Dolores Canestri: “Sólo una bailarina compromete a tal punto su cuerpo y su alma para lograr la magia de bailar”

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera “Los cisnes reposan contra la luz. Tenue, la luz no rebota, no se crispa, no arde, filtra apenas, tímida como una mano indiscreta en el pelaje blanco. Amanece en el cuello dl cisne mayor. Nace un haz diminuto desde el ala hasta la boca, rompe la clausura de […]

miércoles, 26 de febrero de 2014 |

Por María José Lavandera – Tw: @majolavandera

Los cisnes reposan contra la luz. Tenue, la luz no rebota, no se crispa, no arde, filtra apenas, tímida como una mano indiscreta en el pelaje blanco. Amanece en el cuello dl cisne mayor. Nace un haz diminuto desde el ala hasta la boca, rompe la clausura de la noche. Despacio. Despacio. Una herida luminosa entre los labios. Rojo el horizonte entre los párpados. Respira todo el aire de una vez, y es mucho, demasiado el mundo real. Ha terminado el sueño. Llora”.

Así comienza la novela “Intervalo” de la escritora Dolores Canestri (1972), de Editorial El Reino, la primera que escribe y que vio la luz hace pocos meses. Con una impronta poética de un lirismo agudo, relata la historia de Laura, una bailarina argentina que migra a una compañía neoyorquina para consagrar su carrera. Interesante –y, por momentos, impactante- resulta la construcción de la danza como un espacio de elaboración personal que lejos está de circunscribir la identidad de “bailarina”, una identidad que tiende a condicionar y tomar por asalto –bello y deseado asaltotodos los aspectos de la configuración de sí mismos a quienes deciden dedicarse profesionalmente a ella. Toda decisión queda guarecida bajo el ala de aquel cisne que desean ser (aunque, vale aclarar, el sueño que comienza con el cisne, luego, por suerte, migra hacia otro montón de variantes que ofrece la disciplina a sus artistas).

"Intervalo", la historia de una bailarina que se enfrenta con la decisión de su vida. Foto: Gentileza.

«Intervalo», la historia de una bailarina que se enfrenta con la decisión de su vida. Foto: Gentileza.

“Intervalo” se nutre, entonces, de los intersticios de vida que pueden ser independientes a la danza –y que, quizás, luchan un poco contra ella- y que le pueden quedar a una joven colmada por sus deseos de bailar desde pequeña. Elabora en las contradicciones, el deseo, el espanto y la redención que genera el lograr ser bailarina y un gran “quizás” –una profunda duda- que emerge cuando un antiguo amor –Pablo, un fotógrafo- reaparece en su vida sólo para confundirla; de pronto, la soledad del sueño americano le queda demasiado grande.

Conversamos con su autora, Dolores Canestri, quien nos contó algunos detalles de un relato tan humano como potente:

R: ¿Cómo surgió el relato sobre “una bailarina”? ¿Habías tenido contacto con el mundo de la danza antes de escribir el libro? ¿Lo tuviste durante su escritura?

D: Desde chica, mi primera forma de expresión fue la danza. Luego vino la escritura, así que me era familiar ese lenguaje. De hecho, la literatura también puede concebirse como una forma de danza desde que las palabras se enlazan con un ritmo particular, una cadencia, una música para combinar un sentido e invitar al lector a que participe. Por otro lado, dado el argumento del libro, era importante que mi personaje, Laura, sintiera que su cuerpo pasaba de ser instrumento a ser el escenario mismo donde se gestaban todos los movimientos, y este paralelismo, que funciona detrás de la trama, articula una metáfora esencial. El personaje de “Intervalo” es una bailarina porque sólo una bailarina compromete a tal punto su cuerpo y su alma para vivir esa suerte de magia que se da al bailar, y de ese modo será todo esto también lo que se pondrá en juego. En esa paradoja entre la libertad, la creación y la existencia me interesaba trabajar.

R: ¿Qué imágenes de bailarines/bailarinas o de la danza te acompañaron en la mente cuando escribías el libro?

D: Admiro a muchos bailarines, pero no me acompañó la figura de ninguno en particular. Durante el proceso de escritura sí recuerdo que trataba de sentirme en escena, de transmitir las tensiones y las emociones que se experimentan durante una función. Como el pintor que tiene que plasmar en un cuadro una pirueta. Debe existir un contrapunto interno entre la observación, que de por sí es estática, y el acompañamiento que luego se realiza con el pincel o con las palabras. No olvidemos que las palabras están más vivas de lo que nosotros pensamos. Quizás haya alguna influencia de Degás y de mi amor por su obra en todo esto. Por eso, Pablo intenta capturar una imagen de Laura como fotógrafo, que por supuesto se le escapa.

R: ¿Cómo fue surgiendo el retrato de Laura a lo largo de tu escritura?

D: Laura es una mujer que va en busca de un destino preconcebido por ella como salvífico. El éxito en la danza representa para ella una especie de refugio, un lugar seguro para realizarse y, por qué no, para escapar del pasado y del dolor, pero todo aquello que pretende evadir le sale al encuentro, y sus proyectos se corren del plan. Hay una rendición, en un momento, al amor y sus riesgos. Entonces empieza otro baile, menos abstracto, fuera del orden, más vital. El retrato de ella fue siguiendo este mismo derrotero en mí. Al principio, en una primera versión de la novela, creo que intentaba protegerla, mostrarla más pura, indemne, victoriosa, pero después se fue encarnando su verdadero perfil, una mujer que debe transitar los grises, ver sus debilidades, asumir sus fracasos y hacerse cargo de sus decisiones, con lo que deba resignar por ello y con la herida de la resignación. Hay una maduración de Laura, creo yo, a lo largo de la novela, que sin duda tiene que ver con su manera de vincularse con el mundo, el otro y lo otro, lo inesperado, lo maravilloso.

R: Desde mi perspectiva, hay algo de crudeza, frustración y dolor constante en el relato, guiado por los extractos poéticos que van anticipando cada capítulo. A veces la danza es la luz y, a veces, un espacio más de tristeza. Como autora, ¿pensaste la danza como un espacio doloroso, silencioso, solitario para la protagonista? ¿cómo fuiste construyendo la danza en el mundo de Laura?

D: Me parece que, como en todas las artes, el claroscuro es importante para que las figuras, los personajes y su profundidad sean distinguibles. En el mundo de la novela hay luces y sombras, igual que en el escenario o en un cuadro, pero quizás lo fundamental sea pensar algo que se le plantea a Laura recurrentemente: ¿para qué bailar? ¿para qué entonces también escribir, hacer música o pintar? Porque yo estoy convencida de que la vida mirada desde una perspectiva creativa nos pone frente a un espejo, en un espacio que necesariamente tiene algo de soledad y de silencio. Esa segunda voz que interpela a Laura en los intervalos poéticos está del otro lado del espejo, del otro lado del tiempo, o en un no tiempo que la ficción permite. Tal vez la danza se vaya convirtiendo en un espacio doloroso a medida que va avanzando ese diálogo subliminal entre estas dos voces, porque se va gestando una controversia, un conflicto casi diría que existencial entre dos formas de danzar o vivir. La luz, supongo, es lo que se va vislumbrando poco a poco, cuando se alcanza un sentido mayor que nos conforma como seres humanos.

R: Tu libro también trata sobre la esperanza y el poder de una decisión: ¿qué pensás significa la esperanza en tu libro?

D: Sí, hay una decisión pendiente a lo largo del libro, y este dilema de la libertad, como si de una sola decisión dependiera el mundo, y quién sabe cuánto se pierde cada vez que se dice que no o que sí ante una encrucijada. Lo cierto es que a veces uno entiende la felicidad más como un programa que como un prodigio, y el prodigio suele estar en lo inesperado. La esperanza en “Intervalo” tal vez esté en esta apertura a lo que la música trae, a confiar en que se podrá improvisar y fluir con lo nuevo. Cualquier programa cerrado es una especie de trampa a la libertad.

R: ¿Con qué sentimientos o sensaciones te quedaste luego de finalizar la escritura de esta novela?

D: Voy a ir a un lugar común, pero los lectores de la novela me sabrán perdonar si digo que al terminar de escribir sentí algo muy parecido a lo que siente una madre después de un parto: un cansancio feliz, una grieta profunda por donde te ha atravesado un nuevo ser, propio y ajeno a la vez. Creo que he escuchado bien a las voces de mis personajes, y el haberles hecho espacio me hace sentir más plena, como escritora y como mujer.