Darío Franconi y Carolina Aguero, del Ballet de Hamburgo

Por María José Lavandera Carolina Agüero y Darío Franconi son, ante todo, una pareja linda y sonriente, con una niña revoltosa y tan linda como ellos. Parecen una pareja como cualquiera. Pero verdaderamente no lo son. Ellos son bailarines principales nada menos que en el Ballet de Hamburgo, dirigido por el gran Maestro estadounidense John […]

lunes, 11 de noviembre de 2013 |

Por María José Lavandera

Carolina Agüero y Darío Franconi son, ante todo, una pareja linda y sonriente, con una niña revoltosa y tan linda como ellos. Parecen una pareja como cualquiera. Pero verdaderamente no lo son. Ellos son bailarines principales nada menos que en el Ballet de Hamburgo, dirigido por el gran Maestro estadounidense John Neumeier, quien tiene su titularidad desde 1973 y cuya permanencia ha sido asegurada recientemente hasta 2019. Ambos fueron elegidos por él, uno de los coreógrafos de culto de los últimos cincuenta años, para estrenar una de sus obras -«La Gaviota»- en el Ballet Nacional de Finlandia, donde fueron primeras figuras hasta 2006, año a partir del cual fueron contratados por el artista para integrar su compañía, por cuyas filas han pasado glorias como Maria Taglioni y Fanny Elsler. Ésta se destaca especialmente por el ejercicio constante de estrenos –fieles, en general, al estilo neoclásico de Neumeier que busca en la danza un modo de expresar historias de fuerte contenido dramático- y por un trabajo físico y artístico exigentísimo liderado por su director, quien, con sus 71 años, no para, aseguran Carolina y Darío. “Si él no para, menos nosotros los bailarines”, dicen, entre risas, casi al unísono.

La trayectoria de esta pareja de cordobeses en Europa –comenzaron en las compañías de Dresden y Stuttgart, se desarrollaron fuertemente en Finlandia, para desembarcar finalmente en Hamburgo-  fue una interesante búsqueda artística, a la que no le faltó esfuerzo, pasión y coraje. Hoy podemos afirmar que la medida de su voluntad es correlativa a la excelsa calidad que han alcanzado como artistas. Su historia se caracteriza por una indagación constante y una entrega al desafío. El trabajo y superación de barreras para hacer sus carreras profesionales –hoy tan bellas las de ambos- acompañaron también, en paralelo, el amor que comparten desde hace más de diez años.

Carolina fue ganadora del Premio Edvard Fazer en Finlandia en 2004, uno de los más importantes a las artes de ese país, creado en honor a quien fuera uno de los principales promotores de la vida artística en la Ópera nacional, y el Premio Konex, en Argentina, en 2009.

Entre miradas cómplices y un té, casi al final de una fugaz visita a la Argentina, Carolina y Darío nos contaron su historia:

R: La pregunta obligada… ¿cómo fueron sus comienzos en esta profesión?  

Carolina: Cuando yo tenía tres años, mi madre me mandó a estudiar folclore, así gastaba un poquito de energía (risas). Se ve que me iba muy bien, porque era muy coordinada -según lo que le decían a mi mamá-; siempre me ponía adelante, me salían todas las coreografías. A los seis años, me mandó a estudiar clásico, español, de todo. A los doce, empecé en el Teatro Libertador San Martín, en Córdoba, y me dediqué sólo al clásico. Iba al teatro y luego a clases particulares con Irupé Pereira Parodi y Jorge Tomín. Luego entré al Ballet oficial de Córdoba, estudié con Teresa del Cerro, quien estuvo en Alemania mucho tiempo; luego me fui a Buenos Aires, que fue cuando bailé en el Ballet Argentino de Julio Bocca.

Darío: Yo empecé porque mi hermana bailaba y se dio que mi mamá se entusiasmó mucho. Justo en ese momento, coincidió que Julio [Bocca] ganaba la Medalla de Oro en Moscú, y apareció en todos los medios. Y a mi mamá se le abrieron los ojos y dijo: “Darío, por qué no probás”. Yo tenía entre 11 y 12 años. Y en ese momento me pareció bien probar. La razón fue que me dijo: “Si probás, te doy 5 australes” (risas). Pero yo respondí: “Si pruebo y no me gusta, ¿me los das igual?” (risas). En una academia de barrio, me dieron una clase particular. Fui y lo pasé bien. Pero al salir, yo creo que más por los prejuicios, le dije a mi madre que no me gustaba. Ella sintió una corazonada, habló con el maestro, él le dijo que tenía algún talento, y me dice: “Qué lástima que no te gustó porque ya pagué el mes” (risas). Así que terminé yendo igual. Iba al colegio, hacía fútbol, así que fue un poco una lucha; me rehusaba bastante a ir. Una vez adentro, disfrutaba y no me importaba. Después a los 14 años, entré al Colón y ahí, ya en contacto con otros chicos de mi edad que hacían lo mismo, me decidí a que bailar era lo que yo quería hacer. No pude igual cursar mucho ni 5° ni 6° año, porque ya en ese momento Maximiliano Guerra armó su grupo de danza y entré a bailar ahí. Luego formé parte también del Ballet Argentino de Julio Bocca.

R: Viniendo ambos de Córdoba, ¿cómo fue ese proceso de llegada a Buenos Aires?

Carolina: Yo la verdad que soy una persona muy simple y me fue un poco difícil, porque descubrí muchos celos en el ambiente allí.

Darío: Es que ella fue invitada por Julio Bocca para bailar con él en el Ballet Argentino. No audicionó para la compañía. Y fue repentino. Nadie la conocía…

Carolina: (Sonríe tímidamente) Yo estaba haciendo clases en la compañía de Córdoba y justo la compañía de Julio estaba de gira. Fue Lidia [Segni] a ver y me pidió hacer una clase con el Ballet Argentino, junto a otro compañero. Y me eligieron. Para mí fue algo muy lindo, pero muy repentino. Me eligieron para bailar con él, pero yo nunca había tenido clase de partenaire. A partir de ese momento practicaba con los chicos en la clase (risas). Se ve que tenía buena coordinación, porque no tenía muchos problemas. Y ahí lo conocí a Darío. La verdad que en Córdoba era diferente; teníamos competencia, pero nos ayudábamos entre nosotras, era un poco más sano. Pero bueno, en todos lados está eso y uno aprende. No estuve mucho tiempo en la compañía.

Darío: Yo no sufrí tanto el desarraigo. Mi hermana vino a hacer los últimos años del perfeccionamiento en el Teatro Colón. Ella se quedó un año y me cuidó muchísimo. Entre los varones además hay bastante camaradería. Y con Caro ya nos conocíamos de antes por compartir maestros, pero al haberme ido de Córdoba antes, hubo un tiempo largo en que perdimos contacto; fue en la primera gira que compartimos en el Ballet Argentino que nos pusimos de novios. Y juntos fue que decidimos cambiar de aire luego de un tiempo allí. Teníamos ganas de bailar en una compañía grande, con otros repertorios… Yo siempre voy a decir igual que la compañía de Julio me ha dado mucho y le ha dado mucho a muchos chicos. Yo estuve con ellos casi cuatro años. Sin embargo, teníamos ganas de empezar a contar historias en el escenario, desarrollar personajes, no tanto hacer sólo galas. Pensamos en ese momento que irnos a Europa era el camino a seguir.

"El Lago de los Cisnes", en coreografía de Rudi Van Dantzig. Foto: Sakari Viika.

«El Lago de los Cisnes», en coreografía de Rudi Van Dantzig. Foto: Sakari Viika.

R: Volviendo a su historia en Buenos Aires, sé que fueron alumnos muy queridos por otra gran pareja de maestros memorables y que los ayudaron en su momento. ¿Cómo fue que llegaron a Olga Ferri y Enrique Lommi?

C: Yo conocía Olga de nombre desde que era chiquita, por lo que se contaba. Siempre tuve la buena suerte de que me han becado para estudiar. Mi mamá sostenía mi casa y fue gracias a las becas que pude seguir estudiando. Cuando fui a la competencia de Chaco en 1991, gané la Medalla de Oro y ahí estaba Olga como jurado. Ella siempre me decía: “Ay, tu Cisne Negro, qué lindo” (risas). Además del premio, me dio una beca, pero yo no podía ir a Buenos Aires por ciertas circunstancias económicas y ella me dijo que usara su beca cada vez que fuera. En esas ocasiones traté de absorber todo de ella. Su forma de enseñar era muy distinta a la de otros maestros; nos regalaba sus experiencias como bailarina. Siempre que contaba una anécdota nos quedábamos escuchándola.

D: Yo tuve la mala suerte de tomar clases con Olga y Enrique en mi última etapa en Buenos Aires. Había escuchado mucho de ellos, pero los descubrí más tarde. Una vez que empecé, traté de ir cuanto más pude y aprovechar cada clase. Todo lo hacían con un amor enorme. Si se tenían que quedar media hora más con vos, se quedaban. Con una dulzura tremenda.

R: ¿Y cómo fue el salto a Europa?

D: Yo hice una gira más que Caro en el Ballet Argentino. Luego renuncié con la idea de irnos en busca de otros rumbos.

C: Justo en un momento en que estábamos en Buenos Aires, tomando clases con Olga, vino Iván Nagy, director del Ballet de Santiago de Chile. Había ido al Colón a buscar gente, pero no encontró a nadie que le gustara, parece; entonces, la fue a ver a Olga, con quien había bailado en el London´s Festival Ballet. Fue así que hicimos clase frente a él, por sugerencia de Olga. Yo me acuerdo que estaba un poquito lastimada, pero no importa, en esos momentos uno hace todo igual (risas). Entonces nos llamó a los dos y a Nina Zaera [hoy bailarina en el Ballet Metropolitano de Buenos Aires], y nos dio trabajo. Estábamos tan contentos. Estuvimos un año en Chile, muy felices, porque la compañía trabaja muy bien, muy profesionalmente. Tiene un gran nivel.

D: Nosotros, antes de la primera clase, fuimos a ver una función. Nos encantó ver la pasión y la entrega con que actuaban. Estuvimos igual sólo un año porque ya teníamos el proyecto de irnos a Europa. Pero ir a Santiago fue un puente, una experiencia que nos sirvió de trampolín. Luego armamos nuestras valijas y nos fuimos a probar suerte allá, a audicionar.

R: ¿Cómo fue la experiencia de llegar a Europa a audicionar? ¿Qué tenían en mente cuando se lanzaron?

C: La verdad que éramos muy jóvenes. No teníamos idea (risas).

D: Fuimos con mucha inocencia. Primero llegamos a Milán, y ahí si no hiciste todo el proceso de la escuela de Milán, si no sos italiano, si no tenés pasaporte europeo, las chances son muy bajas. Nosotros hicimos la clase con la compañía, pero muy diplomáticamente nos dijeron que no. Teníamos un itinerario armado, así que seguimos camino. Luego fuimos a Hamburgo y esto fue muy gracioso. Hoy en día, si aconsejamos a un bailarín joven, le decimos que se fije si hay audiciones abiertas; nosotros llegamos directamente con la mochila al hombro preguntando si podíamos hacer clase. En ese momento, en Hamburgo se asoma un maestro y nos dice: “Chicos, la compañía está de gira en Japón”. Así fuimos a Stuttgart, pero antes llamamos por teléfono, porque teníamos un contacto: habíamos trabajado en Chile con la coreóloga del Ballet, Georgette Tsinguirides. Audicionamos allí y Reid Anderson [director de la compañía] quedó muy contento con Carolina, la quería contratar como solista, pero dijo que lamentablemente para mí no tenía contrato, aunque le había gustado también. Como nuestra idea era estar juntos, no nos quedamos con eso y seguimos a Dresden, donde uno de los jurados era Tsinguirides. Hicimos la audición, pasamos a la final, fuimos seleccionados, pero Georgette le dijo a Vladimir Derevianko, el director allí, que Caro ya tenía contrato. Entonces él le preguntó a ella por qué quería entrar en su compañía si ella ya tenía trabajo. Ella le explicó que quería estar conmigo, pero el argumento no fue convincente. Finalmente decidimos repartimos: ella tomó su puesto en Stuttgart y yo, en Dresden. Pero eso duró sólo un tiempo; fue difícil la distancia.

C: Yo luego me lesioné y me fui con él. Para qué iba a estar sola allá. Así que al final hablé con Reid y le dije que si no iba a tomar a Darío, yo me iba. No era que no me gustara, pero quería estar con él. Finalmente, volví a audicionar en Dresden y me tomaron. Pero luego decidimos seguir viaje, porque no creíamos haber encontrado el lugar correcto allí. Hicimos audición abierta en Suecia, llegamos a la final, pero resultó que se hacía sólo por protocolo, ya que tomarían chicos de su escuela. Y así llegamos a Finlandia, también a una audición abierta para el Ballet Nacional.

D: Ir a Finlandia constituyó una decisión más artística: teníamos en mente ya qué tipo de repertorio queríamos hacer. Nos interesaba uno clásico y moderno de categoría y en ese momento la programación finlandesa tenía mucho de Forsythe, “Bayadera” de Makarova, lindo repertorio.

C: Fuimos a la audición y entramos tres. Una vez que nos dijeron que teníamos contrato, les contamos que éramos marido y mujer. Era una satisfacción enorme para nosotros.

D: Igual es difícil entrar en pareja a una compañía, porque es tan cierto como que al director puede gustarle mucho una persona, pero si no tiene más lugar, no tiene más lugar.

Ballet "Black Cake" coreografia de Hans Van Mannen. Foto: Sakari Viika

Ballet «Black Cake», con coreografia de Hans Van Manen. Foto: Sakari Viika

R: ¿Y cómo fue la experiencia en Finlandia?

C: En Finlandia hicimos muchísimas cosas. Y ya pensábamos que de allí no nos moveríamos más. Estuvimos seis años. Hasta que llegó John Neumeier como coreógrafo invitado y junto a él hicimos “La Gaviota”. Trabajamos con él tres semanas, algo que no es común. Fue una experiencia hermosa. Nosotros sentimos que a él le gustábamos y que teníamos química. Así que hablamos con nuestra directora, Dinna Bjørn, y le dijimos que queríamos preguntarle a John por la posibilidad de ir a su compañía en Hamburgo.

D: Fue complicado porque nosotros en Finlandia ya habíamos alcanzado una posición muy buena. Fuimos muy claros respecto de nuestra intención: no era que no estuviéramos contentos en esa compañía, sino que queríamos probar. Si John no nos quería, la idea era quedarnos en Finlandia y de ninguna manera frustrados.

C: Finalmente le preguntamos a John y estaba muy contento, porque no es una de esas personas que fuera a ofrecer un puesto en su compañía. En aquel momento era finales de marzo, muy tarde para darnos un contrato, si es que se podía. Dijo que hiciéramos la prémiere en Finlandia y cuando volviera a Hamburgo, en una semana, podía tener una respuesta. A la semana, me llamó por teléfono a mi celular –que yo al principio no sabía quién era (risas) – y le decía a Dari en voz baja: “¡Es John!”. Me dijo que nos daba contrato a ambos como solistas. Nosotros, alucinados. Estábamos súper contentos.

R: ¡Me imagino! ¡Con semejante coreógrafo! ¿Cómo es trabajar a diario con él?

D: Cada día es increíble. La programación es muy exigente en cantidad y calidad de obras. Por ejemplo, este año festejamos los 40 años del Ballet de Hamburgo con 120 funciones en una temporada. E hicimos una seguidilla de funciones de tres semanas, una función cada día, de un ballet diferente, concluyendo con una gala de seis horas. No es fácil estar bajo ese nivel de exigencia permanente, pero es increíble. Él sigue creando con sus más de setenta años. Es muy difícil decir que él tiene un estilo: es ecléctico. Tiene ballets muy clásicos; pero al mismo tiempo, ha creado obras como “La Pasión de San Mateo”, con música de Wagner, de cuatro horas, todos descalzos, sin maquillaje…

C: A mí me impacta su contemporaneidad. A veces tenemos que aprender ballets que se han hecho diez años atrás o treinta y uno los baila y cae en la cuenta de lo actuales que son.

D: Yo lo que aprecio mucho y he aprendido con John que uno hace clases y perfecciona los movimientos porque son una herramienta para contar una historia. Hasta llegar a él, todavía pensaba –y eso que ya estaba cerca de los treinta años- “si no me salen las piruetas tuve una mala función”. Y ahora obviamente que las quiero seguir haciendo bien, pero ya pasa por otro lado. La manera de hacer las piruetas va variando de acuerdo al rol que vayas haciendo, a lo que querés decir en ese momento.

C: Incluso cuando conocí a Darío, yo ya le decía que me gustaba bailar clásico, pero como que me faltaba algo. Tiene sus limitaciones. Entonces, expresar con el cuerpo cosas cotidianas, transformadas en movimiento de danza, de la forma en que lo hacía John, me pareció fantástico. En realidad empecé a entender esto cuando hice “Romeo y Julieta”, de Cranko: para mí fue mostrar los sentimientos más auténticamente, no como en el típico ballet clásico romántico. De ahí ya me quedó la idea de este estilo. Cuando hicimos “La Gaviota”, me alucinó. A ambos nos quedó una marca de ese ballet, con el que nos fue muy bien.

R: ¿Cómo se sienten hoy como artistas?

C: Yo nunca tuve problemas con la parte técnica, soy muy fuerte en ese sentido, pero hacer las obras de John, que son fuera de balance, con un trabajo intenso de partenaire -los chicos te levantan como una muñeca y te dan vuelta para todos lados (risas)-, son cosas que en ballet clásico no estás acostumbrado a hacer. La verdad que eso para mí fue difícil. Hablando en reunión con John, privadamente, él me dijo, luego de un año, que él recién sentía que había adoptado el estilo de la compañía; yo me sentí muy contenta de que haya notado eso, porque para mí fue como empezar de cero unirme a ella, siendo que roles principales había hecho mucho. Pero todos los días aprendemos un montón. Yo ahora puedo decir que como artista me siento realizada. Él me ha puesto a hacer cosas que yo nunca pensé que podía hacer. Por ejemplo, hablar en el escenario. Ni loca lo hubiera hecho jamás (risas). La primera vez me puso a hacer una de las hermanas de Cenicienta y nos teníamos que reír fuerte. Y la segunda fue en «Othello», que hago de Emilia, la amiga de Desdémona: hay una escena muy dramática, muy fuerte, en que estoy con mi marido, Yago, y representamos una pelea. Él va hablando en su idioma y yo en el mío, en voz muy alta. Hubo funciones en que en esa escena tuvieron que llamar a la ambulancia porque había gente grande que se había impresionado mucho. En la primera función, salí a bambalinas tan desencajada que me preguntaban si estaba bien. Es que sentí tanto miedo cuando estaba actuando, fue tan real. En realidad es lo que uno tiene que sentir.

D: En cada ballet hay una posibilidad de transformarse a uno mismo y vivir el rol. No actuarlo, sino vivirlo. Somos muy afortunados. No todos tienen el privilegio de ser guiados y enseñados como a nosotros nos pasa con John.

C: Inclusive cuando ves los ballets, Pas de Deux que son muy difíciles, parecen no serlo. Normalmente no es hacer un promenade sobre la pierna, sino fuera de la pierna y no en una posición precisamente cómoda. Entonces uno tiene que encontrarle la vuelta estéticamente, que se vea bien algo difícil y que funcione.

D: A John le gusta trabajar mucho la fisicalidad. No podés verte cómodo en ningún momento.

C: Y el trabajo es al 150% todos los días.

D: Todo se tiene que ver trabajado hasta el límite.

C: Y ojo con que marques. El ensayo es a full a la mañana, al 150%, y a la noche la función, a otro 150%. No vas a marcar porque se te ocurre, salvo que él te diga, como en “La Dama de las Camelias” [una de las obras paradigmáticas del coreógrafo, creada en 1978], en el que los principales hacen su parte directamente a la noche, porque ya lo sabemos bien. Sino lo hacés siempre full out.

D: Y él no te dice “tomátelo tranquilo” nunca. Si venís con una venda en la rodilla, no te va a decir: “¿Estás bien?”. Si vos estás ahí, tenés que bailar. Porque él tiene el concepto del amor y la entrega a la profesión; uno tiene el privilegio de bailar, nadie te empuja a bailar. Uno baila porque quiere, por la pasión. En ninguna otra compañía que he estado existe la disciplina de trabajo que hay en Hamburgo. Luego de un día de ocho horas de trabajo, ves que el reloj marca las 17.30,  hora de irse teóricamente, pero él sigue trabajando con nosotros y nadie abre la boca. Todos estamos ahí con ganas de aprender y de seguir. Todos sabemos que es difícil y que estamos cansados, pero si él tiene setenta y pico de años, está ahí y se queda con nosotros luego de la misma jornada, todos nos quedamos y trabajamos. Consideramos verdaderamente que es una oportunidad única.

C: A veces estamos en un ensayo de creación y creés que ya va a terminar, pero de pronto dice: “Bueno, ahora todo desde el principio”. Y cuando está inspirado es súper lindo porque hay una buena atmósfera.

D: Se siente muy bien estar en la compañía. Yo siempre voy a pensar que somos unos privilegiados. Como hasta hace unos años hubo gente que tuvo la posibilidad de trabajar con Béjart, nosotros nos sentimos igual ahora. Ha habido un Balanchine, un Béjart, un Neumeier.

Ballet "Nocturnes", de John Neumeier. Foto: Kiran West.

Ballet «Nocturnes», de John Neumeier. Foto: Kiran West.

R: Y ahora, además de bailarines, son papá y mamá. ¿Cómo ha impactado la maternidad/paternidad en ustedes?

D: Ella [por Carolina] tiene tanta determinación. Y tiene buenos genes. Igual sé que para el varón no representa nada, pero para una mujer es un año o un año y medio que pierde de carrera.

C: Es un sacrificio para él al principio, también. A mí me pasó que me hice una fractura por torsión en una pierna. Me pusieron una placa, con tornillos. Me operaron y tuve una rehabilitación muy buena, pero en seguida quedé embarazada. Traté de esperar tres meses para comentar en la compañía y plantear que quería descansar ese tiempo. Y así, entre una cosa y otra, estuve dos años fuera. Luego de que nació Natalia [su hija], vinimos a Argentina de vacaciones y empecé a hacer clases sola; en agosto de 2012 empecé de nuevo a trabajar, a ensayar de a poco. Y en octubre fue mi primera función.

Como artista, no hubo tantos cambios. Volver al escenario luego de dos años, fue como si nada. Como si hubiera pasado sólo una semana de mi última función. Lo que sí temía era la resistencia física, porque me dieron a bailar algo muy difícil – hice una de las parejas en “Sueño de una Noche de Verano”, el rol de Hélena-. En ese momento me lancé a intentarlo. Estaba muy contenta con el resultado y sabía que de ahí en más iba a ir mejor.

D: Yo creo que Nati fue una inyección de vitalidad, de entusiasmo.

C: La verdad que ella se adapta a nosotros. Está hecha para nuestra talla. Hay veces que tenemos cuatro o cinco funciones por semana y giras, y ella se va aggiornando a cada situación.

D: Hay otra bailarina que está en la misma situación, así que nos vamos ayudando. Nuestra compañía es chica para la clase de repertorio que tenemos, entonces la mayoría del tiempo estamos todos en el escenario –lo mismo, si sos solista, a veces te toca ser principal o al revés -, pero nos la vamos rebuscando. También tenemos algunas amistades fuera del ballet que nos ayudan.

C: Todo se puede. Lo bueno es que Natalia no es complicada. Una de las razones por las que pude empezar a trabajar antes es que antes de cumplir los cuatro meses, ya dormía toda la noche.

R: Carolina, me quedé impactada de tu lesión. ¿Cómo trabajaste tu recuperación?

C: De la lesión, cuando hice mis primeras funciones, sentí difícil la parte de los saltos. Tuve que poner mucho peso para fortalecer la pantorrilla, el tobillo, el pie, algo que sigo haciendo. Hago ejercicios de Pilates y con peso, en gimnasio. Eso me ha ayudado muchísimo. Yo soy muy exigente conmigo también: no me estreso, pero me exijo. No me gusta verme mal. Y siempre pruebo aquello que no me sale hasta que salga bien. Darío me conoce mucho y me corrige cuando ve que algo no está bien. E incluso entre colegas nos marcamos cosas.

R: ¿Les gusta la vida en Alemania?

C: Sí.

D: Es diferente. Estamos muy acostumbrados. Yo digo que somos como “turistas permanentes”, porque con la cantidad de trabajo que tenemos, es muy difícil integrarse en la sociedad.

C: Tenemos amigos fuera del ballet, que es muy lindo también.

Ballet Nocturnes, de John Neumeier. Foto: Kiran West.

Ballet Nocturnes, de John Neumeier. Foto: Kiran West.

R: Después de una trayectoria tan hermosa, tan fructífera y desafiante, ¿qué aconsejarían a un joven bailarín o bailarina queriendo buscar su camino profesional?

C: De mi parte, que esto realmente te tiene que gustar mucho, porque es muy sacrificado en muchos aspectos y si uno lo siente efectivamente como sacrificio, no vale la pena. Es demasiado esfuerzo. Desde lo físico hasta lo emocional. Y tener mucha perseverancia. Hace falta ser muy tenaz. Decir, si algo no te sale: “Bueno, no me importa. Lo voy a hacer 20.000 veces hasta que me salga”.

D: Yo diría a aquellos que están en Argentina, que el Teatro Colón es una institución maravillosa, con mucha historia, pero que no todos tienen la suerte de poder bailar ahí y que eso no significa el final de nada. Hay que buscar. Hay que salir y tomar coraje. Hay que decir “por qué no; yo puedo encontrar un lugar donde me aprecien, les guste y yo me sienta cómodo”. Y si no es la danza clásica, por qué no probar otros estilos, otros lenguajes. No hay que darse por vencido nunca.