es una transición embarazosa que incomoda en su valoración. Se encuentra en el medio del trance: clásico-moderno, puntas-descalzos, técnica-mensaje, mímesis-diégesis. Ello conlleva a la ausencia de un lenguaje que le sea inherente y esencial, corriendo el constante peligro de destruirse por su propio oportunismo: la danza neoclásica adopta fórmulas diversas desde las más refinadas –como las de Tudor y Mac Millan– hasta las más atrevidas –Cranko–, abstractas –Balanchine– y expresivas –Robbins–, pasando por el eclecticismo –Béjart–, hasta las radicales y condensadas –Neumeier y Kylián–. Hoy en día, no existen fronteras entre los diferentes lenguajes y estilos, pero el clásico es inconfundible por su técnica, la historia que narra y los personajes que interactúan; en tanto el contemporáneo ha avanzado en la representación de historias reales y urbanas. Cabe preguntarse entonces, si ha habido un agotamiento del lenguaje neoclásico y nos encontramos ante un nuevo periodo de reflexión.

"Fuga Técnica", de Fréderic.Foto: Prensa|Teatro Colón

Desafíos de un estilo

La danza neoclásica se encuentra trucada en su discurso: crea situaciones bien logradas técnicamente pero sin capacidad de inquietar la mirada. Defiendo las atracciones enigmáticas, las pasiones irrefrenables que movilizan mi butaca. Cuando se suben al escenario, yo quiero que sean personas, ver su especificidad, que me hablen con el cuerpo. Defiendo a ultranza a Pina Bausch: “A mí no me importa cómo se mueve un bailarín, lo que me importa es qué lo hace moverse”. El reto debería ser reacondicionar el paradigma neoclásico, colorearlo diacrónicamente para poner al alcance del público una propuesta escénica que no sólo evidencie su perfección técnica sino también su esencia. Que sea una corriente artística capaz de renovarse, que escape a los convencionalismos y explosione como una producción noble y retadora que nos cautive y provoque.