Mario Galizzi, en el Prix: “Ser maestro es lo que más me agrada

Cobertura en Villa Carlos Paz / Por María José Lavandera El Maestro Galizzi no precisa muchas introducciones. Se trata de uno de los artistas más importantes de la danza en nuestro país. Otrora director de algunas de las compañías más importantes del país, hoy nos dice que elije ser maestro.  Y él es uno con […]

miércoles, 02 de octubre de 2013 |

Cobertura en Villa Carlos Paz / Por María José Lavandera

El Maestro Galizzi no precisa muchas introducciones. Se trata de uno de los artistas más importantes de la danza en nuestro país. Otrora director de algunas de las compañías más importantes del país, hoy nos dice que elije ser maestro.  Y él es uno con mayúsculas. En este plan fue convocado entonces para guiar la performance en danza clásica de los participantes del Prix de Lausanne. Con una simpatía inigualable, nos cuenta que para él es difícil ocupar este rol, desde una perspectiva emocional: “Esta es una situación extraña, porque a veces uno como maestro cifra esperanzas en uno o en otro y de pronto el jurado tiene otra visión. Y uno se extraña. El concepto de la danza es el mismo, pero uno que está dando la clase y se involucra más con los chicos, tiene una opinión en vistas del trabajo diario. El jurado es un poco más frío, porque no los conoce, los ve desde afuera, y lo que está en juego es la efectividad de lo que ven al momento de la interpretación. En el día a día uno se siente un poco más involucrado. Las perspectivas son diferentes”.

R: ¿Y cómo nota el nivel de este año?

M: Hay gente con talento, como en todas las competiciones, pero también a veces en la sala no se definen en su totalidad. Hay quienes son talentosísimos en la sala y en el escenario, están más opacados. El escenario suele ser una cajita de sorpresas, en la cuestión artística más que nada, porque en la cuestión técnica, la situación es más o menos siempre igual. Se sabe dónde están las virtudes y las falencias. Pero el misterio es aquella gente que no es especialmente “dotada” –o, mejor dicho, de lo que uno cree que implica el estar “dotado”, ya que tiene implicancias diferentes-, pero en el escenario pone en juego una solidez emocional que hace que cualquier deficiencia desaparezca y se vea un resultado impresionante. Yo lo he vivido esto con mucha gente. Es muy relativo.

Y son muy jóvenes. Hay que tener en cuenta que este es un premio que ofrece la posibilidad de continuar trabajando: no es un premio a la solidez artística consumada, sino al trabajo. Ganan becas de estudio y la participación en una gran escuela les puede ofrecer muchísimo para madurar artísticamente, al tiempo que pueden medirse con bailarines internacionales.

R: ¿Cómo es el proceso de trabajo con los chicos?

M: Aquí es donde yo encuentro complicado. Yo, como maestro de compañía, trato de transmitir siempre a mis alumnos líneas de interpretación, que intervenga un trabajo más emocional. La clase es una clase igualmente, pero trato de insuflarles, por ejemplo, lo que a mí como público me motiva. De pronto no me resulta tan importante si un pie está más estirado – por supuesto que tiene que estar- pero no es lo primordial. El termómetro es si salgo satisfecho o si me aburro viendo ese bailarín. Y aquí eso es un poco más complicado, porque se compite en lo técnico muy fuertemente. Al no ser profesionales, este se torna en uno de los factores fundamentales. Van a competir en la técnica. Es allí donde a veces me siento fuera de foco, porque me tiento de darles muchas indicaciones de expresión, pero tengo que darles otro tipo de pautas.

R: ¿Qué aconsejaría a alguien que quiere presentarse?

M: Yo creo que hay muy buenos maestros y muchos en este momento. Pero la cuestión es que se ha hecho todo muy competitivo, al exigirse mucho la técnica, los maestros a veces descuidan un poco el desarrollo artístico de sus alumnos. Hay grandes bailarines en este momento, pero hay pocos artistas. Y me parece que somos un poco culpables los maestros. La técnica de hace 20 o 30 años atrás no estaba tan desarrollada como ahora, pero había un trabajo de carácter y expresivo magnífico, que ha hecho que muchos de aquellos bailarines no hayan sido olvidados ni superados. Como Maia Plisetskaya, Marcia Haydeé, eran bailarines para los que los coreógrafos creaban especialmente. Ellos se identificaban con sus almas.

Otro cuestión es que hace años atrás tampoco había tantas competencias. Entonces, hoy sucede que se preparan con ese objetivo y son bailarines divinos de concurso, pero se está sujeto a una variación. El desafío viene cuando deben preparan un rol para una obra de tres o cuatro actos. El riesgo es que pueden generarse bailarines de una perfección magnífica en los concursos, pero a veces es por repetición. Es como tomar el desayuno todos los días de la misma manera. Y así la disciplina tampoco crece, hasta el ballet puede tornarse un poco aburrido. El ballet, para que no se muera, debe profundizar en esta cuestión, sino ya es una gimnasia. Es así que también las compañías amplían cada vez más sus repertorios.

El Maestro Galizzi, en su clase en el Prix de Lausanne. Foto: Gentileza Prensa Danzamérica.

El Maestro Galizzi, en su clase en el Prix de Lausanne. Foto: Gentileza Prensa Danzamérica.

R: ¿Cómo siente a nuestros artistas latinoamericanos?

M: Somos países vírgenes en muchísimos aspectos y nuestra herencia cultural tan diversa tiene impactos interesantes en la danza como arte. De hecho, en las grandes compañías buscan y contratan bailarines latinos, no formados en sus escuelas. Y terminan por liderarlas. En el Royal, Marianela Nuñez, Thiago Soares, Ludmila Pagliero, en París, Paloma Herrera, en Nueva York, los Cornejo. Y no es que sólo están bailando allí, están a la cabeza. Algo hay que es diferente y ellos lo ven. Quizás para nosotros es más habitual, porque es lo que se vive a diario.

R: Maestro, ¿qué es lo que más disfruta de su actividad como Maestro?

M: A lo largo de los años he experimentado todo tipo de cargo. Pero la verdad que el ser maestro es lo que más me agrada, porque se da un vínculo afectivo. Es el que siempre está como sosteniendo a los bailarines. Es la primera cara que el bailarín ve en el día. A veces vienen de haber tenido una función a la noche, cansados, enojados porque algo no les salió y el maestro es como el padre que los contiene. Eso a mí me involucra muchísimo. A veces me digo que no debiera involucrarme tanto, porque tampoco es bueno. Pero a mí mucho no me resulta (risas). Y resulta que aunque uno no esté, los alumnos recuerdan siempre lo que les he enseñado. Y cuanto más pasa el tiempo, más vuelven a ello. Es lo que me pasa a mí con mis maestros. Yo todavía digo anécdotas de ellos. La docencia es una cosa fantástica y es a lo que me quiero dedicar de acá en más, es más placentero que dirigir una compañía. Y hay épocas de la vida en que uno tiene que buscar lo que a uno le da placer (risas).

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