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  Nos encontramos con Juan Pablo en el lobby del Estudio de Julio Bocca, en el Centro Cultural Borges, donde él este verano inauguró su rol como maestro en coreografía de tango y en técnica clásica. Y decimos que inauguró este, de tantos roles que cumple en su vida. La cuestión es que no para de […]

martes, 05 de febrero de 2013 |

Juan Pablo Ledo

 

Nos encontramos con Juan Pablo en el lobby del Estudio de Julio Bocca, en el Centro Cultural Borges, donde él este verano inauguró su rol como maestro en coreografía de tango y en técnica clásica. Y decimos que inauguró este, de tantos roles que cumple en su vida. La cuestión es que no para de inaugurar nuevos roles. Juan Pablo, con 31 años, no sólo es Primer Bailarín en el Teatro Colón de Buenos Aires, creador de su propio Ballet de Cámara y coreógrafo –este año giró por todo el país con su espectáculo tanguero “Taco, punta y traspié”, que llevó también a la costa argentina este verano y fue nominado al Premio Estrella de Mar 2013-,  sino que además es egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires y es estudiante de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. A lo largo de su carrera artística, fue parte del Ballet Argentino de Julio Bocca y del Ballet Contemporáneo del San Martín.

Y, además, Juan Pablo, vale la pena decirlo, es increíblemente agradable: sonríe con una simpatía contagiosa cuando habla de sus nuevos alumnos, de las vicisitudes de la danza clásica o de sus proyectos…que nunca terminan. Sin riesgos podemos decir que es una de las punta de lanza de la nueva generación de grandes bailarines, a los que la tradición argentina nos tiene tan bien acostumbrados.

R: Es particular que seas tan versátil, vayas del mundo de la danza al académico con esta facilidad. En general, los bailarines se dedican sólo a bailar… ¡Nos preguntamos cómo hiciste!

La verdad es que cuando comencé con mis primeros pasos de danza a los siete años fue todo como un juego. Como en mi familia no había algún antecedente de bailarines, tampoco se tenía la conciencia de que “si querés bailar, tenés que dedicarte a full”. Yo cuando era chico hacía todo tipo de actividades y la danza realmente era una actividad más. No fue algo estricto.

R: ¿Lo elegiste?

La verdad que mi mamá me mandó junto con mis hermanas (risas). Pero era todo como un juego. Yo también soy amante del fútbol y en ese momento, de chico, también entrenaba en la Escuela de Marangoni. A su vez, hacía natación. Y mis papás siempre impulsaron en mi casa el tema del estudio: era “Juan Pablo, tenés que terminar el secundario”. Y ni hablar de la universidad… Tengo madre y padre abogados y son muy dedicados al estudio. Sobre todo cuando me decidí a seguir una carrera profesional en la danza, alrededor de los 15 años, que tuve que dejar el fútbol y mis demás actividades, en mi casa se respiraba otro ambiente. Por eso también terminé yendo al Nacional Buenos Aires. Mis compañeros, lo único que hacían era ir al colegio, que ya era bastante duro. No sólo las doce materias, sino también teníamos trabajos a contraturno, que eran obligatorios. Mis padres querían una excelente educación. Por otra parte, creo que no tomaban mucha conciencia de las exigencias del ballet. Quizás si sabían un poco más de esto, me mandaban a un colegio más tranquilo.

R: Es impresionante… y después entraste al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, a los 15 años…

Sí, y a los 16 quedé en la compañía de Julio Bocca, el Ballet Argentino. A los 17 empecé a hacer giras por el exterior. De este modo, di cuarto año libre a lo largo de varios años. Fue muy sacrificado, porque me lo pasaba viajando. Y después, a los 22 años, terminé quinto año. Me daba un poco de vergüenza, con mis compañeros de 17, que pensarían “qué hace este viejo acá” (risas). Todos en el colegio saben que yo fui un caso bastante atípico. Había que terminar. Siempre viví esta dicotomía: llegaba a casa de un día tremendo de bailar y me ponía a estudiar. No podía descansar.

R: No es muy habitual tu caso, Juan Pablo…

Mirá, yo hoy lo veo como una bendición. Realmente es necesario complementar la danza con otro tipo de aspectos: la mente también hay que entrenarla para tener ideas claras. Les recomiendo a todos los chicos y chicas que no se queden sólo con la danza, sino que se esfuercen por nutrirse desde distintos aspectos. De hecho, la educación integral de los bailarines es muy común en otros países, sólo que está más organizado el sistema para llevarlo adelante, sin que uno termine exhausto.

R: ¿Cómo te imaginabas de chiquito?

La danza siempre me gustó, pero no tenía conciencia de la responsabilidad de ser bailarín. Cuando empecé a adentrarme en este mundo profesionalmente, me di cuenta la dedicación que implicaba. Más allá de mis estudios, se además que mi tiempo ahora es para el ballet, la danza. Es mi prioridad.

Metamorfosis de estilos

R: ¿Cómo manejás los pasajes de estilo? Pudiste bailar desde el repertorio más clásico hasta el más contemporáneo…

Empecé desde el clásico, en el Instituto del Colón. Pero como inmediatamente entré en el Ballet Argentino, que se estaba inclinando a repertorio neoclásico, en seguida abrí el espectro. Pero donde aprendí realmente el lenguaje moderno fue en el Teatro San Martín, con distintas técnicas como Graham, Cunningham y demás. Tuve maestros maravillosos, que habían trabajado con Oscar Araiz. Digamos que el clásico estuvo en mis orígenes, aunque en seguida me fui a lo moderno, para volver al clásico recién a los 23 años. Y ahora el repertorio de ballet me ocupa mucho en el Teatro Colón.

R: ¿Y cuál es el estilo que más te identifica?

Cada vez que hago coreografías, me doy cuenta que el estilo moderno es el que más me tocó y me sigue tocando. A la hora de crear, cuando todo aflora internamente, como que mi cuerpo se desestructura y rompo un poco los estándares de la danza clásica, más allá de las bases –importantes para el eje-, pero me refiero al movimiento corporal: desarticular y articular, armar y desarmar.

R: ¿Qué pensás de las exigencias –tan mentadas- de la danza clásica?

Mirá, todavía me sorprende cómo en las clases que estuve dando, tanto en profesionales como en amateurs, tienen un concepto de que la chica se pone el rodete y ya parece apagarse; todos ponen cara de concentración y dejan de ser las personas que me encuentro en la calle. Después, al final de la clase, cuando les digo algo bueno –“estuviste muy bien”- te sonríen, pero, durante la clase, ni mínima sonrisa. De repente les digo: “Chicos ¡bailen! Hagan un poco de torsión, abran los ojos, miren” y no lo hacen. Creo que en el clásico hay una equivocación de que hay que cerrarse y casi que no disfrutar. La contraparte se vive desde la danza moderna, donde se puede jugar con otras emociones y sensaciones, y se está más abierto a hacerlo. Creo que la danza clásica tiene una técnica importante, bastante rígida, que no todos pueden bailar bien, y llega el punto en que parece aprisionar y encerrar.

A mí me sumó muchísimo aprender diferentes técnicas y maestros, observar bailarines que admiraba. Incluso a la hora de coreografiar todo esto suma. Cuando escucho música, ya empiezo a imaginar secuencias, movimientos y me doy cuenta que eso sale de adentro también gracias a todo el material que fui sumando durante todo este tiempo.

R: ¿Cómo te llevás con el perfeccionismo?

Soy muy exigente. Igual fui cambiando. Antes era más. A veces se que quizás mi coreografía –la que se me ocurre- no la va a poder implementar otro, pero hoy considero importante que esté el sentimiento y la aproximación. Ahora, en las clases de coreografía de tango, estuve sumando una secuencia final, que me gustaría sumar al espectáculo –“Tango, punta y traspié”- y aprovecho y la hago con mis alumnos. No digo que la van a hacer con todos los detalles, pero que tengan el espíritu de movimiento, la intención hacia donde va la coreografía, a mí ya me es placentero. Se trata de las emociones o sentimientos que dirigen el movimiento.

R: ¿Y el tango cómo llegó a tu vida como bailarín?

Mis hermanas se dedicaron a full con el tango y siempre me insistieron. Fue así que comencé a tomar clases para aprender el estilo, la técnica. Siempre me gustó mucho también. Uno puede expresar tanto a través de esta música. Mi idea era poder agregarle mi toque personal. Por eso al show que creé traté de agregarle mi impronta.

R: ¿Qué aconsejarías a un estudiante y aspirante a una carrera profesional?

Que sume muchos estilos al repertorio, no quedarse con uno solo, porque va a poder disfrutar la danza desde otro lugar, con otro tipo de libertad. Aprendés además a manejar tu cuerpo, las tensiones, los estiramientos, dónde poner la energía, la fuerza.

R: ¿Algún consejo que a vos te hayan dado que creas que fue importante?

Tuve muchos consejos. Hubo algunos puntuales que me ayudaron a entender mejor la danza como disciplina a lo largo de los años. En algunos momentos hubo tantos que yo tenía un poco la sensación de que querían decidir por mí. A medida que fui creciendo y fui afirmando mi personalidad, pude tomar mis decisiones, con paz interior. Yo creo que Dios fue mi guía en esto: de golpe hay sorpresas que cambian el camino y, desde adentro, siento que Él me impulsó a animarme y seguirlo.

R: ¿Qué le dirías a los lectores de REVOL para motivarlos a tomar clases de danza?

Para el que está dudando y no sabe, tiene que venir y probar. Si alguien tiene ese bichito de que le gusta el ballet o siempre soñó hacer algo al respecto, que ponga la vergüenza a un lado y busque un espacio donde se sienta contenido. Veo que muchos vienen con vergüenza –me dicen “Gracias, Maestro”, con timidez – y creo que hay que retirar un poco eso, aunque en la danza hay una tendencia a estas cosas. O sea, primer paso, animarse. Segundo, buscar un lugar donde uno se sienta cómodo y acogido. Tercero, saber detectar cuando ese espacio ya no tiene más para darte y buscar otro donde seguir aprendiendo. Hay que sumar; eso hace crecer. Y sostener las clases: la continuidad es clave.

Por otro lado, se que lo que tiene la danza clásica es que cataloga mucho –“tiene el físico ideal”, “tiene presencia” o “tiene buenos pies”-: ese es el gran tema. En este caso, para los que tengan ganas de hacer una aproximación profesional, no hay que perder de vista que quizás haya quienes no puedan ser solistas o primeros bailarines, pero pueden ser excelentes miembros de cuerpo de baile, que luego terminan siendo excelentes maestros. Está abierto a muchas posibilidades. No hay que decir de alguien “este chico o esta chica no tiene condiciones”. Es cierto que algo especial tenés que tener, pero sobre todo voluntad propia y decisión. Y si uno ve que quizás un estilo a uno no le funciona bien, no hay que tirarse abajo y seguir probando. Y yo soy partidario de que la danza, cuando uno empieza, hay que hacerla de por vida, amateur o no amateur, porque te mantiene vivo y trabajás muy bien todo el cuerpo, ayuda mucho a no pincharte. Y si alguien tuviera ese sueño de bailar clásico y no se dio, siempre hay que probar otras danzas. Se debe partir del hecho de que a uno le gusta bailar.

R: Finalmente… ¿qué tenés en agenda para este año?

Además de la temporada en el Teatro Colón, estoy invitado a bailar “Paquita” en Perú, llevaremos “Taco, Punta y Traspié” a Chile –además de que estamos programando una serie de 12 presentaciones en Buenos Aires a lo largo del año- y en mayo estoy invitado a bailar en Estados Unidos, en el Festival Internacional de Danza Clásica de Louisiana. Esto, por el momento.

Y así, con su sonrisa cálida y su torso perfectamente erguido, Juan Pablo se despide para irse corriendo a la siguiente clase que debe dar. Lo que se dice…un crack.

Por María José Lavandera

Escribíme -> mariajose@ct000380.ferozo.com

Última función en Mar del Plata
8 de febrero, a las 21 horas, presentará “Taco, Punta y Traspié”, en el Teatro Municipal Colón (Hipólito Irigoyen 1665). Bailarines: Candela Rodriguez Echenique, Mariela Roces, Leonardo Luizaga, Belén Roces, Maximiliano Gómez, Camila Alegre, Juan Pablo del Greco. Artistas invitados: Dúo Fuertes Varnerin.