Julieta Paul: «Mi objetivo siempre fue superarme»

Es figura en el Teatro Argentino de La Plata. Dueña de unas perfección física particular, a punto de estrenar nuevo programa, cuenta que para ella lo más importante es, luego de una vida desafiante e incluso el abandono de la danza, haber aprendido a quererse a sí misma.

jueves, 09 de julio de 2015 | Por Maria José Lavandera

 Ella es la dueña de una figura privilegiada. Bellísimas piernas curvilíneas, que terminan en prominentes empeines, y que pueden elevarse kilómetros del piso. Su danza es limpia, virtuosa, precisa, al tiempo que blanda y de una entrega tan sincera como sensible.

Julieta Paul es una de las primeras figuras del Teatro Argentino de La Plata, que, sumido como está en el desfinanciamiento y el deterioro estructural, alberga joyas como lo es ella. Valga aclararlo, privilegio es contar con una bailarina de su calidad en nuestra escena argentina, y encabezando un cuerpo de baile igualmente maravilloso, que merece toda nuestra atención como sociedad en relación a su sostenimiento en el tiempo. Miembro de esta compañía desde 2005, Julieta venía de haber bailado, hasta ese entonces, junto al Ballet Argentino, de Julio Bocca, con el que, nos cuenta, “recorrió el mundo”. Definida por ella, una de las etapas más felices de su vida como bailarina, en la que gestó amigos entrañables y se sintió, luego de mucho tiempo, acompañada dentro de un mundo, el de la danza, que hasta ese entonces ella no tenía asociado con experiencias de realización personal y profesional. De hecho, su historia también incluye un impasse de cuatro años fuera de él.

Julieta Paul, como "La Sylphide", a fines del año 2013 en el Teatro Argentino de La Plata. Foto: Guillermo Genitti.

Julieta Paul, como «La Sylphide», a fines del año 2013 en el Teatro Argentino de La Plata. Foto: Guillermo Genitti.

A lo largo de nuestra conversación, que duró varias horas tras café, me mostró un camino de aprendizajes que bien deja claro que ser bailarina es tanto más que entrenar el cuerpo. Admiré su honestidad, su alma transparente, sus ganas de transmitir algunas de las experiencias que, más allá del dolor que hubieren causado, las visita hacia atrás como marcos de un necesario fortalecimiento y crecimiento interior. Justamente, Julieta ya me habla de “retiro” y de sus ganas de enseñar, además de la técnica, la importancia de la entereza y la madurez emocional para encarar una carrera como bailarina, así como ayudar a sus alumnos desde el cariño y la contención.

Oriunda de Paraná (Entre Ríos), la danza se metió en su vida de modo casi inexorable: “Desde que tengo memoria. Mi hermana estudiaba en un estudio y mi mamá, que era modista, hacía los trajes para las chicas. Cuando ella hacías las pruebas de vestuario, yo andaba gateando. Era inevitable que me agarrara de una barra. Primero fue como un juego. A mi familia le venía bárbaro porque no molestaba en mi casa (risas). Era hiperactiva. Alrededor de los 13, 14 años ya me daba cuenta que me gustaba mucho. Me becaron en el Seminario Provincial de Santa Fe. Empecé a tomármelo un poquito más en serio, a ir a concursos. De ahí terminé el secundario y tenía decidido que quería bailar, pero no era algo del todo firme. Hasta que no entrara en una compañía, no estaba segura de que podía vivir de eso. Empecé la facultad a distancia, Ciencias de la Comunicación en la UBA, y a la vez rendí el Perfeccionamiento en el ISA [Instituto Superior de Arte del Teatro Colón] e hice esos dos años en Buenos Aires”, relata.

R: ¿Fue difícil la llegada a Buenos Aires?

JP: Fue muy shokeante y duro; me sentía muy sola. El estilo de vida que tenía en Paraná cambió mucho en Buenos Aires. Se sumó la diferencia del ambiente en Santa Fe, que tenía sus roces y competencias, pero no en la magnitud que viví luego en Capital. Caí a un grupo ya formado, compañeras desde 1°año, y no me sentí bien recibida. En eso tener condiciones físicas me jugó en contra y yo no estaba fortalecida a nivel emocional para enfrentar tantos recelos. Me tocó una maestra muy dura y yo no estaba preparada emocionalmente para eso. Con Mimí y Betty (Sturla) de Santa Fe tenía una relación de madrinazgo. Había mucha disciplina pero siempre te cuidaban como una hija. Fue muy fuerte. Dos años muy duros, que colaboraron mucho en que dejara de bailar después. Mi recuerdo de esos años fue resistir. Indudablemente no era mi lugar. A la larga me fortaleció. Cuando volví a bailar, volví con otra actitud.

***

El corolario de esta complicada situación fue un accidente de tránsito en que falleció su mamá, lo cual marcó su alejamiento, en aquel momento, definitivo del “circuito”, a pesar, incluso, de sus mentadas “condiciones”. Fue así que, en una época que cualquiera consideraría clave para un bailarín –entre los 20 y los 25 años-, Julieta emprendió otros rumbos y llegó a ser gerente en un local gastronómico. Fue luego de ese lapso, que, instada por algunos conocidos, volvió a tomar algunas clases y, de igual modo, motivada, a poco de retomar, a presentarse en una audición para la compañía de Julio Bocca. La sorpresa fue que, en algo menos de tres meses, no sólo la danza la había abrazado de nuevo, sino que además en tanto profesional.

R: ¿Qué significados fue adoptando la danza para vos a lo largo de tu historia?

JP: Cuando era más chica, me fascinaba. Pero paulatinamente, y conforme fueron dándose algunas presiones externas y experiencias poco positivas a nivel personal, empecé a sentir que mis condiciones físicas eran como una condena, una obligación a bailar. Parecía que no había lugar para otra cosa. Aquello que era una bendición, para mí, que de chica no tenía gran fortaleza emocional, se convirtió en un peso. Todos me decían que había nacido para bailar y a mí me daba la sensación de que si no me iba bien bailando, entonces no era nada. Como si no sirviera para nada más. Y cuando dejé de bailar, entendí que podía hacer otras cosas. Volví a bailar porque quise, no porque “había nacido para eso”. Pero tuve que pasar por ese proceso de que se convirtiera en mi decisión. Fue un cambio importante de perspectiva.

Julieta Paul, en ensayo. Foto: Carlos Villamayor.

Julieta Paul, en ensayo. Foto: Carlos Villamayor.

R: Ser bailarina es tanto más que “poder” bailar, ¿no?

JP: Lo importante es que uno tome la decisión de que lo quiere hacer. Que yo haya nacido con condiciones físicas, no determina mi destino como bailarina. No significa que tenga la cabeza ni el corazón en eso. Por eso es difícil cuando ves una chica con condiciones. No podés cometer la irresponsabilidad, como docente, de insistir desmedidamente en eso: a lo mejor no quiere ser profesional, no le gusta, no tiene la disciplina que hace falta o la fortaleza emocional. Pero la etiqueta es muy fuerte. A mí me ayudó alejarme. Me di cuenta que podía trabajar de otra cosa y no lo sufrí para nada. Aprendí muchísimo. Conocí gente nueva, hice amigos, me di cuenta que podía ser buena haciendo otra cosa que no tenía nada que ver con el ballet. Así como había sido abanderada cuando era chiquita en la escuela.

R: ¿Y cómo fue el regreso, de la mano del Ballet Argentino? Fue como la gran reconciliación…

JP: Entré en un grupo maravilloso, éramos todos muy amigos. Creo que me respaldaron mucho y yo me apoyé mucho en ellos. Tengo dos compañeros en La Plata que entraron conmigo –Lisandro Casco, Miguel Moyano-. Y en ese grupo estuvieron Eva Prediger, Hernán [Piquin], Cecilia [Figaredo], Benjamín Parada. Nos habíamos hecho un grupo compacto. Una sorpresa para mí porque era tan distinto a lo que había vivido en el instituto de chica. “Hay gente buena acá”, pensaba yo. Viajábamos y nos divertíamos mucho en las giras. Íbamos a comer todos juntos, paseábamos por ciudades que no teníamos ni idea (risas). Fue una época de mucho trabajo porque había que responder, era la compañía de Bocca, no había un “más o menos”, pero se equilibraba la presión con que lo pasábamos genial. Ya entonces bailar se había convertido en una bendición. Miraba para atrás y no podía creer que ahora estuviera recorriendo el mundo con Julio Bocca. Le encontré otra vuelta de rosca a la profesión y empecé a sentirme agradecida de la vida de poder hacerlo. Sentía que ya no podía pedir más.

R: Y, sin embargo, después de eso, llegaste a ser figura en el Argentino…

JP: Sí, la verdad… Luego de algunos años con el Ballet Argentino, empecé a sentir que quería hacer más ballet completo, con puesta en escena. Es muy distinto el trabajo en el teatro, que en una compañía privada. Es otra resistencia, otra cabeza, aunque sí me ayudó mucho lo de Julio para estar acá. Pero es muy distinto el trabajo. Las rutinas son diferentes, te tenés que adaptar a otras cosas que en una compañía privada son impensadas y acá te pasan todos los días. Es un aprendizaje constante.

Me pasó que entré en el cuerpo del teatro y dije, como antes, también “ya está, qué más voy a pedir”: dejé de bailar, volví a bailar, recorrí el mundo y ahora estoy en una compañía estable. Pero bueno, luego hice un Lago [Lago de los Cisnes] como cuerpo de baile, “Coppelia” como solista y ya en 2006, a un año de ingresar, estaba haciendo roles de primera. Todo pasó muy rápido. Siempre he trabajado por el hecho de llegar a mi máximo pero no por decir que quería llegar a ser primera. Honestamente nunca trabajé “por el puesto”. Mi objetivo siempre fue superarme. Pero no tenía esas metas de ascenso. Imagináte que cuando volví ni siquiera me planteé que quería ser profesional. Yo me había despedido de la danza definitivamente. Y las cosas se me fueron dando.

R: Y de pronto apareció Federico Fernández con Ballet en Gala…

JP: De golpe Federico me manda un mensaje diciendo que necesita una bailarina para su nuevo proyecto, Ballet en Gala (risas). Te juro que yo no me propongo las cosas, no muevo las piezas. No sé si se llama destino o qué. Eso sí, nunca me senté a mirar y nunca hice la plancha. Pero hasta en la facultad era así. Es una característica personal. No fuerzo las cosas pero pedaleo. Siempre que decidía que estaba genial, venía algo nuevo que me sorprendía. Y me pasaron cosas hermosas en estos años. Hace dos fui a Rusia [junto al Ballet Metropolitano de Buenos Aires] y con Federico fui a Brasil. El año pasado fuimos con Bautista [Parada] a Miami… A veces te asusta y decís “¿podemos parar acá?” (risas). Me ha costado mucho desarrollar mi fortaleza emocional. Tuve que educar la cabeza y desestructuar los mapas mentales que tenía. Mezclar y dar de nuevo.

Federico Fernández y Julieta Paul, en "Don Quijote". Foto: Carlos Villamayor.

Federico Fernández y Julieta Paul, en «Don Quijote». Foto: Carlos Villamayor.

R: La sensibilidad es un arma de doble filo para ser artista. Muy necesaria para lograr empatía a través del personaje y, al mismo tiempo, que la exposición, las tensiones de todo tipo que rodean al ambiente, no te afecten…

JP: Sí, claro. Yo tenía que sí o sí trabajar mi cabeza. Me perjudicaba la hipersensibilidad y sufría muchísimo. Administrar la vulnerabilidad lleva años y es un aprendizaje. Es una maduración personal muy grande. Cuando la lográs, te estás retirando (risas). Tenés que tener la cabeza fría pero estar comprometido emocionalmente. Parece contradictorio. No te podés desbordar arriba del escenario tampoco porque no podés perder el control físico. Encontrar el equilibrio es un trabajo.

Mismo es importante este crecimiento para afrontar una mala función, que también puede pasar. En el escenario puede pasar cualquier cosa. A veces te preparaste dos meses, saliste, te tropezaste con una cinta y listo. Y hay que remontar eso también. Son funciones que te dejan una enseñanza tremenda. Hubo una que no me voy a olvidar jamás. Me tropecé desde el momento en qué empezó hasta que terminó. Hay días que decís “hoy no tendría que haber bailado”. Después del primer acto, me senté en el camarín y me quería ir. Pero no había otro reparto. Y gracias a Dios que no había otro reparto, porque si ese día a mi alguien me cubría, yo no bailaba más. Hubiera dicho “no voy a pasar otra vez por eso”. Y tuve que reponerme porque estaba obligada a hacer dos actos más. Creo que luego de eso encaré las funciones de otro modo, dando gracias de que tenía oportunidad de salir a bailar otra vez. Y aprendí también a perdonarme. No puede ser que una falla te arruine todo un Pas de Deux. Lo que falló, falló. Listo. De acá en adelante todavía tenemos 20 pasos para hacer. Pero eso te lleva tiempo entrenarlo. Tampoco tenés que caer en la falta de responsabilidad de que no te importa nada. Es una línea muy fina. No la flagelación, pero tampoco aflojar. Si pasó, pasó. Es aprender a seguir y fortalecerse.

R: Volviendo a Fede Fernández, tienen una química muy particular…

JP: Nos entendemos perfecto y fue instantáneo. No tenemos problemas técnicos. Las energías son muy parejas. El me ve la cara y sabe si estoy bien, mal, si le voy a picar torcida (risas). Es impresionante cómo en seguida nos acoplamos. Y no somos de la misma generación. Lo que sentimos nosotros es que todo fluye, sale, hay cosas que ni sabemos cómo. O de pronto algo falló en la función y lo resolvemos de golpe. Tiene que ver con el oficio que tenemos los dos también. Pero hay complicidad y química. Ya nos miramos y sabemos. Muchos me dijeron que se nota desde el escenario la energía que hay. Evidentemente lo que nosotros sentimos, se proyecta. A mí acá en el Argentino, siento que me pasa lo mismo con Bautista [Parada], pero tenemos una trayectoria de años. Hoy bailamos con los ojos vendados.

R: ¿Hubo algún rol que te haya marcado especialmente?

JP: Me gustan mucho los roles dramáticos (risas). De los que hice, Nikiya me pudo. Giselle también. Y otro rol que en mi vida tiene un capítulo aparte es Carmen. Estoy caratulada como bailarina blanca, lírica. Carmen fue el primer rol fuerte que me dieron y lo hizo Marcia Haydeé. La de ella era una Carmen rea, terrible, mala, indomable, muy distinta a la de Alonso. Todos le preguntaban si estaba segura de ponerme en ese rol. Pero la encontré y hasta me trajo planteos de mi vida personal. De golpe, salió otra persona, emociones que no sabía que tenía. Me di cuenta de que podía ser mucho más fuerte de lo que creía. Que tenía un carácter que estaba anulando. Hasta ese momento nunca me había permitido tal cosa. Esperaba las órdenes de los demás.

R: Se mezclan mucho el arte y la vida…

JP: Para mí no está dividido lo personal de lo profesional. Está todo como muy englobado. A mí un rol me puede cambiar y hacer descubrir cosas. Y lo que me pasa a nivel personal me puede también afectar en la interpretación. Aunque, también me ha tocado sobreponerme de situaciones personales para salir al escenario y lograr un personaje a pesar de mí misma. Me ha tocado hacer roles de súper contenta, divina, pasando momentos muy difíciles. Era Swanilda y me miraba en el espejo antes de salir y me decía: “¿Cómo voy a hacer?”. Eso también es disciplina. Se abre el telón y nadie se enteró lo que a vos te pasó. Ahí nos damos cuenta que el nuestro es un trabajo también. Somos artistas y trabajamos mucho para lograrlo. Es un trabajo que tiene su horario, reglas que tenés que cumplir. Hay que trabajar mucho y no tiene nada de sencillo.

Julieta Paul, en su esplendor, como Odette. Foto: Gentileza Julieta Paul.

Julieta Paul, en su esplendor, como Odette. Foto: Gentileza Julieta Paul.

R: Después de una vida tan ecléctica, en que te has superado cada día más, ¿cuál sería tu mejor consejo a una bailarina joven?

JP: Primero, lo más importante es la dedicación, el trabajo. Aunque esté desvalorizado hoy en día, yo sigo insistiendo que es el camino. Y lo que a mí me faltó que me dijeran: que me quisiera a mí primero. Hay que tener la cabeza bien encaminada, para que uno en el afán de perseguir esto que le gusta, no se haga daño. Creo que muchos quedaron en el camino, y muchos de los que sufrimos en el transcurso de la carrera, fue por no tener la autoestima trabajada. Uno puede tener el físico en perfectas condiciones, pero sin la madurez emocional, no se llega. Saber mantener los equilibrios, no ir a los extremos. Saber cuando no tuviste un buen día, y cuando sí lo tenés, reconocer tus logros, tus virtudes. Se trata de asumir y trabajar sobre tus falencias sin que sea terrible. Cómo te parás frente a 2000 personas si no te apreciás. Eso fue lo que me faltó. Lo entendí con el tiempo, a los golpes. Quizás no logres nunca la tercer pirueta pero sabé que lo intentaste. Y si es nunca, también puede ser. Igual voy a seguir probando.

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