La Flor del Borda: una obra que viaja en el viento

El viernes 6 de febrero de 2015, La Flor se presentó en Café Müller. Esta obra, con danza de Soledad Madarieta y la participación especial de Daniel Arteaga, y música de Martín Perino, ellos ambos pacientes en el Hospital Borda, que emergió y floreció en buena medida en su Centro Cultural, no olvida sus orígenes.

miércoles, 18 de febrero de 2015 | Por María José Rubin

El viernes 6 de febrero de 2015, «La Flor» se presentó en Café Müller. Esta obra, con danza de Soledad Madarieta, la participación especial de Daniel Arteaga y música de Martín Perino, ellos ambos atendidos en el Hospital Borda, que emergió y floreció en buena medida en su Centro Cultural, no olvida sus orígenes. Su próxima función será en Café Müller será el 20 de marzo, pero cada domingo vuelve a la vida en los ensayos que la mantienen en constante movimiento.

La Flor del Borda en Café Müller

El inconfundible paisaje del Borda guarda el fondo de la escena. La realidad del hospital se ve doblemente duplicada: su proyección sobre el muro está unida a un siamés espejado que lo muestra en una existencia paralela, enrarecida, un reino del revés donde todo está cambiado. Por delante, el viento corporizado en una tela danzante también lo proyecta, ahora en movimiento. El Borda gira y danza. Está habitado, además, por dos seres misteriosos que exploran su paisaje con los ojos de quien nunca ha estado en este espacio y ve ante sí posibilidades infinitas que florecen.

La flor nace, crece, se desprende y vuela, planea sin reservas en esa música que la impulsa guiando sus pétalos rojos como lo haría el viento con unas alas desplegadas. La flor viaja, descubre, se interroga a sí misma y a su entorno, hasta que un acompañante inesperado la encuentra. Se observan, dialogan, se imitan. Comparten movimientos como palabras de un idioma, cada uno con su interpretación de la música que los envuelve, movidos por ella de formas diversas. Este arlequín gira y despega del suelo; en un jardín despojado, es el panadero que lleva en su centro la semilla de algo grande.

Flor y panadero (Soledad Madarieta y Daniel Arteaga) regresan de su viaje para enfrentar ese lugar en el que vimos a un Borda en plena transformación, mientras la música en vivo (Martín Perino) llega a su fin. En una imagen por demás esperanzadora: dos miradas que se posan  sobre un muro limpio, una hoja en blanco en la que todo está por hacerse y un final que promete un nuevo comenzar.

"La Flor del Borda", en pleno parque en el hospital, donde se estrenó la obra. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

«La Flor del Borda», en pleno parque en el hospital, donde se estrenó la obra. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

Entrevista con Soledad Madarieta y Martín Perino

Sole y Martín se miran a los ojos y es obvio que se entienden. Podría atribuirse esta conexión tan particular al espíritu sensible de los artistas, que con una mirada se comprenden en planos inaccesibles para los simples mortales; pero yo, que no soy creyente, sospecho que son amigos.

Sole forma parte de Tinkunakuy, la compañía residente de Café Müller que se caracteriza por ahondar en la experimentación y trabajar hombro a hombro para bailar, iluminar, producir y difundir cada una de sus obras. Conoció a Martín en el Borda, donde recibe su tratamiento y toca el piano. Martín tiene una trayectoria académica de punta en blanco: empezó a estudiar piano a los cinco años –“tengo la dicha de decir que mi primera maestra fue mi mamá”, nos dijo–, hizo el conservatorio y luego estudió en España y Austria. Hoy es profesor, licenciado y maestro. Dio conciertos en Argentina, Estados Unidos y once países de Europa como solista, recitalista, camarista y con orquesta.  Estudió composición con Virtú Maragno y lleva 30 obras compuestas, incluyendo La Flor.  “Una vida entera dedicada a la música, que es lo que más quiero. Todo lo que yo tengo es la música”, resume.

Sole y Martín trabajaron a lo largo de varios meses en la creación de La Flor del Borda, una obra con música en vivo, compuesta e interpretada por Martín, y danza con una buena dosis de improvisación, arriesgada y cautivadora, a cargo de Sole y Dani como invitado especial. El Centro Cultural del Hospital Borda los recibió en el marco de su convocatoria abierta –Dadores de Arte-, destinada a artistas que quieran presentar proyectos de obra o intervención en el espacio. El estilo entre clásico y romántico de la música, compuesta desde la vereda académica, se encuentra en el cruce con la experimentación de la danza contemporánea y reúnen así dos universos que raramente se ven juntos.

Una flor que emergió en el marco del proyecto "Dadores de Arte", la convocatoria abierta a artistas del Centro Cultural Borda. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

Una flor que emergió en el marco del proyecto «Dadores de Arte», la convocatoria abierta a artistas del Centro Cultural Borda. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

R: ¿Cómo surgió la posibilidad de trabajar en el Borda?

SOLE: Con Tinkunakuy habíamos participado en el centro cultural haciendo algunas intervenciones. Todo surgió porque una vez escuché al director del Centro Cultural del Hospital Borda hablando en la radio sobre este espacio y me llamó mucho la atención, quise conocerlo. El lugar me pareció increíble y les conté a las chicas de Tinkunakuy que hay convocatorias abiertas para que uno proponga lo que quiere hacer ahí. Nosotras teníamos una pequeña muestra que era el principio de una obra y fuimos a hacerla allá. Yo quedé en contacto con Rodrigo, uno de los chicos que organizaba el festival, que un día se comunica conmigo por mail y me cuenta de Martín. Me dice que es un pianista muy grosso, que tengo que conocerlo, porque él le había dicho que tenía una obra ya armada que imaginaba para el solo de una bailarina. Así fue que nos conocimos, en febrero del año pasado.

Entonces la obra musical ya estaba creada, había que construir la danza. Para eso, Rodrigo nos propuso que hiciéramos una presentación mensual en formato de ensayo abierto, para que la gente pudiera ver el proceso creativo y de paso nosotros ensayábamos. Una vez por mes, hacíamos una parte de la obra, que consta de trece números. Ya en diciembre de 2014 hicimos la obra completa en el centro cultural.

R: ¿Cómo se estructura la obra musical? ¿Cómo llegó a relacionarse la idea de La Flor?

MARTÍN: Esta pieza se compone de trece números muy diferentes entre sí. Cada una de esas piezas es un mundo diferente, pero el hecho de tocarlas hace que haya una concepción de unidad. Quienes tengan la oportunidad de escucharla y verla van a notar que son realmente muy diferentes.

Durante mucho tiempo la obra no tuvo nombre, se lo puse dos años atrás, y está concebida desde hace cinco años y pico. Leí un poema de Borges, “La rosa profunda”, en el que habla sobre una quimera, algo que no puede ser. Esta flor es una quimera, y así nace mi flor. Es una idealización tan perfecta que no puede ser.

R: ¿Cómo fue el proceso creativo de la danza a partir de esa obra musical preexistente?

SOLE: Por la forma del lugar en el que estábamos, él no sabía lo que yo estaba haciendo, porque el espacio que tenía para moverme quedaba a espaldas de él. Pero en mis movimientos yo percibía una escucha musical, sentía que me estaba acompañando, que había una conexión.

MARTÍN: Yo recuerdo una vez en que acompañé a una cantante y me fue a ver Fernando Pérez, que es un gran pianista que hace acompañamiento de cantantes. Él me dijo “yo creo que no hay pianistas que acompañen cantantes, hay pianistas que conducen cantantes”. Creo que hay un poco de eso, que la música conduce la energía, no es que acompañe. La música es una prolongación de la energía en movimiento que es la danza.

Una transformación, una flor que emerge. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

Una transformación, una flor que emerge. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

R: ¿Cuánto de coreografía y cuánto de improvisación hay en la obra?

SOLE: La estructura musical de la obra él ya la tiene escrita, pero en cuanto a la danza es improvisación y composición instantánea. No hay una coreografía pautada: cada pieza tiene su motor y se sabe conceptualmente lo que se quiere trabajar, pero no se sabe la forma, las sensaciones, el espacio, el tiempo y la duración, todo eso se decide en ese momento. Y eso él lo lee y lo siente, por más que su partitura esté escrita.

MARTÍN: Sí, después de eso, viaja.

SOLE: Lo que me pasa a mí con esta obra es totalmente nuevo, es diferente cada vez que la interpreto, es un trabajo muy complejo porque trato todo el tiempo de preguntarme el por qué de lo que hago, qué la está moviendo. Hay mucho de emotivo y narrativo, pero me tomo la licencia para trabajar también con la abstracción y la parte experimental en escena. Con Dani, como él nunca estudió danza, hacemos un trabajo bastante minimalista con los recursos que tenemos. Eso también es muy nuevo. La improvisación en el arte es lo que más me llega, es cuando siento que estoy arriesgando, pero en esta obra arriesgo mucho más porque el lenguaje que maneja Dani en esa improvisación es completamente del momento. Él usa el material que le sucede y no desde un lenguaje corporal entrenado sino con algo visual, una sensación suya en el momento, y yo trato de conectar con eso. Es un riesgo, es algo que nunca había entrenado, pero también es un juego muy lindo.

Él se sumó como invitado especial cuando nosotros ya estábamos trabajando. Nos conocimos un domingo en los ensayos, él quería bailar. Y el día del festival, cuando teníamos la presentación, llegué y me dijo que estaba triste, que pensaba que bailando se le iba a pasar. Estuvimos de acuerdo en que se sumara ese día y después no pudo dejar de sumarse las otras veces, porque cuando él entró a la obra yo sentí que lo necesitaba. Estaba transitando mucho la soledad en la obra, y en algún punto tenía que encontrar qué pasaba si había otro. Tenía que ver si llegaba a ese momento de la poesía de Martín cuando dice “estoy enamorado”. Se abría una búsqueda y necesitaba transitar las sensaciones del miedo, el juego, la expectativa de que aparezca otro, que hasta ese momento no había experimentado en La Flor.

Soledad Madarieta y Daniel Arteaga, interno del Hospital Borda, como Martín Perino, el pianista y compositor de "La Flor". Foto: Emiliano Salinas Rojas.

Soledad Madarieta y Martín Perino, el pianista y compositor de «La Flor». Foto: Emiliano Salinas Rojas.

R: La obra comienza con un video que muestra escenas de danza y movimiento en el Borda. ¿Qué función cumple en relación con la obra?

SOLE: Como La Flor por primera vez iba a salir del hospital, queríamos que se visualice dónde nació ese proyecto, que esté presente. A mí se me hace importantísimo no olvidar ese lugar porque también es resignificar los espacios: la obra no se creó en una sala de ensayos, ni con una compañía; nosotros nos conocimos ahí, la creamos ahí, nuestra sala fue el Centro Cultural del Hospital Borda. El arte puede suceder en cualquier espacio.

MARTÍN: La labor con el arte significa mucho para la recuperación mental de todos.

"La Flor". Foto: Emiliano Rojas Salinas.

«La Flor». Foto: Emiliano Rojas Salinas.

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Durante la entrevista, queda claro que una de las potencialidades más valiosas de esta obra, aunque sin dudas no la única, es echar una luz nueva sobre la mirada habitual que sesga la lectura de una institución como el Borda. A través de su centro cultural, es posible ingresar a este espacio que no está aislado de la sociedad, sino que es parte de ella y que alberga seres humanos con capacidades infinitas para el arte y el trabajo. Un lugar en el que es posible ingresar y colaborar, de donde todos podemos también llevarnos enseñanzas y experiencias invaluables. Un lugar, en definitiva, que en ningún caso debería dejarnos indiferentes.

Soledad Madariaga y Daniel Arteaga. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

Soledad Madariaga y Martín Perino. Foto: Emiliano Rojas Salinas.

Para contactarse

Proyecto “Dadores de Arte”. Convocatoria abierta sin fecha de vencimiento: centroculturalborda@gmail.com