“Menea para mí”: una cumbia de amor

«No me dejes morir sin siquiera nacer». Una súplica. Mariana «Cumbi» Bustinza, bailarina y comediante, apuesta a una reflexión artística sobre el universo simbólico y social que rodea a la cumbia, a través de las memorias de una historia de amor propia.

jueves, 25 de junio de 2015 | Por Estefanía Lisi

Mariana “Cumbi” Bustinza es una artista de muchas facetas. Se define principalmente como actriz, aunque ha transitado casi todas las artes escénicas en lo que respecta a su formación. Entre sus proyectos actuales, dirige la obra de danza-teatro “Menea para mí”, que cuenta la historia de Maxi, un chico de Fuerte Apache que carga sobre sus espaldas una historia de vida difícil. Pero un hilo de esperanza asoma para él cuando logra que su amor por la Noe (una vecina del barrio) le sea correspondido.

Para poder representar una realidad tan particular, como es la de este joven -ficticio – y sus amigos, Mariana ha realizado con los intérpretes un especial trabajo de elaboración. En realidad, la idea de crear “Menea…” surgió para ella cuando, cursando sus clases en la facultad de Artes del Movimiento de la UNA, se imaginaba posibles cuadros coreográficos al ritmo de la cumbia. El material de trabajo inicial fueron sus recuerdos de juventud, cuando frecuentaba bailantas y barrios populares de la mano de su primer novio.

«Menea…» abre una pequeña ventana a un mundo que está a la vuelta de cada esquina. El colegio inconcluso, las alternativas non-sanctas para resolver la supervivencia, la necesidad desesperada de imponer respeto… Pero, de pronto, el amor. Para muchas personas, un primer amor es algo que nunca se olvida, pero en otros casos puede llegar a ser el sustento fundamental para seguir adelante. 

Y en el medio de la complicidad y la desesperación, está ella: la música, esa cumbia que transforma los cuerpos en voceros de todos sus sentimientos y sensaciones. ¿Qué sería de sus días sin esos momentos en los que una melodía los une? “La bocha” es corta: quienes vinieron al baile, que bailen. 

«No me dejes morir sin siquiera nacer». «Menea para mí» es entonces, ante todo, una historia de amor. Y que se hace carne sobre las voces y los cuerpos de un grupo de chicos que emergen en los márgenes y se revitalizan a través de un género musical que en nuestra sociedad se devela subalterno. Entre medio de la cuestión de clase y la pregunta por la desigualdad que sobrevuelan la obra, «Cumbi» apunta a dar cuenta de una perspectiva propia que envuelve, pero excede esos tópicos: más bien, los usa, son un punto de partida para contar una historia. Por eso es que, sin clichés ni golpes bajos, logra plantear una mirada que, al explicitarse personal, permite un relato vivo, sensible y humano de un grupo de chicos para quienes la cumbia y su inversión física son más que una canción y un baile: es un momento de organización simbólica fundamental de sus vidas. Es disfrute, expectativas, sueños, vivencias, miedos, frustraciones, angustias. Un espacio inexpugnable de resurrección, a costa de las asimetrías sociales que los aprietan… a veces, hasta la asfixia. 

Cumbi, una coreógrafa que buscó decir a partir de un lenguaje habitualmente estigmatizado. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

Cumbi, una coreógrafa que buscó decir a partir de un lenguaje habitualmente estigmatizado. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

R: ¿Cómo comenzó la gestación de “Menea…”?

M: Bueno, cuando iba al IUNA me pasaban cosas, “flasheaba” que estaba en el escenario. Escuchaba cumbia y se me venían todo el tiempo a la cabeza imágenes de gente bailando, a modo de coreografía. Sabía que tenía que hacer algo con eso, entonces también veía a mis compañeras y pensaba “le voy a decir a esta, y a esta otra” para hacer la obra…

Pero como yo me dedicaba más que nada al humor, ese otro proyecto siempre quedaba latente en mí y tenía la necesidad de hacerlo, aunque lo postergaba. Hasta que el año pasado, cuando empecé a estudiar improvisación en danza con Leticia Manzur, me volvieron las ganas de plasmar en una obra todo lo que tenía en mente. Así que dije: “Es ahora o nunca, tengo que hacer algo ya”. En marzo de 2014 me puse a escribir, y una vez que logré generar un esqueleto de lo que quería, hice un casting para elegir al elenco.

R: ¿Cuáles fueron los criterios a seguir para la selección de los chicos?

M: Cuando convoqué a los artistas, sabía es que no necesitaba que todos fueran los mejores en danza, canto y teatro, pero sí pretendía que pudieran en alguna medida hacer las tres cosas. Lo que no quería era que compusieran un estereotipo alejado de la realidad. Y creo que lo que hacen es creíble: cuando vos ves la obra te transmite sensaciones y sentimientos. Mi idea era que la gente pudiera meterse en ese mundo y lo sintiera como real. Eso fue creo lo más difícil de la gestación del proceso. En un principio yo pensé la obra como más de danza o danza-teatro, que todo estuviera volcado al movimiento, pero después los personajes comenzaron a tener tanto peso que empecé a necesitar que hubiera más escenas actuadas.

R: A partir de tu historia personal comenzaste a escribir la obra, ¿Cómo trabajaste este aspecto? ¿Cómo fue la inclusión de tu experiencia particular?

M: Ficcioné un personaje -el de Maxi, el personaje principal- en base a lo que yo había vivido en mi juventud. Hay un montón de cosas que él cuenta que fueron reales y que me pasaron a mí; el hecho de que sea Huracán, el ir a la cancha, alguna anécdota… Por eso cada vez que la veo se me pone la piel de gallina. Pero no todo lo que él relata yo lo viví, por eso insisto en que es una historia de ficción. Lo que prima en su contenido es mi sensación de las cosas. Lo que él cuenta probablemente le pasaron a muchas personas en esa situación. 

¿Cómo se baila una cumbia?... Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

¿Cómo se baila una cumbia?… Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

R: Tiene mucho de humor la obra. Es tan conmovedora como graciosa, ¿vos planeaste eso o fue algo que se fue dando?

M: Yo no quería que fuera un “bajón” total,  porque me parece que es un tema que a algunas personas les cuesta asimilar, y por eso me pareció mejor tener un poco de risas y a la vez un poco de impacto o emoción. No quería que la gente se fuera totalmente angustiada de la sala o algo por el estilo. Me gustaba la idea de que se quedaran con la importancia del amor, con cómo te puede ayudar en esas circunstancias. Aflojarles alguna fibra en ese sentido. De todas formas, lo que pretendíamos es que la gente reaccionara como le pareciera, como lo sintiese. Veo que el público está muy expectante durante la obra, y eso me parece algo bueno. Casi no se mueven. Da la sensación como de que los absorbiera.

R: Los intérpretes, ¿estaban familiarizados con este mundo o eran ajenos a esa realidad?

M: No, la verdad que no estaban relacionados. El protagonista por ejemplo, que es quien tiene más trabajo, estaba muy alejado de lo que es ese mundo. Hicimos mucha observación: yo les pasé documentales y películas, y también traje a un profesor, colega y compañero mío en “Improvisa2”, que da clases en la Villa La Cava. Intenté incorporar gente al proceso que pudiera acercarlos más a ese mundo. Además, ellos se pusieron a mirar un poco más en la calle y hablar con chicos como los que representan. Yo les indicaba que «no actuaran tanto», no es necesario porque tampoco estamos hablando de una realidad tan alejada; es algo que se ve y se vive todos los días en distintos lugares. Les pedía, por ejemplo, que no exageraran tanto los sentimientos. Son los mismos para todos. Lo que era importante era que pudieran ponerse en la piel de una persona con muchas más carencias que ellos.

Lejos de un "nombrar al otro", "Menea..." se construye como lenguaje propio de un colectivo cultural. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

Lejos de un «nombrar al otro», «Menea…» se construye como lenguaje propio de un colectivo cultural. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

R: Las actuaciones no se ven forzadas. Seguramente es producto de ese trabajo de observación e interacción. Debe haber sido muy transformador para ellos.

M: Sí, y además eso ayudó un poco a que conocieran otras realidades. Lo que estuvo bueno es que los chicos empezaron a darse cuenta de las cosas que pasan más allá de sus realidades. Más allá de que la obra no apunta a eso, no tiene una bajada de línea o un fin político, sino que es un hecho artístico, sabemos lo que provoca en la gente: reflexiona sobre las clases sociales, sobre su papel social. Los bailarines de la obra quizás no pensaban tanto en estas cosas: el hecho de que una persona con carencias no “elige” estar en esa situación. Si uno vive en un lugar en el que no tiene opciones ni oportunidades, lo que ve es que las cosas son de esa manera y no hay forma de cambiarlas.

R: ¿Considerás que de alguna manera estos chicos y sus necesidades están atravesados por el movimiento, es decir, que lo usan como para salir de su realidad?

M: Lo que tiene la cumbia es que es muy para afuera, tiene mucha letra, todo fluye a borbotones. En la bailanta sucede lo mismo: se toma mucho alcohol, se transpira mucho. A algunas personas vivir en un barrio bajo puede recluirlas, entonces lo que encuentran para expresarse es eso: la cumbia. También hay tanta ansiedad que es como una necesidad de dejar salir todo. Entonces estar en una situación alegre, en el baile, con todos los amigos, me parece de alguna forma un escape para ellos, un recreo de todos los momentos feos que les tocan vivir. En general, la gente con carencias tiene una necesidad urgente de dar amor, de hablar, de hacer cosas. Así que creo que la cumbia es la expresión de eso. A mucha gente le pasa que escucha cumbia y no puede evitar bailar. Es casi imposible que no se te mueva el cuerpo, porque tiene un ritmo muy particular, llevadero, que te incita. Y en algún punto también da alegría. Por mi parte, yo sigo escuchando cumbia; a mí me transmite un montón de cosas.

R: También incluiste la murga en la obra…

M: Sí, está por dos cosas: una, porque es donde yo conocí a mi primer novio, entonces me pareció simbólico incluir este baile en la obra, y otra, porque es un estilo que se baila mucho en los barrios y también funciona como una especie de protesta.

Bailar la vida, a través de la cumbia. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

Bailar la vida, a través de la cumbia. Foto: Gentileza Prensa Simkin&Franco.

Ver la obra en «El Extranjero»