Mauricio Wainrot: «La danza es el motor de mi vida»

Por María José Lavandera A esta altura del partido decir algo sobre el Maestro Mauricio Wainrot parece una obviedad. De pronto, me preguntaba qué podría preguntarle que quizás ya no le hayan preguntado mil veces. Sin embargo, allí estaba, respondiendo él a mi curiosidad, con una generosidad inmensa, una que, según me han contado, es […]

lunes, 29 de julio de 2013 |

Por María José Lavandera

A esta altura del partido decir algo sobre el Maestro Mauricio Wainrot parece una obviedad. De pronto, me preguntaba qué podría preguntarle que quizás ya no le hayan preguntado mil veces. Sin embargo, allí estaba, respondiendo él a mi curiosidad, con una generosidad inmensa, una que, según me han contado, es habitual en él. Cómo piensa, cómo imagina alguien como él, ese artista creador que ha logrado, en más de una ocasión, dejar a sus espectadores sin aliento. Y, por decirlo de algún modo, en REVOL nos dimos este lujo. Cada respuesta, una lección, un aprendizaje.

Y pronto, el sábado 3 de agosto a las 20.30, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín –que él dirige– repondrá “La consagración de la primavera”, en versión de su autoría -estrenada en 1999 en Bélgica con el Royal Ballet of Flanders y luego, en 2002, en Argentina, con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín-, en coincidencia con el centésimo aniversario de la obra de Igor Stravinski, bailada por primera vez en 1913 por Les Ballet Russes, con coreografía del mítico Vaslav Nijinsky. En el mismo programa, se estrenarán las obras “Galaxias” de Margarita Bali y “Oscuras golondrinas” de Daniel Goldin.

"La consagración de la primavera", en 2012, por el magnífico Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Foto: Carlos Flynn

«La consagración de la primavera», en 2012, por el magnífico Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Foto: Carlos Flynn

Lo admiramos, sin duda, y desde ese lugar es que le pedimos que nos cuente algo de su experiencia como artista. Aquí, nuestra entrevista homenaje al gran Mauricio Wainrot:

R: Maestro, luego de tantísimos años en la danza, como bailarín y como coreógrafo, ¿cómo vive la danza hoy? ¿Cómo ha ido variando su relación con ella a lo largo de los años?

M: La danza ha sido y es el motor de mi vida. La descubrí en mi cuerpo bastante tarde, aunque desde pequeño siempre quise ser bailarín. Comencé a estudiar a los 20, y por esa razón me tomé muy en serio desde el primer momento mi tarea. Comencé a estudiar en el mítico estudio de Otto Werber en Paraguay y Esmeralda, – gran amigo y maestro-.  Desde que empecé hasta ahora, que ya no bailo, al menos en público, y soy coreógrafo y director artístico, antes que nada, no creo que haya cambiado en mi esa motivación primera, que se llama vocación. También soy pedagogo: me fascina el trabajo de coaching con mis bailarines en mis obras o en las de otros coreógrafos.

R:¿Y por qué eligió la danza?

M: Como mencioné, descubrí la danza de grande, estudiando teatro, porque pensaba que mi vida iba por ese camino. Comencé a estudiar teatro a los 17 años, y mi profesor, Carlos Gandolfo, gran maestro de actores, daba clases en el estudio de Otto Werber. Al ver que había también allí clases de danza, más el impulso que me dio él, con quien tomaba clases de gimnasia, que me repetía en forma continua que tenía condiciones naturales para ser bailarín, me atreví a probar qué era eso de bailar, en qué consistía la poética de la danza, que si bien es un arte teatral, es tan diferente al teatro. Pensé en todo eso y tomé mi primera clase de clásico con Ana Marini, excelente maestra que venía de bailar en Cuba con Alicia Alonso, y de allí, de ese mundo de movimientos y developés, gestos,  piruetas, saltos y caídas, no me fui más.

Sin embargo, la historia del Maestro Wainrot con la danza comenzó mucho antes. Muy pequeño, a los seis años. Una aproximación insólitamente fallida, que hoy es una anécdota: “Tenía seis años cuando mi papá me llevó a la Escuela Nacional de Danza, dado que yo desde muy chico quería bailar, y me tomaron una prueba delante de doscientas nenas con sus respectivas mamás. Me pidieron las profesoras que bailara, cantara o recitara un poema, pero al verlas a todas juntas, me paralicé: yo era el único varón, además de mi papá.  Me quedé petrificado de miedo y por la extraña situación. Una profesora, pienso que para sacarme de ese momento difícil, le dijo a mi papá: “Muy lindo su nene, pero es muy tímido; tráigalo el año que viene, porque ahora es muy chico”. Salimos los dos con la cara baja, sobre todo mi padre por ese, mi primer fracaso. Tuvieron que pasar catorce años hasta que volví a pensar en la danza y empecé a estudiar. Tenía 17 años cuando murió mi papá y lamento tanto que él nunca supiese, ni se llegó a imaginar, que al final no fracasé en la danza, que mi historia en la danza fue todo lo contrario».

R: ¿Cuáles han sido las experiencias como bailarín que más lo han marcado en el desarrollo de la carrera? 

M: Sin duda, haber estado desde el primer día en el primer Ballet Contemporáneo del San Martín, que dirigía Oscar Araiz, fue muy importante para mí como bailarín. Los tres años entre 1969 hasta 1971, cuando nos echaron, fueron muy intensos y aprendí a ser profesional, a aprender una coreografía, a entender lo que un coreógrafo quiere y necesita de un bailarín, aprendí a bailar solo, dúos y en grupos, aprendí el oficio de bailar. Aprendí muchas cosas al lado de Oscar Araiz, Ana Itelman y Renate Schottelius, ambas coreógrafas y maestras de la compañía en esos tiempos, y también de mis compañeros más experimentados, como Norma Binaghi, Freddy Romero, Betty Baz, Guillermo Borgogno, entre otros.

Me comencé a formar con Ana Marini, y de allí pasé al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón: mi maestro era el querido ¨Maestro Tupin¨, en clásico, que me daba todo tipo de consejos, y todo el apoyo que necesité en ese momento. En el Colón conocí la danza contemporánea -vaya paradoja-, porque el ballet estable era muy clásico en esa época, pero en la escuela tenía como maestra a Eda Aisemberg, excelente profesional, preciosa mujer y gran bailarina, que me enseñó también a amar la danza contemporánea. Eda me abrió a un mundo nuevo y diferente, al mundo del hoy, mientras que la danza clásica, que me encantaba, me llevaba a otros ensueños, estilos y aventuras muy diferentes. Aún no sabía que se podía hacer danza contemporánea con la técnica clásica. Por eso creo que en mis obras conviven muy bien ambas escuelas, en las estructuras de mis obras: sobre todo en las grupales hay una fuerte base clásica, sin embargo en el vocabulario y en la línea de movimientos, la danza contemporánea está presente con todo, sin dejar de usar muchas veces algunos pasos o secuencias de técnica clásica según la obra que esté creando.

R: ¿Fue complicada de alguna forma la transición del bailarín al coreógrafo?

M: La transición fue natural, como la de actor a bailarín: no hubo duelos ni nada que se le parezca, todo me parecía bien, y cuando necesité expresarme como coreógrafo, ya no quise ni necesité bailar más, porque me importaba estar afuera de mis obras, verlas desde otra perspectiva y otro lugar, además de poder  ayudar a los bailarines a resolver los distintos problemas que cada obra y rol nuevo conlleva.

El Maestro Wainrot en ensayo. "Hay una fuerte mística al crear una obra que la equiparo a una cierta forma de religiosidad", nos dijo. Foto: Carlos Furman.

El Maestro Wainrot en ensayo. «Hay una fuerte mística al crear una obra que la equiparo a una cierta forma de religiosidad», nos dijo. Foto: Carlos Furman.

R: ¿Qué impulsa una nueva creación? ¿Existen lecturas, imágenes, músicas que lo movilicen especialmente?

M: Mis obras nacen porque: amo una determinada música, porque me interesa una obra teatral, o porque me «enamoro» artísticamente de una bailarina o bailarín y quiero hacer algo especial para su personalidad o técnica. Cada obra es diferente y el proceso también lo es y eso es lo maravilloso. Después de haber creado más de cuarenta obras, cada vez que empiezo una nueva, es como que no sé nada, porque todo lo tengo que crear, hasta la forma de hacer esa nueva coreografía. Todo empieza desde cero, es como empezar a aprender a caminar.

R: ¿Hay alguna de las obras que haya coreografiado de la que haya quedado especialmente prendado o que le guste particularmente reponer?

M: Son muchas las que me gustan, y además son muy diferentes entre sí. Me encanta “La tempestad”, como me gustan “Un tranvía llamado deseo”, “Anne Frank”, “Mesías”, o “La consagración de la primavera” y la “Sinfonía de los Salmos”, que es una de las obras más importantes de mi carrera, porque allí es la primera vez que utilicé grandes grupos de bailarines, que es una de las cosas que mejor hago en mis obras. Todas nacieron de momentos especiales en mi vida y fueron saliendo de mi para formar parte de la gente que las ha bailado y también de la gente que las ve o vio en escena.

También es importante la historia del montaje de una obra cuando pienso en una reposición. En general recordar un bello momento de montaje o creación de una obra, cuando hubo una fuerte comunión entre los bailarines y el coreógrafo, me dan muchas más ganas de reponerla que otra que no tuvo ese mismo proceso, aunque la obra pueda ser hermosa.

"Un tranvía llamado deseo", por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. "Lo bello y lo dramático están unidos por una estética determinada, por una idea y un concepto", indicó. Foto: Carlos Furman.

«Un tranvía llamado deseo», por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. «Lo bello y lo dramático están unidos por una estética determinada, por una idea y un concepto», indicó. Foto: Carlos Furman.

R: Sus obras gozan de una integralidad en tanto pieza de arte como un todo. No es sólo la danza, sino que se trata de un concepto general que se traduce en una ajustadísima puesta en escena. ¿Cómo realiza ese trabajo?

M: La escena es todo en la danza. Como mencioné antes, la danza es teatro, y allí surge la magia entre los bailarines y el público, con el texto que creamos nosotros, los coreógrafos, con la ayuda de los escenógrafos, vestuaristas e iluminadores y, por supuesto, la música, como la gran protagonista para crear un nueva obra de danza. Creo que hay un gran error generalizado por parte de los bailarines. La gran mayoría piensa, para mí equivocadamente, que en un espectáculo de danza la responsabilidad pasa en forma mayoritaria  por ellos, por su rol y por su técnica. Sin duda son una parte muy importante de un espectáculo de danza y sin ellos no habría espectáculo u obra. Pero a lo que apunto es que los bailarines no toman en cuenta o no le dan el valor que se merece a la escenografía, iluminación, maquillaje, vestuario, peluquería, que es el «marco» que tendrán en la escena y en la obra que tendrán que representar.  Se olvidan de todo esto, que la danza es teatro y que hay un director general, que puede o no ser el coreógrafo, que ve mucho más allá de lo que cada uno hace en escena, que tiene conciencia del «todo» del espectáculo y eso a veces los hace bastante menos artistas de lo que son o deberían ser.

R: De todos los reconocimientos que ha recibido, ¿cuál es el más recordado o querido por usted? ¿Por qué?

M: Me han premiado muchas veces en nuestro país y en el exterior y, sin duda, el que más recuerdo fue el nombramiento como “Caballero de la Orden del Rey Leopoldo” por parte del Rey de Bélgica, por los extraordinarios servicios al mundo de la danza. Estoy agradecido especialmente al pueblo de Bélgica. También haber sido nominado al Benois de la Danse Award en Moscú, en el Bolshoi, que es como una especie de Oscar del mundo de la danza. Me produce gran orgullo. En Argentina he tenido muchos premios y nominaciones de las cuales me  siento honrado, como el Trinidad Guevara, el premio del Fondo Nacional de las Artes, del Consejo Argentino de la Danza, el del Rotary Club, los cuatro premios APES (Asociación de Periodistas de Espectáculos) que me gané en Chile al «Mejor Espectáculo de Danza del Año», el Choo San Goh Choreohgraphic Award de los Estados Unidos, que gané en dos ocasiones, y muchos más.

El Maestro Wainrot, saludado por el Rey Felipe I de Bélgica al recibir la condecoración de Chevalier de l’Ordre de Léopold (Caballero de la Orden de Leopoldo) por su aporte a la danza en Bélgica.

El Maestro Wainrot, saludado por el hoy Rey Felipe I de Bélgica -entonces Príncipe- al recibir en 2008 la condecoración de Chevalier de l’Ordre de Léopold (Caballero de la Orden de Leopoldo) por su aporte a la danza.

R: Como director del Ballet Contemporáneo en el que se forman tantos bailarines brillantes, ¿cuál es la experiencia que busca transmitirles para convertirlos en los artistas que finalmente son? ¿Qué significa para usted ser un artista?

M: Para mí, un bailarín antes que nada es un artista, una persona que se sube a un escenario y que debe saber el por qué del estar allí. No sólo pasa por un mero hecho narcisista, aunque el narcisismo es positivo para triunfar en cualquier profesión o área de la vida. Me importa que los artistas que trabajan conmigo tengan conciencia de lo que son para el público, para la sociedad y, sobre todo, para los jóvenes que los toman como modelos. Quiero que sean curiosos, flexibles en sus ideas y pensamientos, que no sean dogmáticos y que puedan transformar el vocabulario que les damos, nosotros, los coreógrafos, en algo muy propio y personal. En suma, que tengan una firma propia y única que los distinga de los demás. Por supuesto esto también me interesa que pase con los coreógrafos, que se diferencien muy bien unos de los otros.

"Flamma Flamma", un Requiem con el fuego como protagonista, estrenada en 2012. Foto: Carlos Furman.

«Flamma Flamma», un requiem con el fuego como protagonista, estrenada en 2012. Foto: Carlos Furman.

R: Cada vez que uno ve el Ballet hay belleza, excelencia, conceptos interesantes de indagar, ¿cómo es el trabajo para lograr esto con la compañía?

M: La belleza en general está en cada una de mis obras, por más cruda y fuerte que sea, como “Anne Frank”, “Un tranvía llamado deseo”, o “La consagración de la primavera”. Lo bello y lo dramático están unidos por una estética determinada, por una idea y un concepto, para los que escenografía y vestuario hacen un marco perfecto a esas producciones. La belleza me resulta muy importante también como poética, sin caer en la cursilería.

Retrato. El Maestro Wainrot en Bordeaux, Francia, donde repuso la obra "El Mesías" con Opéra National de Bordeaux Ballet, en 2010. Foto: Gentileza Prensa Teatro San Martín.

Retrato. El Maestro Wainrot en Bordeaux, Francia, donde repuso la obra «El Mesías» con la Opéra National de Bordeaux Ballet, en 2010. Foto: Gentileza Prensa Teatro San Martín.

R: Creo que en la danza hay algo de místico y de una creatividad muy primitiva que el ser humano tiene con el movimiento de su cuerpo, por eso me pregunto: ¿qué significa, para usted, la danza en nuestras sociedades como fenómeno socio-cultural?

M: La danza es un vocabulario, como escribir, hablar, cantar. Con la danza se expresa todo, y ha sido mi poética desde que comencé a bailar y, más aún, a coreografiar. Hay una fuerte mística al crear una obra que la equiparo a una cierta forma de religiosidad. No creo que  la danza o el impulso de danzar sean sólo algo primitivo; entonces lo sería el comer o el beber. Diría que además y fundamental es que la danza tiene un carácter lúdico como primer punto; es uno de los primeros impulsos que supimos tener. No es un fenómeno, porque la danza es parte de nuestra vida y sociedad. La danza es mi forma de expresar mis sentimientos, ideas, pensamientos, con una serie interminable de gestos y movimientos, que son universales y comprensibles para todos.

R: ¿Qué espectáculo que ofrezca este año está esperando con avidez? 

M: “La canción de la Tierra”, de Mahler, obra que está en mi cabeza desde hace años.

«Es bueno que cada vez haya más grupos de danza»

R: ¿Qué especificidad tiene la danza contemporánea en nuestro país, a su modo de ver? 
M: La danza contemporánea es muy rica y a la vez muy pobre en nuestro país. Al no tener límites, todo entra dentro de una bolsa, todo se puede hacer y casi no se distinguen escuelas, y eso para mí no es muy bueno. No necesito un rótulo de clásico o contemporáneo, pero sí necesito ver una coherencia entre el movimiento, la idea y el concepto que el autor tiene. Lo que sí es bueno es que cada vez haya más grupos de danza, que la gente se profesionalice, que hayan más festivales, funciones y periódicos y periodistas.

DÓNDE Y CUÁNDO

«La consagración de la Primavera» – Mauricio Wainrot / «Galaxias» – Margarita Bali / «Oscuras Golondrinas» – Daniel Goldin

Estreno: Sábado 3 de agosto, a las 20.30

Jueves a las 14.30, los viernes y sábados a las 20.30, y los domingos a las 19, en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Última función: domingo 25 de agosto.