Demis Volpi

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera Demis Volpi acaba de ganar el prestigioso premio alemán de danza “Futuro” 2014 en la categoría coreografía. En la última temporada, su obra de ballet “Krabat”, estrenada por el Ballet de Stuttgart en marzo de 2013, será interpretada nuevamente entre enero y marzo de 2014… por expresa demanda […]

sábado, 28 de diciembre de 2013 |

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera

Demis Volpi acaba de ganar el prestigioso premio alemán de danza “Futuro” 2014 en la categoría coreografía. En la última temporada, su obra de ballet “Krabat”, estrenada por el Ballet de Stuttgart en marzo de 2013, será interpretada nuevamente entre enero y marzo de 2014… por expresa demanda del público. La gente parece que hacía cola desde las 7 de la mañana para conseguir su entrada.

Con casi 20 obras en su haber, este chico de 26 años genera piezas de danza que nadie quiere perderse. Para él, su obra no se trata tanto de la estética o de la línea que pueda lograr, sino de una experiencia completa, difícil de disfrutar si no se vive en el momento de su puesta en escena. “Mis obras se basan mucho más en la sensación, en el diálogo con el público, entonces no funcionan tanto en un video. Cuando lo ves, tiene que ser en vivo, porque es el momento lo que vale. Uso mucho el teatro. Es una puesta en escena. Todo lo que pasa no es reproducible. Cuando vos tomás parte de un espectáculo que está hecho para ser honesto y directo con el público, sentís que fuiste parte de algo que sólo quienes estuvieron ahí lo van a entender. La semana siguiente será otra obra. Otra experiencia”, explica.

El caso es que su talento para crear –una sorpresa también para él- lo puso en la cima del arte dancístico en Europa. Luego del estreno de “Krabat” – una obra inspirada en una novela del escritor alemán Otfried Preussler que retoma una leyenda popular acerca de un aprendiz de mago-, Demis fue nombrado nada menos que coreógrafo residente del Ballet de Stuttgart. Mucho pasó hasta llegar allí: fue ganador del Premio Erik Bruhn en Toronto (Canadá) en 2011, le fue comisionada una obra por Kevin McKenzie, director del American Ballet Theater, y otra por Marcia Haydeé, para el Ballet del Teatro Municipal de Santiago de Chile, que fue estrenada por una de las estrellas de la compañía, el argentino Luis Ortigoza; en Chile es hoy uno de los invitados infaltables de cada temporada.

Alumno de Andrea Candela y luego, por sugerencia de Willie Burman, del Maestro Mario Galizzi, quien lo tomó especialmente a los 11 años a pesar de no trabajar habitualmente con niños, Demis, como pueden ver, es argentino.

Y está en un sólido camino a convertirse en una de las próximas grandes figuras del arte coreográfico en la escena internacional.

Demis Volpi. Foto: Die Arge Lola.

Demis Volpi. Foto: Die Arge Lola.

En el comienzo, fue el baile

Para él la danza fue su primera pasión, aunque los orígenes de su vocación no fueron muy claros: “Yo bailé toda mi vida. Desde que tengo 4 años. Mi sueño siempre fue ser bailarín. En mi infancia iba todos los días a tomar clase. En mi caso fue un poco raro porque me desperté un día y le dije a mi mamá “quiero hacer ballet” (risas). Y mi mamá, sorprendida, me contestó: “¿que querés hacer qué?”. No sabemos bien de dónde salió o qué es lo que yo pensaba que era el ballet. Había en aquel momento una propaganda de un banco, que hacía Julio Bocca, y mi mamá cree que mi gusto por la danza puede haber tenido que ver con eso. Después ella me llevó a ver una clase con una amiga que tenía un estudio, quien le aconsejó que me llevara al de Nancy Bocca en Munro, donde tomé mi primera clase de baile. En ese momento, a los cinco años, le dije que ese era el día más feliz de mi vida, llorando (risas). Como que inmediatamente fue lo que yo quería hacer. No hubo duda para nada”.

A la par de sus estudios de danza, continuó con el colegio alemán Goethe, en La Lucila, antes de irse a Canadá, donde finalmente terminó sus estudios académicos y artísticos en la Escuela Nacional de Ballet, en Toronto, tras un fugaz paso por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón: “Mis papás querían que terminara el secundario, era muy importante para ellos, así que retrasé mi entrada al Colón. Nancy me mandó luego a Il Balletto, que era el estudio de Julio antes de que abriera el actual, y ahí empecé a tomar clases con Andrea Candela. Fue la persona que me acompañó en mis años de formación y quien me dijo que si quería dedicarme a esto, tenía que trabajar en serio. Un día fue el Maestro Willie Burman a dar clases a la compañía de Julio. Me invitaron a conocerlo y le hablé en alemán, en seguida hubo buena conexión. Uno o dos años después, cuando regresó, me vio tomando clases y desde entonces, también me tomó como alumno. Yo tenía 11 años. Le pedí consejo de maestros en Argentina y me dijo que buscara a Mario Galizzi. El tema es que él no daba clases a chicos, sino que estaba dedicado a su trabajo con profesionales. Lo volvimos un poco loco, me parece (risas), hasta que un día accedió a verme. Así fue que se convirtió en mi Maestro: me dio clases durante tres años, todos los días. Fue un regalo. Esas clases no se podían pagar: me daba clase a mí solo y creo que lo hizo más por amor al arte que otra cosa. A través de él, conocí a Luis [Ortigoza, Etoile en el Ballet del Teatro Municipal de Santiago de Chile], que estaba ensayando con él en una ocasión que vino a Argentina a bailar. Mario me aconsejó que entrara al Colón, porque tendría más formación que sólo una clase por día. Así fue que me presenté y empecé a rendir libre el secundario. Estuve muy poquito –sólo seis meses-, porque después mi familia decidió mudarse a España. Cuando ellos se fueron allá, no querían que me quedara solo. Yo había hecho un video con Mario para tomar un seminario de verano en el Ballet Real de Dinamarca. Ahí conocí dos chicos de la National Ballet School of Canada, que tenían una técnica muy limpia. Me enteré que allí también se podía hacer el secundario; tenían un internado. Así que mandé el video y me becaron para estudiar ahí. Por suerte, pude así terminar la escuela y seguir bailando”.

R: ¿Cómo fue estudiar en Canadá?

D: En Canadá aprendí muchísimo porque la escuela tiene una filosofía de enseñanza muy particular: no te educan para ser bailarín, sino que tienen la perspectiva de que uno es una persona que baila. Había chicos en mi clase que eran muy buenos en música y los estimulaban a aprender un instrumento. Te enseñaban de todo. Así fue que aprendí mucho sobre Historia del Arte y me di cuenta que en Europa estaban más avanzados coreográficamente; aprendí sobre las distintas compañías, sus lineamientos. Así apareció Alemania en mi perspectiva. Aparte quería estar más cerca de mi familia. Le dije a la directora de la escuela que estaba pensando en irme allá porque sabía el idioma. Por lo que había escuchado de [John] Cranko, Stuttgart me interesaba. Dio la casualidad de que en ese momento se llevó a cabo la Competencia Erik Bruhn en Toronto y fue la primera vez que participó Stuttgart con una obra. Vi a dos bailarines espectaculares de la compañía – Alicia Amatriain y Friedemann Vogel – y me convencí viéndolos a ellos.

Pero hubo otra suerte más: todos los años, los directores de las más grandes compañías del mundo se juntan en una ciudad distinta. Ese año justo la conferencia fue en Toronto. Decidieron dar una clase para los alumnos que se graduaban ese año. Vi por primera vez a Reid Anderson, el director de Stuttgart. Me encantó cómo habló, su filosofía. Uno de los grandes temas era audicionar: a esa edad, en ese momento estás empezando a pensar dónde podré trabajar, cómo me preparo para una audición, cómo hago para que me vean. Él dijo que cuando audicionáramos, no tuviéramos miedo de cometer un error, porque la persona que está mirando, está buscando alguien que le gusta, no al revés; entonces se trata de ver lo mejor de cada uno. Él decía que también entraba con la esperanza de encontrar al siguiente gran artista; es un proceso más positivo de lo que parece al comienzo. Y otra cosa que dijo, que también me quedó grabada y es una filosofía –era la de Cranko también- fue que: “Una compañía es sólo tan buena como el peor bailarín”. Eso me encantó, porque quiere decir que si por alguna razón me tocaba ser el peor bailarín (risas), se iban a esforzar para mantener el nivel y que siguiera para adelante. Luego, me vieron en clase, me invitaron a venir a estudiar por dos años y luego me uní a la compañía.

"Carnaval de los animales", una de las obras de Demis para la Escuela John Cranko, del Ballet de Stuttgart. Foto: Stuttgarter Ballett.

«Carnaval de los animales», una de las obras de Demis para la Escuela John Cranko, del Ballet de Stuttgart. Foto: Stuttgarter Ballett.

***

Pero para Demis Volpi el ser bailarín resultó ser un excelente medio para descubrir otra vocación. Y todo, cada cosa que hizo, pareció sucederse de la otra con una naturalidad inusitada. “A veces son momentos chiquitos, son casualidades. Yo no sé qué hubiera pasado si no hubiera habido una conferencia de directores en Toronto. A veces son casualidades que cambian mucho el camino que uno va a llevar. Tampoco nunca tuve la sensación de tener que decidir algo crucial: si hago esto o hago aquello. Las decisiones se fueron formando y de golpe ir a Stuttgart parecía la única opción. Que se haya dado y me hayan invitado, fue todo un logro, pero siempre fue muy orgánico mi camino”, comentó.

O quizás fue la impaciencia de una creatividad que ya lo empujaba a buscar cada vez más: “Entrás en una compañía y, sobre todo con el nivel que hay acá, ves que hay gente tan buena como vos o mejor. Tenés que sentarte y esperar que te toque el turno. Y es muy difícil. Yo soy súper impaciente y como que no funcionaba eso para mí. Era muy frustrante”. Es así que Reid Anderson le aconsejó que hiciera otra cosa además de “esperar”: le propuso que realizara una coreografía para las Veladas de Jóvenes Coreógrafos auspiciadas por la Noverre Society, donde empezaron Maestros como Jiří Kylián y William Forsythe. “Acá en Stuttgart hay una tradición muy grande de darle la oportunidad a bailarines de hacer una coreografía. Cranko sabía que él no podía hacer todo y cuando vino para acá tampoco era tanto el presupuesto como para invitar a otros coreógrafos todo el tiempo. Cuando veía que alguno de sus bailarines tenía talento para coreografiar, le daba cosas para hacer. Así surgió muchísima gente”, comenta Demis.

Y surgió un Pas de Deux: “El resultado fue muy lindo. Para los bailarines fue un éxito personal, porque eran nuevos en la compañía, y pudieron mostrar sus capacidades como bailarines. El proceso, el comienzo fue muy duro. No sabía ni por dónde empezar. No hay una escuela en la que alguien te dice qué tenés que hacer. El objetivo es justamente que no haya una línea, sino que cada uno tenga que desarrollar su propio sistema, su forma de hacer las cosas. Eso no fue fácil, pero después de seis semanas teníamos un Pas de Deux de cinco minutos”, cuenta él con una parsimonia que no se condice con la impaciencia que alegó hace sólo unos minutos.

R: ¿Dónde encontraste el material para coreografiar cuando nunca lo habías hecho antes?

D: Yo creo que me nutrió el estar rodeado de buena gente, que te da el coraje para probar algo y no tener miedo de equivocarte. En Stuttgart cuando te dan la oportunidad de hacer algo para Jóvenes Coreógrafos, se sabe que hay algo de experimentación en todo eso. Acá estoy rodeado de un repertorio de nivel altísimo. Tenemos de lo mejor, todo. Estuve muy expuesto a trabajar con gente increíble, como los coreógrafos Marco Goecke y Christian Spuck. Hice todos los ballets de Cranko que están en el repertorio. A mí Cranko me transmitió que la danza es un diálogo, no un monólogo. Hay que permitirle a la gente entrar en tu mundo. Tenés que ayudarle al público a entender lo que estás tratando de decir.

Siempre hubo cierta brutalidad en mis obras. Creo que tiene que ver con la realidad del mundo de la danza: la brutalidad de entrenar 20 años para que luego te pares atrás casi que con una escoba en la mano a esperar que te toque. La energía que se produce internamente es muy brutal. Muy fuerte. Eso fue un tema muy grande en mis primeras piezas.

Hoy me doy cuenta que siempre saco la inspiración de cosas distintas. Cada obra empieza diferente: eso es lo lindo y es lo trágico, porque empiezo siempre de nuevo. A esta altura, con más de 20 obras, uno pensaría que ya debería saber cómo funciona y tener un sistema. Lamentablemente no es así. Cada vez que empiezo me pregunto cómo voy a hacer. Lo hablé con John Neumeier cuando estuve en Hamburgo y me dijo: “Yo llevo 40 años en Hamburgo y me pasa lo mismo” (risas). Me dijo que es normal y está bien que pase, porque realmente estás probando hacer algo nuevo. La inspiración no es algo objetivo ni razonable que podés planear.

Elisa Badenes, William Moore, Arman Zazyan en "Big Blur", de Demis Volpi. Foto: Stuttgarter Ballett.

Elisa Badenes, William Moore, Arman Zazyan en «Big Blur», de Demis Volpi. Foto: Stuttgarter Ballett.

R: Demis, en marzo de este año fuiste nombrado nada menos que coreógrafo residente en una de las instituciones más importantes de danza del mundo. ¿Qué significa esto para vos? ¿Cómo cambió tu vida desde entonces?

D: Estoy tratando de entender qué significa para mí esto. No sé (risas). Fue un momento especial, porque fue anunciado durante el estreno de “Krabat”, mi primer ballet completo. Fue una producción muy importante, en el Teatro de la Opera de Stuttgart, con la compañía entera. Había una expectativa muy grande. Y el día del estreno, cuando terminó, el público saltó de las sillas. Se puso de pie. Estaban a los gritos. Fue una locura. Y de pronto salió Reid Anderson y anunció que yo sería el nuevo coreógrafo residente de la compañía. Fue un momento muy lindo. Yo con Reid tengo una relación muy especial. Es como mi mentor. Cree en lo que hago, cree que tiene un valor para la danza y me dio muchas oportunidades. Me da espacio para que haga lo que quiera, muchísima libertad. Me apoya en cada idea. Poder saludar al público con él al lado fue muy especial.

(Se hace un silencio… Piensa un momento y completa su respuesta)

Por empezar quiere decir que esta fue mi última temporada como bailarín en Stuttgart. Dejo de bailar, porque no voy a tener más tiempo. Reid siempre me dejó ir cuando me ofrecieron hacer una pieza en algún lugar, manteniendo la seguridad de mi posición fija en la compañía, lo cual me permitió crecer sin hacerme problema de si iba a poder pagar mi alquiler o no. Ofrecer estas condiciones de trabajo forma parte de una filosofía suya y estoy muy agradecido.

Ahora estoy tratando de re-estructurar mi vida. Hay muchísimo para hacer. En la temporada que viene voy a hacer cinco piezas, en diez meses. Es mucho y tengo que prepararme. Ahora sí tengo que encontrar un sistema (risas). Antes el sistema era que en la pausa del almuerzo, me sentaba a escuchar música y pensaba. Ahora ya no alcanza eso. Ya no tengo pausa de almuerzo (risas). Me levanto a las 7, me siento todas las mañanas a trabajar sobre cada obra. Tengo un libro para cada una. Escucho una cierta cantidad de música. Mi vida está cambiando mucho.

Demis Volpi junto a Reid Anderson, una vez terminado el exitoso estreno de "Krabat" en Stuttgart. Foto: Stuttgarter Ballett.

Demis Volpi junto a Reid Anderson, una vez terminado el exitoso estreno de «Krabat» en Stuttgart. Foto: Stuttgarter Ballett.

R: ¿Sentís que el tremendo éxito de “Krabat” condiciona tu creación?

D: Mucha gente me preguntó también si ahora tenía miedo. Fijáte que fue tan grande el impacto que tuvieron que cambiar toda la temporada 2014 para traerla otra vez, porque el público lo pidió. La verdad que yo no creo que cada obra tenga que tener ese éxito. No es el objetivo, sino que es crear una obra honesta, sincera y que tenga una sensación poética. Que sea verdad en ese momento. Es más importante.

Fue una buena forma de empezar con un ballet grande. Pero tengo la suerte de tener a Reid Anderson atrás mío, apoyándome, que sabe bien cómo es la vida de un artista. Sabe que cada obra es un desarrollo y que para lograr una buena pieza, tenés que hacer diez menos buenas, que son parte de una búsqueda. Por otra parte, si hacés sólo lo que ya sabés que funciona, dejás de buscar. Siempre hay que volver a las bases y buscar de nuevo. Es lo que quiero hacer en la nueva temporada: hacer obras un poco más perdidas y abstractas. Buscar nuevas formas de entender el teatro, de entablar diálogo con el público. Obviamente que ahora tengo una responsabilidad que es que llevo el nombre de esta compañía a donde vaya. Pero por suerte, yo no me hago problema con el éxito en sí. Como me dijo Reid: si alguna vez hago una pieza que sea un fracaso absoluto, lo que tengo que hacer es otra. Es tan simple como eso. Ser joven es la ventaja que tengo: no tengo nada que perder. No tengo miedos. Si sale mal una pieza, tengo por lo menos otros 40 años para que me salga otra (risas).

David Moore, como Krabat, y Elisa Badenes como la Kantorka. Foto: Stuttgarter Ballett.

David Moore, como Krabat, y Elisa Badenes como la Kantorka. Foto: Stuttgarter Ballett.

R: ¿Cómo definirías tu estilo hoy? ¿Hubo un proceso de consolidación de una línea en tu trabajo?

D: Me estás haciendo esta pregunta cuando yo mismo me la estoy haciendo (risas). Al principio estaba tratando de estudiar el movimiento, de buscar un cierto lenguaje. Yo vengo de la danza clásica y es innegable. Pero trato de crear en los movimientos una cierta teatralidad, que cambia según la necesidad de cada obra. Creo que hasta “Krabat” había creado un cierto estilo; con ella todo lo que había hecho hasta ahora realmente desapareció.

Habitualmente en mis obras las chicas suelen trabajar un poco distinto en puntas: el movimiento es un poco más torcido, fuera de equilibrio; en lugar de estar inclinadas hacia adelante, los pliegues van más hacia atrás. Pero cada desarrollo estético fue siempre un poco inconsciente y en pos de crear una teatralidad que sirviera al desarrollo de una historia. Nunca fue un desarrollo puramente estético: siempre me interesó más qué dice un movimiento que cómo se ve un movimiento, sino se vacía. La danza tiene un poder enorme: es la lengua madre de todos los seres humanos. No necesitás ningún conocimiento previo y eso es algo increíble. No se puede perder por tratar de crear un paquete estético. Sería demasiado fácil.

En «Krabat» pasó que hubo varios críticos de danza que venían creyendo encontrar una estética que creían que yo tenía. Hubo una cierta decepción por parte de algunas personas. Igual creo que con “Krabat” logré que toda la gente que la vio pudiera entender la historia. Se lleva adelante en un molino, en el que hay un Maestro de magia: mucha gente dijo que él no bailaba en la obra. Cuando leí eso, me ofendí un poco. Ahora me doy cuenta que es lo más lindo que me podrían haber dicho, porque lo que no quiero es separar la danza de contar la historia. Trabajé tanto en cada gesto, que los pasos no parecen pasos de danza. Cada uno te cuenta algo. No lo percibís como que “ahora viene el baile”. Todo es una unidad. ¡El Maestro baila, tiene siete Pas de Deux! Pero no se ve. Creo que es un logro al final. Me concentré mucho en cada escena y en que cada personaje tenga un lenguaje propio en el movimiento. Esta obra era algo más grande que yo y que mi supuesta estética. Tenía que involucrarme en lo que estaba contando. Creo que desarrollé algo único de esa pieza y que no tiene nada que ver con lo que hice hasta ahora. Nunca había hecho algo así. Por eso creo que es muy difícil hablar de un estilo. Hay siempre una impronta, pero creo que acá me desafié a mí mismo.

David Moore, como Krabat. Foto: Stuttgarter Ballett.

David Moore, como Krabat. Foto: Stuttgarter Ballett.

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