Luis Ortigoza: Vocación sin fronteras

Por María José Rubín y María José Lavandera Dueño de una técnica impecable y de un carisma que conmueve, el bailarín argentino Luis Ortigoza se encuentra hoy en un momento privilegiado de su carrera: consagrado como bailarín, transitando su aún joven camino como coreógrafo y con muchos desafíos por venir. Tras haber deleitado a audiencias […]

lunes, 06 de mayo de 2013 |

Por María José Rubín y María José Lavandera

Dueño de una técnica impecable y de un carisma que conmueve, el bailarín argentino Luis Ortigoza se encuentra hoy en un momento privilegiado de su carrera: consagrado como bailarín, transitando su aún joven camino como coreógrafo y con muchos desafíos por venir.

Tras haber deleitado a audiencias de todo el mundo en mecas del ballet como Cuba, Rusia e Italia, Luis se recuerda aún a sí mismo en su primera visita al Teatro Colón, y la huella que esa experiencia dejaría en su vida para siempre.

Vale contar que ha sido nominado en dos oportunidades para el prestigioso Premio “Benois de la Danse” por su interpretación en rol de Drosselmayer y Príncipe en el “Cascanueces” de Rudolf Nureyev; y en el rol de Don José en el ballet “Carmen” de Marcia Haydée, siendo ovacionado en su presentación en la Gala de Premiación en el Teatro Bolshoi de Moscú. También ha sido ganador de la Medalla de Plata en el IV Concurso Internacional de Ballet de Jackson (Estados Unidos).

Capaz de dejar atónito al más exigente de los auditorios con sus prodigiosas piruetas, Luis también nos sorprende con su historia, en la que además de premios y ovaciones inolvidables recibió, increíblemente, alguna vez un “no” como respuesta. Su convicción y amor por la danza le permitieron seguir adelante, convertirse en Primer Bailarín Estrella del Ballet de Santiago, en Chile, y continuar seduciendo a un público que agradece cada instante de su presencia sobre el escenario.

R: Tras haber bailado con algunas de las figuras del ballet a nivel mundial y de haber logrado tanto en términos de carrera, ¿cómo te encuentra hoy la danza?

L: Hoy en día me encuentra con madurez y tranquilidad para enfrentar diversos roles. Mis preferidos son aquellos en los que el personaje tenga algo que entregar más allá de la técnica y del virtuosismo. Esto ha cambiado con el tiempo, porque cuando era muy joven siempre buscaba la técnica perfecta, cosa que no existe, y al ir madurando he aprendido a bailar, no solamente a ejecutar.

R: ¿Qué características tiene hoy tu momento profesional? ¿Cuáles son tus desafíos?

L: Actualmente, me interesa buscar nuevas técnicas o ballets en los que el personaje sea un desafío artístico; este año haré por primera vez “Mayerling”, una obra del genial Sir Kenneth MacMillan, y eso me tiene profundamente motivado. Será sin dudas el ballet de la temporada 2013. También trabajaré otra vez con el talentosísimo Demis Volpi, un coreógrafo argentino radicado en Stuttgart, que acaba de estrenar un ballet para el Stuttgart Ballet y fue nombrado coreógrafo residente de la compañía. Él hizo para mí “Spaceman” el año pasado y fue un tremendo suceso [N. de la R.: Ganó, por su actuación de esta obra, un premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por “su destacado aporte artístico durante la temporada 2012 en el Teatro Municipal de Santiago, en la categoría ‘Danza Nacional“, tal como reza su diploma.]

Luis Ortigoza en la obra "Spaceman", de Demis Volpi, por el cual ganó el Premio de la Asociación de Críticos de Chile 2012. Foto: Patricio Melo

Luis Ortigoza en la obra «Spaceman», de Demis Volpi, por el cual ganó el Premio de la Asociación de Críticos de Chile 2012. Foto: Patricio Melo

(*) Vistazo: Demis Volpi y Luis Ortigoza en la preparación de «Spaceman»

R: ¿Cómo fue tu llegada al Ballet de Santiago? ¿Cómo es la experiencia de bailar allí?

L: Mi llegada al Ballet de Santiago fue algo que no estaba en mis planes. Yo había terminado mis estudios en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y trabajaba como refuerzo del cuerpo de baile. Hubo concurso para entrar a la compañía del Colón; todos decían que yo quedaba… y no. Llegué hasta la final pero no entré. Recuerdo que entre los miembros del jurado estaba el Maestro Alexander Minz y no podía creer lo que estaba pasando; incluso se peleó por ese motivo con el jurado y con el director de aquel momento. Ese mismo año me presenté en otro concurso para el Teatro Argentino y quedé como una especie de refuerzo, comencé a trabajar en abril y en julio me vine a Chile.

En una ocasión, mientras tomaba una clase con mi maestro Mario Galizzi, había gente mirando. Yo no sabía quiénes eran, pero cuando terminé la clase se me acercaron y me ofrecieron un contrato como cuerpo de baile. En el camino del estudio a mi casa lo pensé, lo hablé con mis padres y les dije que quería bailar: que si no podía ser en Argentina, probaría en otros lados. Mis papás me apoyaron siempre, me firmaron el permiso para salir del país y para trabajar, porque era menor de edad, y en una semana comenzó todo acá, en Chile.

El Ballet de Santiago es una compañía con un repertorio riquísimo. Permanentemente vienen coreógrafos de todas partes del mundo, tenemos muchas funciones, giras y presentaciones extraordinarias. Aquí siempre me brindaron el apoyo para poder viajar y bailar en el exterior, y así hice mi carrera. Eso me dio la posibilidad de trabajar con grandes personajes del ballet y hacer coreografías de genios como MacMillan, Cranko, Bejart, Balanchine, Robbins, entre otros. También pude trabajar con Iván Nagy, Marcia Haydée, Natalia Makárova, Richard Cragun, y otras figuras de la danza.

R: ¿Qué desafíos encuentra la perspectiva de desarrollar una carrera artística en Latinoamérica?

L: Pienso que el desafío mayor de estar en Latinoamérica es que geográficamente estamos muy lejos y a veces es difícil convencer a profesionales del extranjero de que vengan a trabajar con nosotros. Pero cuando vienen y ven lo que hacemos, quieren volver.

R: ¿Tenés algún coreógrafo predilecto?

L: MacMillan y Cranko para mí fueron dos genios, la forma en la que narraron las historias para ballet son insuperables. De los más actuales me gustan mucho Mauro Bigonzetti y Demis Volpi.

Luis Ortigoza, en "La Bayadera". Foto: Carlos Villamayor.

Luis Ortigoza, en «La Bayadera». Foto: Carlos Villamayor.

R: ¿Qué significa para vos la danza como manifestación socio-cultural? ¿Por qué es, desde tu punto de vista, una disciplina artística tan importante y popular en nuestro tiempo?

L: Creo que cualquier manifestación artística es una forma de expresión muy grande, una forma de dejar un mensaje, de hacer disfrutar al público de un espectáculo único, y con el paso del tiempo ha ido evolucionando y adoptando nuevas facetas. La tecnología también avanzó, y eso ha hecho que se acerque más gente y se enganche más.

Yo siempre pienso que el ballet debe evolucionar a la par de las cosas que vivimos para estar más acorde a nuestros tiempos.  Por ejemplo, cuando hice mi versión de “La Bayadere”, un gran clásico, mi propósito fue agilizarlo, hacer bailar más a los hombres y hacerlo llevadero para el público, sin quitar el mensaje, el estilo, las formas del genial Petipa.

R: ¿Cómo te recordás de pequeño? ¿Qué te atrajo de la danza y cómo fue tu primer acercamiento a ella?

L: Me recuerdo bailando, siempre en mi cabeza estaba el bailar, sentía la música y me movía sin saber lo que hacía. Y un día, a los cinco años, vi por casualidad una clase de ballet, y dije: “Yo quiero hacer eso”; sin saber, repito, que eso era ballet. Mis papás pensaron que sería algo pasajero y dijeron: “Muy bien, lo harás”, pero fue para toda la vida.

Hasta el día de hoy recuerdo la primera vez que fui al Teatro Colón a ver ballet. La obra era “Giselle”, con Cristina Delmagro y Eduardo Caamaño. Recuerdo todo: los colores del vestuario, la impresión de estar en ese teatro majestuoso e imponente, y yo ahí, viendo esa maravilla.  Qué emoción.

R: ¿Cómo te preparás para cada clase y para cada función?

L: Para las clases, lo normal: caliento mi cuerpo y uso la clase para afinar mi instrumento: la musculatura y la cabeza, para aprender rápido las combinaciones.  En los ensayos, primero necesito tener todo claro en mi mente para pasarlo al cuerpo y buscar la forma de adueñarme del personaje.

Antes de una función, cuando estoy en el camarín, maquillándome, comienza el proceso de transformación para salir a escena; y una vez en el escenario, soy tremendamente intuitivo y me tiro con todo sin pensar mucho. He aprendido a disfrutar cada vez más.

R: ¿Qué es lo que más te gusta de la actividad creativa en tu tarea como coreógrafo? En 2007, debutaste como coreógrafo para el Ballet de Santiago y el Ballet del Teatro Argentino de la Plata, con tu versión de «La Bayadera».

L: La verdad es que nunca me propuse ser coreógrafo, fueron cosas que se dieron y las tomé. Lo que más me atrae es ver cómo en la sala de ballet empieza a tomar forma lo que uno tiene en su cabeza, y cobra vida.  Soy una persona que necesita tiempo para desarrollar una idea y transformarla en pasos, en danzas, y eso me gusta porque cuando pienso en algo específico me enfrento al desafío de ver si va a resultar o no.  Además, me involucro en toda la producción (vestuario, escenografía, etc.) al cien por ciento.

Luis Ortigoza y Julie Kent, Primera Bailarina del American Ballet  Theater, bailando "Las Sífildes". Foto: Patricio Melo

Luis Ortigoza y Julie Kent, Primera Bailarina del American Ballet Theater, bailando «Las Sífildes». Foto: Patricio Melo

R: El año pasado tuvimos la oportunidad de verte en Argentina como coreógrafo y protagonista masculino de La Bayadera, compartiendo el escenario junto a Eleonora Cassano en el inicio de su despedida de la danza clásica. ¿Cómo surgió la posibilidad de traer aquella producción a nuestro país y cómo fue la experiencia?

L: Me convocaron para bailar junto a Eleonora, vi que podía hacerlo en ese período, así que no lo dudé y dije que sí. Era algo muy bueno poder bailar en Buenos Aires mi producción de “La Bayadera” en el Luna Park y vivir un momento tan significativo para Eleonora, así como también compartir el escenario con los bailarines del Teatro Argentino de La Plata.

La experiencia fue maravillosa: para mí es muy importante cómo el público reacciona a lo que ve, y la respuesta fue increíblemente buena; además, con Eleonora nos llevamos muy bien en escena. Fue un momento especial el poder ser parte de algo tan importante para Eleonora y le estoy muy agradecido.

R: ¿Cuál podrías decir que fue tu experiencia más fuerte, con más significado, en el mundo de la danza? ¿Algo que te haya impactado para bien?

L: La primera gran experiencia fue cuando gané la Medalla de Plata en el concurso de Jackson en Estados Unidos: realmente no lo esperaba, para nada. Después de eso llegaron otros momentos en los que quedé impactado y marcado: cuando bailé en el Bolshoi de Moscú y tuve que salir a saludar tres veces; un Festival de La Habana en el que bailé “Diana y Acteón”, cuando al final el público gritaba mi nombre sobre los aplausos, y a la salida del teatro no me dejaban salir porque querían saludarme y agradecerme; cuando bailé “Manon” en Buenos Aires y recibí una ovación que nunca olvidaré. Y el trabajar con grandes personalidades que me enseñaron mucho.

R: ¿Qué experiencia como bailarín te gustaría vivir aún? ¿Alguna cuenta pendiente?

L: Creo que siempre queda algo en el tintero: me gustaría hacer “El Joven y la Muerte”, de Roland Petit, y volver a bailar en el Teatro Colón.

R: ¿Qué significa para vos el éxito?

L: Yo me siento realmente exitoso cuando termina la función y el público agradece con un gran aplauso, porque uno baila para ellos y si logro hacerlos disfrutar de lo que hago, misión cumplida; el resto, como los premios, viene por consecuencia.

R: Si te topás con alguien por la calle y te dice que quiere comenzar a bailar, ¿cuál sería tu consejo para esa persona?

L: Esta es una carrera maravillosa: te puede dar mucho, hacerte sentir realizado; pero requiere mucha disciplina, estudiar, estudiar y estudiar, y, sobre todo, tener una enorme vocación. El ballet, para mí, no es una profesión: es una vocación con la que se nace; por eso, le diría que lo haga.