Hacia 2016 con un sindicato y una ley para los bailarines

Una mirada sobre el sector de la danza para entender cómo se desarrolla actualmente este campo, cuáles son los objetivos del sindicato y de su ley y qué desafíos se presentan para su concreción.

miércoles, 14 de octubre de 2015 | Por Paloma Portnoy

En casas de tango, boliches, compañías, teatros oficiales, salas del under, clases en estudios, escuelas privadas y públicas. Los bailarines desarrollan su trabajo en un amplio espectro de ámbitos muy diferentes entre sí. Lo que todos estos lugares tienen en común es que hay trabajadores de la danza desempeñándose en su profesión. Trabajadores que, como señala Laura Chertkoff en su nota en REVOL del 17 de marzo de 2015, no cuentan con una herramienta gremial adecuada que los considere en su especificidad laboral. Para una persona que vive de su cuerpo, esto es un problema.

Para entender cuáles son las realidades y los puntos de tensión en materia laboral, es necesario señalar dos momentos claves.

En primer lugar, la idea madre: el 29 de abril de 2014, Día Internacional de la Danza, el Movimiento por la Ley Nacional de Danza presentó por la mesa de entrada del Congreso de la Nación un proyecto para crear una Ley Nacional de Danza, que lamentablemente este año perderá estado parlamentario. Promediando finales de 2014, por determinación de la Ministra de Cultura, Teresa Parodi, el Proyecto LND dejó de estar en la instancia de tratamiento y se colocó como prioridad parlamentaria el trabajo sobre el Proyecto de Ley Federal de las Culturas.

La Ley en el cuerpo, el 29 de abril de 2014, cuando se presentó en el Congreso Nacional. Ph: REVOL.

La Ley en el cuerpo, el 29 de abril de 2014, cuando se presentó en el Congreso Nacional. Ph: REVOL.

Dicho documento tiene un fuerte carácter federal ya que contempla la creación del Instituto Nacional de la Danza donde estarían incluidas todas las regiones del país a través de representantes. Asimismo establece la implementación de circuitos para fomentar la circulación y difusión de esta disciplina a nivel provincial, regional y nacional, el establecimiento de un Observatorio de la Danza en el que se elaboren indicadores culturales específicos del sector para llevar adelante la planificación y evaluación de distintas políticas, y la creación de un Archivo Nacional para la conservación y estudio del patrimonio de la danza en el país. Este proyecto continuó su camino legislativo correspondiente y actualmente se encuentra en la Comisión de Cultura del Senado esperando ser tratado. Será presentado nuevamente en 2016.

En segundo lugar, esta situación ha acelerado el impulso para la creación de una nueva herramienta: la Asociación Argentina de Trabajadores de la Danza (AATDa), es decir, un sindicato para los trabajadores de la danza. El pasado 10 de marzo en una conferencia de prensa Ricky Pashkus y el Movimiento por la Ley Nacional de Danza presentaron la propuesta de creación. A pesar de que la condición laboral precaria de los bailarines no es nueva, el conflicto tomó mayor visibilidad cuando en la obra “Stravaganza” de Flavio Mendoza dos sindicatos se disputaron la afiliación de sus bailarines: el Sindicato de Artistas de Variedades (SINAV) y la Asociación Argentina de Actores (AAA). Al tratarse de una producción comercial con peso y difusión en los medios, el conflicto alcanzó otra escala y puso sobre la mesa el vacío legal con el que se enfrentan los bailarines en sus relaciones de trabajo. Ricky Pashkus se interesó en el tema y se contactó con el equipo del Movimiento por la Ley Nacional de Danza para pensar cómo crear un espacio que respondiera a las necesidades de los trabajadores de este campo.

Ricky Pashkus, rodeado de bailarines durante la conferencia del 10 de marzo. Juan Carlos Copes, Federico Fernández, Gabo Usandivaras, entre otros, estuvieron presentes apoyando la iniciativa. Foto: Russarabian.

Ricky Pashkus, rodeado de bailarines durante la conferencia del 10 de marzo. Juan Carlos Copes, Federico Fernández, Gabo Usandivaras, entre otros, estuvieron presentes apoyando la iniciativa. Foto: Russarabian.

Si bien este proyecto es independiente de la ley -y cada uno debe seguir recorridos muy diferentes para avanzar-, ambos tienen puntos en común y sus objetivos últimos implican reconocer la importancia de la danza para el desarrollo cultural del país y a sus trabajadores como sujetos de derecho.

Desde una perspectiva laboral

Considerando que no es una disciplina nueva en nuestro país, que los principales teatros estatales como el Colón y el San Martín tienen sus propias escuelas de formación y sus propios cuerpos de baile, y que existe una Universidad Nacional de las Artes con un Departamento de Artes del Movimiento, ¿cómo es que todavía no hay una instancia formal que regule las condiciones laborales de los bailarines? ¿Por qué no tienen un sistema de seguridad social y de salud acorde a sus tareas si viven de su cuerpo, una herramienta con un fuerte desgaste?

¿Viven de su cuerpo? Según lo planteado en la investigación de Noel Sbodio, la mayoría trabaja en otros rubros para sostenerse económicamente y cuando lo hace en algo de danza la mayoría de las veces es ad honorem. Si estas personas se formaron en esta disciplina -en distintos géneros, técnicas y especialidades- pero laboralmente se desarrollan en otras tareas y cuando se vinculan con su profesión no reciben ningún ingreso, ¿cómo van a lograr percibirse como trabajadores de la danza?

Estas preguntas y características están ahí y es necesario llevarlas a la superficie para empezar a comprender cuál es la realidad cotidiana del sector y en función de esto qué es lo que necesita y cómo abordarlo. El panorama no es alentador. Siguiendo el análisis de Sbodio, entre los principales problemas se encuentran el trabajo sin cobertura de ART, el no reconocimiento de la relación de dependencia en el caso de los asalariados intermitentes, la falta de un régimen de jubilación acorde a las exigencias físicas, la inexistencia jurídica de las cooperativas/independientes, la ausencia de un régimen fiscal acorde y la carencia de un sindicato específico de la actividad.

Este universo es complejo. No hay una única realidad que los englobe a todos, coexisten distintos modos de producción según si consideramos el ámbito público, el privado o la autogestión. A modo de ejemplo, los integrantes de las compañías estatales están contemplados en el marco regulatorio de los trabajadores públicos. De esta forma, el sistema médico y la edad jubilatoria son los mismos para un bailarín que para un técnico de sonido o una recepcionista de boletería. Los que se desempeñan en ambientes privados o de forma autogestionada, están bajo el paraguas de otros sindicatos. Cualquiera sea el caso, ninguno recibe un tratamiento acorde a la tarea que desempeña.

La danza dentro de las artes escénicas

Históricamente la danza nunca fue la protagonista de los procesos de cambio, quedó englobada dentro de una disciplina que se le parece – el teatro-, pero que no es igual. Lo mismo ocurrió en materia de derecho laboral. Los contratiempos de los actores pueden llegar a ser similares en algunos casos, pero no son los mismos ya que su vínculo con el cuerpo es otro.

A nivel institucional, cuando se observan los procesos de surgimiento de organismos como Proteatro y el Instituto Nacional de Teatro, y el presupuesto que reciben en relación al que se otorga a Prodanza (la única institución pública del país destinada a financiar proyectos de danza independiente) rápidamente se pone de manifiesto la diferencia entre estas organizaciones[1] y el lugar secundario que ocupa la danza dentro de las artes escénicas.

La danza tiene que seguir haciendo su propio camino porque las demás disciplinas no van a pelear por ella ni a darle un lugar central. En aquellas áreas en las que ya se hayan dado algunos pasos hay que continuar, y en aquellas donde queda mucho por hacer, como es el caso del sindicato, no hay tiempo que perder.

Desafíos

A medida que se avanza en este proceso surgen dinámicas y modos de hacer que se encuentran instaurados y casi naturalizados.

Por un lado, los relacionados a la formación de los bailarines como ciudadanos y como artistas. En relación a este tema Sbodio propone: “hay un gran desconocimiento y un gran vacío de información respecto a los mecanismos del Estado y de participación en la sociedad. Por ejemplo, muchas veces las personas no entienden la diferencia entre las jurisdicciones y eso implica no saber qué los afecta, qué no y cómo podrían modificarlo”. La coexistencia de compañías oficiales, cooperativas autogestivas y proyectos comerciales, cada una con sus modos de contratación y sus radios de acción, da cuenta de la centralidad de que los actores involucrados conozcan esta variedad de realidades para poder operar sobre ella. Al mismo tiempo, Sbodio sostiene “hay un déficit muy grande en la formación del artista de la danza al no transitar por cuestiones como historia, sociología o temas que tengan que ver con su contexto y que lo lleven a hacerse preguntas sobre lo que lo rodea”.

Teniendo en cuenta estos puntos emerge la necesidad de realizar una tarea previa de concientización y de educación hacia el propio sector. Si a esto le sumamos que muchas veces el trabajo del bailarín independiente no es jurídicamente trabajo porque no está registrado y no cobra un salario por él, ¿cómo es la percepción de la propia profesión?

Por otro lado y en relación al argumento anterior, Pashkus plantea que lo que se está haciendo en realidad es trabajar y luchar para construir la identidad del bailarín. El sindicato sería la consecuencia de la comprensión y posterior asunción de una identidad que hoy en día, producto de la precariedad laboral, la gran diversidad del sector y la ausencia de marcos regulatorios, aparece como difusa y difícil de asir. A esto se agrega lo que el coreógrafo resume en la famosa frase de Isadora Duncan: “Si pudiera decir con palabras lo que se siente, no tendría sentido bailarlo”. La contrapartida de esta característica es qué pasa con lo que sí hay que expresar en palabras, con lo que tiene que funcionar en ámbitos que requieren una elaboración verbal.  “El bailarín tiene una relación muy expansiva con la musicalidad, la abstracción y la no literalidad. Pero esta poética complica las cosas y las pone en un lugar bohemio y romántico. Creo que aquellos gremios que hacen de la palabra una fuente de expresión directa tienen más en claro sus derechos” propone Pashkus.

Estas dificultades coexisten con las vinculadas a la producción. Pashkus observa “los que trabajan están menos interesados que los que no trabajan, lo que crea una paradoja bastante conflictiva: los que no trabajan no generan la producción del campo de acción de los bailarines pero están más interesados porque es el futuro y los que sí trabajan cuidan la relación que tienen y son más desinteresados al respecto”. Salvo en el caso de las compañías estables cuyo empleador es el Estado, el sector de la danza no tiene una clara patronal a la que reclamar mejores condiciones o un piso mínimo desde el que pensar el trabajo. En este caso el objetivo de la creación del sindicato no estaría dirigido a defenderse de alguien sino a establecer las reglas para que pueda generarse un campo en el que aparecieran patrones con los que, con suerte, habrá que pelearse en algún momento.

Finalmente, un obstáculo central tiene que ver con el nivel de participación de los integrantes en acciones de gestión. Casi que resulta una ironía: lo que hace falta es poner el cuerpo. No sólo en las actividades extraordinarias que convocan a los medios y que se hacen en fechas especiales sino también, y principalmente, en el día a día, en los pequeños pasos que de a poco hacen avanzar la problemática hacia su solución. No hay que esperar a tener que dar manotazos de ahogado. O, quizás, hay que entender que la situación laboral presente ya es estar con el agua al cuello.

Hacia el futuro

La creación de un sindicato no es una tarea fácil ni se realiza de la noche a la mañana. No puede concebirse como un hecho aislado que sólo depende de la voluntad de sus gestores sino que resulta indispensable entender los diversos intereses económicos y políticos que toca y las estrategias que hay que elaborar llevar adelante estas negociaciones. 

Sin embargo, el primer paso, el cometido de concientización y educación para todos los actores involucrados, es necesario para romper con la naturalización de esta precariedad laboral. Tanto por parte de las autoridades estatales (nacionales, provinciales y/o municipales) que contratan bailarines sin brindar un marco apropiado para su disciplina y en otros casos directamente los convocan de forma ad honorem, como por parte de los productores privados que realizan obras y rigen su actividad por los parámetros de los demás sindicatos. Pero, sobretodo, es indispensable que los propios trabajadores transformen su autopercepción y conciban su quehacer como un trabajo con derechos y obligaciones.

Si esta discusión de múltiples niveles no se da, no hay margen para pensar lo verdaderamente importante: qué lugar le queda a la profesionalización de los trabajadores de la danza. Si siempre se está luchando por sobrevivir, no hay margen para que esta disciplina sea una profesión. Es cierto que el sindicato no es la única medida a tomar y debe estar acompañado de políticas públicas que generen un marco de fomento real y sustentable. Sin embargo, es un paso central para definir la realidad de miles de personas que hoy se están formando o trabajando y están lejos de ver un horizonte alentador. 

¡Bailarines, uníos!

[1]  En 2009 el presupuesto de Prodanza fue de $1.200.000 y el de Proteatro $12.000.000 y esta disparidad se mantiene hasta hoy en día..