Doug Varone: Bailar sin barreras

Por María José Lavandera El viernes 19 de abril experimenté en carne propia lo que pude leer en varias reseñas, aquello que es, quizás, un atisbo un poco más aprehensible en algunos videos de Youtube: esos movimientos aireados, frescos, vivos, al tiempo que precisos y contundentes, capaces de captar hasta al espectador más escéptico. Les […]

miércoles, 24 de abril de 2013 |

Por María José Lavandera

El viernes 19 de abril experimenté en carne propia lo que pude leer en varias reseñas, aquello que es, quizás, un atisbo un poco más aprehensible en algunos videos de Youtube: esos movimientos aireados, frescos, vivos, al tiempo que precisos y contundentes, capaces de captar hasta al espectador más escéptico. Les cuento la verdad: después de una semana quizás algo más que “larga”, el cansancio retumbaba en mi cabeza. Así me senté en la sala Martín Coronado, del querido Teatro San Martín, en pleno centro porteño.

Hasta que “Lux” (2006) sucedió.

Y de la mano de los compases de “The Light” de Philip Glass, se me olvidó absolutamente que estaba, siquiera, sentada en una sala. Una luna dorada alumbraba las acciones de suavidad casi cósmica de esos hombres y mujeres que, caminando o corriendo en diversas direcciones, remontaban a algo así como un sueño que los reunía y dispersaba continuamente. De pronto, se elevaban con todo su cuerpo al cielo; de pronto, se fundían en la tierra, profundamente. Los pliés eran como trampolines a una eternidad de brazos curiosos y energéticos, arabesques tan sólidos como despojados.  Y todo, como si en realidad no estuvieran bailando, sino, simplemente, viviendo, siendo: como si estos bailarines hubieran llegado a través de esos pasos al teatro y se fueran de él, haciendo lo mismo.

Esta idea, esta sensación, se multiplicó luego a lo largo de las siguientes dos obras –“Home” (1988) y “Carrugi” (2012)-, que completaron un programa tan magnético como conmovedor, configurado con la intención de mostrar algo del estilo del brillante coreógrafo estadounidense Doug Varone, quien visitó Argentina este abril con su compañía gracias a DanceMotion USA, un programa de promoción e intercambio de la danza contemporánea en el mundo del Departamento de Estado de los Estados Unidos, organizado aquí por la Embajada.

Home” se destacó por su minimalismo: dos sillas y una pareja, cuyo amor, tensión, deseo, agonía se desarrollaron a través de pequeños gestos, tan cotidianos como sutiles: dedos que acariciaban un cuello, una mirada hacia una mano que se deslizaba a través de una rodilla, un levantarse abrupto, una caminata lenta en sentido opuesto al del compañero. Fue así que esta danza –esta danza que era simplemente vida– logró despojar lo último que quedaba en mí de las cargas de aquella larga semana. Todo estaba allí, en ese momento. Todo lo que importa.

Finalmente, “Carrugi”, al son de “La Betulia Liberata”, de Mozart, puso en escena diez segmentos danzados: con un sugerente fondo amarillo, la obra se desarrolló a través de movimientos naturales y sumamente energéticos, propulsivos, que generaron una atmósfera festiva y altisonante. Según el propio Varone ha comentado, está inspirada en las ventosas, estrechas calles italianas de Liguria.

Doug   

Doug Varone es uno de los coreógrafos actuales más observados de la escena de la danza contemporánea neoyorquina. Su labor se ha visto nutrida, a su vez, por su extenso trabajo en ópera y teatro. Entre otras tantas actividades, realizó la coreografía de cuatro producciones para la Metropolitan Opera House (entre ellas, SaloméUna Tragedia Americana y la aclamada producción de Los Troyanos) y para la Opera de Nueva York, la Opera de Washington, Broadway, circuito off-Broadway y teatros regionales. Y maneja su compañía, que cumplió 25 años en 2012. Como les contaba, Doug estuvo entre nosotros este abril –para luego partir hacia Paraguay y Perú- en una gira de cuatro semanas en la que no sólo presentó sus obras, sino que ofreció seminarios y talleres gratuitos para estudiantes en el IUNA y el estudio de Julio Bocca, entre otros, y trabajó con profesionales, como los integrantes del prestigioso Ballet del Teatro San Martín.

Tuvimos un mano a mano con él y aquí les dejamos los inspiradores resultados:

R: ¿Cómo llegó la danza a tu vida?

D: Uy bueno, cómo llegó la danza a mi vida… Cuando era muy pequeño, incluso antes de la escuela, recuerdo estar sentado frente a la TV, con cuatro o cinco años, mirando musicales. Y estaba bastante prendido de ese mundo: el mundo de Ginger Rogers y Fred Astaire, Gene Kelly y creo que eso fue una gran influencia durante mi crianza. Estudié tap desde chico y durante nueve años, creyendo que iba a incursionar en el teatro musical. Cuando fui a la universidad, comencé a tomar clases de danza contemporánea y eso cambió mi vida y mi perspectiva respecto de lo que quería hacer y disparó así mi deseo de crear danza, de bailar dentro de ese lenguaje.

R: ¿Qué edad tenías cuando hiciste ese cambio?

D: Tenía 19 o 20.

R: ¿No temiste de alguna manera que dijeran quizás que eras ya “mayor” para comenzar esta carrera?

D: No, no creo. Creo que eso tampoco aplica tanto para los varones. Pero también pienso que dentro del idioma de la danza contemporánea, en muchos sentidos comenzar más tarde es una ventaja, porque no llevás muchos “pesos” a nivel físico. Muy frecuentemente, los bailarines entran al contemporáneo a través de la danza clásica y es difícil despojarse de eso. Así, muchos bailarines que comienzan muy jóvenes, se desgastan muy rápido. Hay algo muy hermoso y vital de los bailarines que llegan a la danza en un cierto punto de sus vidas, porque lo sienten y es esa pasión que conduce su técnica y su voluntad.

R: Hay algo muy especial de tu estilo: como decías a los estudiantes en estos días de clínicas, que la técnica debe servirles a ellos para mostrarse como seres humanos. ¿Podríamos explorar un poco más sobre este concepto, respecto de tu aproximación a la danza?   

D: Es gracioso porque siento que ahora estoy completando un círculo. Fred Astaire y Gene Kelly dejaron una gran marca en mí, en el sentido en que, cuando echas un vistazo realmente cercano a estos maravillosos bailarines, te das cuenta de que ellos eran actores en una escena y de pronto, sin preámbulos, se ponían a bailar, y la escena continuaba simplemente a través de estos seres humanos que bailaban. No es que se hacía la presentación de la gran escena de danza, y luego se volvía a su faceta como hombres, sino que todo sucedía continuamente. Y siempre pensé que el mundo era de esa manera. Esto dejó una enorme huella en mí. Creo que esta experiencia constituye el fundamento de mis ideas.

Doug Varone bailando su propia creación, "Lux", en su estreno en 2006. Foto: Dougvaroneanddancers.org

Doug Varone bailando su propia creación, «Lux», en su estreno en 2006. Foto: Dougvaroneanddancers.org

R: ¿Cuál es tu mayor inspiración?

D: Creo que la humanidad inspira mi creación. Cómo interactuamos como gente, incluso en una obra abstracta como “Lux”, hay gran interacción entre los bailarines. Y creo que esa es la clave para vivir nuestras vidas. Estamos constantemente teniendo relaciones con gente o no teniendo relaciones con gente. Miro hacia la calle y veo cuerpos moviéndose en el espacio, y eso lo encuentro totalmente inspirador, es un potencial material para hacer una coreografía: cómo la gente se separa o se encuentra, o navegan alrededor de ellos mismos. Observo mucho al mundo que está alrededor mío, y mis danzas son un reflejo de eso.

R: Estoy bastante impresionada con “Home”: el otro día te escuché decir que se trataba de una obra en que los movimientos no eran muy diferentes de los que hacías mientras hablabas cotidianamente… Y, sin embargo, eso también es bailar.

D: Absolutamente. Y mucha gente no lo comprende así, lo cual creo que es bastante interesante. Ven una obra como “Home” y dicen que eso no fue una danza. Y creo que eso, sin embargo, es la esencia de la danza. Así es como todo comienza: en cómo nos movemos como seres humanos. El reto es ver cómo mejoramos eso: creo que eso es lo que siento que es mi trabajo.

"Carrugi" despliega tanta energía como profundidad, a través de los sonidos de Mozart. Foto: Dougvaroneanddancers.org

«Carrugi» despliega tanta energía como profundidad, a través de los sonidos de Mozart. Foto:  © Cylla von Tiedemann en Dougvaroneanddancers.org

R: En relación a este concepto de la danza y también en relación a DanceMotion, este genial programa social y cultural que te trae a la Argentina en esta ocasión, ¿cómo creés que el arte puede cambiar nuestras vidas?

D: Creo que podemos hablar sobre danza o sobre arte en general para responder esta pregunta. Cuando tratamos de establecer qué define nuestros países, son las películas que hacemos, la música, la poesía, los escritores. Todas estas disciplinas se unen para definir quiénes somos, más allá de la religión, la política. Hay una inmensa conexión que tenemos como seres humanos a través del arte. En los artistas esto es especialmente claro. A pesar de que puedan ser dos personas drásticamente diferentes, no importa dónde estés en el mundo, existe una conexión. Es así que cuando hablamos entre artistas, nos entendemos. De este mismo modo, la forma en que una danza como “Home” toma sentido, los sentimientos que suscita, son completamente universales. Podrías ser un esquimal, estar viviendo en Siberia, en el centro de Londres, en el Sahara. Todos tienen relaciones y no todas ellas son lindas. Esto me es recordado todo el tiempo cuando viajo a través de distintos países: el hecho de que, aún cuando tenemos diferencias, somos todos increíblemente similares. Creo que esa es la clave para generar una conexión. Y creo que esa conexión es lograda a través del arte de una forma óptima, que ninguna otra cosa logra. Una vez me dijeron que si los artistas comandaran el mundo, estaríamos perfecto. Y hay algo muy cierto de eso (risas). De esta forma, un programa como DanceMotion tiene mucho sentido, no sólo porque estamos viniendo y compartiendo nuestro trabajo, sino porque nos entreveramos con las comunidades y también aprendemos mucho a través de los talleres, de conversaciones con otros coreógrafos, artistas de otras disciplinas, como cineastas. Este vínculo que tenemos se cultiva y toda esa información la absorbemos, nos la llevamos en el cuerpo.

R: ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de los bailarines argentinos?

D: Creo que su apertura y su deseo de dar de sí mismos. Aunque creo que eso también puede aplicarse a los bailarines en general. Una vez más, es ese sentido universal de los artistas. Ese hambre que tenemos de explorar algo diferente de lo que sabemos. Y creo que eso no se repite en otras formas de vida. Hay quienes hacen lo que hacen, saben lo que saben y se quedan como dentro de una caja. Lo que distingue a los artistas es que siempre quieren explorar más allá de la caja. Y los bailarines en particular,: es porque hay tantos variados modos de pensar y no es necesariamente un lenguaje codificado que todo puede estar bien. Y muchas veces se trata de empoderar a la gente para que comprenda eso.

R: ¿Cuál es la situación de la danza contemporánea, dentro del arte, en Estados Unidos? ¿Se trata de una disciplina con muchos adeptos?

D: Creo que ahora está cambiando en Estados Unidos, ha atravesado muchos caminos. Creo que en los últimos diez, veinte años ha habido un enorme esfuerzo concertado por los artistas, por la gente que presenta la danza en Estados Unidos, para elaborar una forma de crear programas en los que la danza contemporánea pudiera ser accesible a la gente y desmitificar esta forma de arte para la mayoría de la gente. Creo que aún hay igual –como solía haber- una idea, no de que la danza era para una elite, pero que si no la podías entender, no deberías ir a verla. Creo que eso está cambiando ahora. En parte creo que es parte de la estructura de pensamiento de los artistas mismos. Nosotros estamos comenzando a comprender que necesitamos ser educadores de danza, también para la población general y debemos poder hacer que nuestro trabajo tenga sentido para gente en cuyas vidas no hace sentido normalmente. Esta es una gran pasión mía. Me encanta ir a lugares donde la danza no ha existido y no es parte en absoluto de la vida regular y cotidiana de la gente, e imaginar cómo abrir la puerta a alguien a este mundo y hacerles ver que la danza es tan cotidiana, ordinaria como la jardinería o tabular sus impuestos o cualquier cosa que hagan a diario. Hay un montón de actividades que hacemos con las comunidades que se focalizan en eso y una vez que eso sucede, vienen a ver un programa de danza y surge una hermosa experiencia, porque ellos ya nos conocen como gente común, tanto como artistas. Pienso que ese es el punto de comienzo: cortar las fronteras para que no sea esta actividad anónima que está sucediendo arriba del escenario, sino que el público vea y comprenda a esa gente que ya conoce. El espectáculo cobra así sentido de una forma diferente.

El movimiento tiene que salir del propio ser, no de la técnica, según Doug Varone. Foto: Dougvaroneanddancers.org

El movimiento tiene que salir del propio ser, no de la técnica, según el neoyorquino Doug Varone. Foto: © Phil Knott en Dougvaroneanddancers.org

R: ¿Cuáles serían tus coreógrafos de referencia?

D: Tengo muchos, en verdad. A lo largo de los años, han cambiado, tanto como he crecido. Como mi gusto también, ha cambiado. La obra de Pina Bausch, Merce Cunningham, Trisha Browns. Hice una pieza para la Compañía de Martha Graham y pude ver su repertorio por un periodo de meses y quedé fascinado con ellos de una forma en que nunca antes me había pasado. Soy un estudiante de la escena de la danza y me encanta poder ver las elecciones que otros coreógrafos están haciendo y tratar de comprenderlas dentro del contexto de mi propio trabajo.

R: Si tuvieras que definir tu propio estilo en unas breves palabras…

D: Siempre uso la palabra “siendo” (being). Es importante simplemente ser en el trabajo. No hacer otra cosa más que eso. Creo que eso se aplica para los bailarines de mi coreografía y para el estilo que creamos. Existe una técnica debajo de un estilo, pero, sobre todo, importa ser. Ser honestos, en términos de cómo uno se mueve, respecto de cómo uno se presenta a sí mismo, sin pretensiones, de modo que exista algo muy real en la forma en que bailás y cómo traés tu danza al trabajo que hacemos, de modo que sea identificable.