Olga Ferri: Recuerdo de una artista inolvidable

El próximo 15 de septiembre se cumple un año de la partida de una de las bailarinas más excelsas que ha sabido tener nuestro país: una estrella que supo brillar en los escenarios más exigentes del mundo, una artista del detalle, orfebre del movimiento y la emoción, y una Maestra con mayúsculas, que ha formado […]

lunes, 09 de septiembre de 2013 |

El próximo 15 de septiembre se cumple un año de la partida de una de las bailarinas más excelsas que ha sabido tener nuestro país: una estrella que supo brillar en los escenarios más exigentes del mundo, una artista del detalle, orfebre del movimiento y la emoción, y una Maestra con mayúsculas, que ha formado a algunos de los mejores bailarines del mundo. Aquí, Olga Ferri, a través de la presentación de su última entrevista: así le rendimos un emotivo homenaje a una artista inolvidable.

Entrevista por Valeria Bula

“Me gustaría ser recordada simplemente como Olga, una persona íntegra y cariñosa en mi forma de ser”. Olga Ferri fue primera bailarina emérita del Teatro Colón y maestra de una generación de brillantes danseuses, como Paloma Herrera y Ludmila Pagliero, entre otros muchos. A un año de su fallecimiento la recordamos y homenajeamos con ésta, su última charla periodística.

Ni bien Esmée Bulnes conoció a la pequeña Olga, le vio aptitudes para la danza e inmediatamente la tomó bajo su tutela. Es así como comenzaría una cálida relación, maestra-alumna, que ella jamás olvidaría. Más tarde, la propia Olga reproduciría este modelo con sus discípulas, a quienes les brindó todo. Entre sus memorias recordó divertida que, mientras juntas cruzaban la calle, su maestra le indicaba apenas con un gesto que se pusiera derecha, cual guiño de cuidado y cariño. Al recordar a Bulnes durante la entrevista, una sonrisa se dibujó en el rostro de Olga y sus ojos se iluminaron.

Olga Ferri, en retrato. Bellísima. Gentileza Marisa Ferri,

Olga Ferri, en retrato. Bellísima. Gentileza Marisa Ferri,

Ser maestro no es sólo dictar los pasos de baile”, expresó, «sino que también debe saber cultivar, cuidar, inculcar confianza, amor y esmero hacia lo que se hace. Si se tiene la suerte de tener un maestro de éstas características, el joven extenderá sus alas y volará».

Fue así como Olga Ferri se convirtió en una de las bailarinas más destacadas del siglo XX. Su estilo grácil y su personalidad firme la convirtieron en favorita de muchos coreógrafos internacionales, entre ellos, Jack Carter. En efecto, la argentina estrenó la versión integral de «El lago de los cisnes» de este coreógrafo en la compañía británica London Festival Ballet (actual English National Ballet). Para Carter era importante que la bailarina no fuera un mero atleta sino que, ante todo, fuera artista y… ¡vaya si Ferri lo era!

Favorita de Jack Carter. Aquí, en un diario inglés en 1966, a poco de estrenar "El Lago de los Cisnes" en Londres. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Favorita de Jack Carter. Aquí, en un diario inglés en 1966, a poco de estrenar «El Lago de los Cisnes» en Londres. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

El destacado crítico argentino de los sesenta, Fernando Emery, la comparaba, por su gracia y espiritualidad, a la francesa Marie Sallé, bailarina del siglo XVIII. Voltaire había remarcado: “Las Ninfas saltan como tú (por María Camargo, pionera del ballet) pero las Gracias danzan como ella (por Sallé)”.

Asimismo, el controvertido Rudolf Nureyev, en sus visitas a la Argentina, la elegía siempre como su partenaire. Olga recordó que era un placer bailar con él: “Me sentía como una muñeca porque me elevaba y creía volar”.

Junto a Nureyev, en "Cascanueces". Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Junto a Nureyev, en «Cascanueces». Foto: Gentileza Marisa Ferri.

En 1954 estrena «La dama y el unicornio» de Heinz Rosen y hacia los sesenta comienza su carrera internacional, que alterna con sus actividades en el Ballet Estable del Teatro Colón: “Fueron cuatro años exhaustivos de ir y venir”, dijo. Su dedicación a la danza era de tiempo completo. Así, sus deseos de ser madre se fueron postergando. En aquella época, la comunicación transatlántica era ardua y compleja -lejos de las facilidades actuales propiciadas por Internet-, de modo que la bailarina decidió volver a la Argentina y hacer realidad ese otro sueño, junto a su marido, Enrique Lommi, también Primer Bailarín en el Teatro Colón.

Olga, Enrique Lommi y su pequeño hijo. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Olga, Enrique Lommi y su pequeño hijo. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

En los sesenta, los roles más socialmente reconocidos para las mujeres eran los de amas de casa, esposas y madres. Aquellas que escapaban de ese molde, eran sujeto de diversas críticas. No era exactamente bien visto que una mujer también se dedicara a gestar una carrera profesional. Tal es así que en un artículo de antaño, un periodista remarcó que, durante una entrevista, Ferri le había servido un café frío: lo atribuía al hecho de que era bailarina. La artista rompió varios cánones de la época: además de una una mujer exitosa en su carrera, que recorría el mundo y había elegido seguir su vocación, a los cuarenta años decidía ser madre por primera vez. En la actualidad esto ya no causa sorpresa, pero en aquellos tiempos era toda una osadía.

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Su sello fueron los port de bras, la línea del cuerpo y los pas de bourré:  no sólo la cantidad de ronds de jambre fouettés sirven para marcar el nivel de la bailarina sino que también la forma y la técnica con que los pas de bourré son realizados. Ello finalmente denota la calidad del artista: “Un pas de bourré bien hecho puede levantar aplausos y lo sé ¡porque a mí me ha pasado! y están en todo ballet”.

Olga disfrutaba al máximo de interpretar cada uno de los personajes del repertorio clásico: “Swanilda es una chica caprichosa, Giselle es muy pura e ingenua, Julieta es todo amor y Odette y Odile son cisnes con personalidades opuestas”. Agregó: “No puedo elegir cuál personaje me gustaba más; al interpretarlos uno siente sensaciones distintas”.

"Giselle", uno de los grandes roles de su carrera. Aquí, en los medios. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

«Giselle», uno de los grandes roles de su carrera. Aquí, en los medios italianos. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Luego de radicarse definitivamente en Argentina, comenzó su labor pedagógica, que le ha sabido dar tantas satisfacciones como su arte en los escenarios. En 1971 creó su estudio de danza junto a su marido, forjando uno de los espacios para la enseñanza de la disciplina más prestigiosos de Buenos Aires. Entre 1974 y 1977 asumió también la Dirección Artística y Coreográfica del Ballet Estable del Teatro Colón. Continuó bailando hasta ese último año, cuando se retiró de su labor como bailarina profesional. Su última función fue «Coppelia»: “No quería saber que era la última, fue muy difícil para mí”, comentó.

Una "estrella" en el firmamento internacional. Así fue Olga, en la flor de su carrera como bailarina. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Una «estrella» en el firmamento internacional. Así fue Olga, en la flor de su carrera como bailarina. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

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Olga remarcaba siempre en sus clases la importancia de la musicalidad: “¡No cuenten, canten!”, solía insistir a sus alumnos. La rusa Olga Spesstiseva, su bailarina favorita, con quien compartió cuarto en Nueva York, en la Fundación Tolstoi -creado por la hija del escritor para los desertores de la URSS- le confesó, con identificación, que “ella también cantaba mientras bailaba”. Olga se alegraba de compartir junto a la bailarina, a quien ella admiraba, esa forma de sentir la danza.

Como maestra, Olga se dedicaba a utilizar la danza como una bella excusa para cultivar en sus alumnos la confianza en ellos mismos, el poder de decisión, ese jugarse por lo que ellos quisieran en la vida. Para Ferri, la enseñanza de ballet era como la jardinería: cada flor, solía decir, goza de un desafío distinto y es preciso que tenga su tutor. “Al alumno hay que indicarle desde dónde y cómo hacer el movimiento. La relación que se crea con cada alumno es especial porque no todos son iguales y existen unos más sensibles que otros. Se deberá entonces ser cuidadoso para evitar depresiones”, indicó. Dedicación y amor, sinceridad y generosidad eran sus lemas. Y Olga sabía bien de qué hablaba porque lo había experimentado en carne propia con su querida maestra, Esmée Bulnes.

Olga junto a una de sus alumnas más brillantes: Paloma Herrera. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Olga junto a una de sus alumnas más brillantes, de pequeña: Paloma Herrera. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

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Y como la gran maestra que fue, Olga siempre tuvo una visión crítica respecto de las instituciones oficiales de enseñanza de danza en nuestro país debido a las inconsistencias en el cumplimiento de las curriculas. Como ella pudo tener la oportunidad de formarse en un Instituto Superior del Teatro Colón con gran rigurosidad, deseó siempre lo mismo para los jóvenes estudiantes: “Mis alumnos se la pasan prácticamente cuatro meses sin clases ¡Cómo es posible si sólo un mes alcanza para dejar a un bailarín fuera de estado!”. Así, Olga entendía que los maestros particulares cobraban un rol fundamental en la formación de los futuros profesionales. Contó que con una de sus alumnas más prodigiosas, Paloma Herrera, trabajaban día y noche y, más aún, a colación de sus presentaciones en concursos. Olga comentó que para la prestigiosa Competencia Internacional de Ballet de Varna en 1991, “yo le claveteaba las zapatillas y trabajábamos sin parar ¡Siete variaciones le había puesto en esa oportunidad!”. Y el esfuerzo no fue en vano, ya que Paloma, de catorce años entonces, quedó finalista. Sin embargo, para ella era doloroso que su esfuerzo docente quedara silenciado frente a aquella fuerte institución como lo era -y aún es- el instituto del Colón.

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Su sueño inconcluso fue quizás crear una escuela integral de formación para bailarines, donde pudieran realizar “primario, secundario, francés, protocolo, dormitorios para los niños del interior y un sistema de becas”, como en otras escuelas del mundo, tales como la Ópera de París o la tradicional Vaganova, en Rusia. De este modo, pensaba ella, los jóvenes podrían cultivarse en diversas materias y sin dificultades. De otro modo, ella pensaba que a esos niños o niñas con vocación para bailar les es muy complicado en Argentina: las condiciones son complejas -se ve en posición de elegir su formación en danza o aquella académica y escolar siendo aún pequeños-. Marisa Ferri, sobrina, maestra de baile y continuadora del legado de Olga y Enrique al frente del Estudio -quien también estuvo presente al momento de la entrevista- contó que hay niñas que prefieren rendir materias de modo libre, sin asistir a la escuela,  con el objetivo de desarrollarse como bailarinas. Asimismo, contribuye a las dificultades la centralidad de estudios en Buenos Aires, lo cual obstaculiza la posibilidad de hacer carrera a los talentos de otras provincias.  Para Olga siempre fue importante no sólo la educación física del movimiento, sino su alimentación espiritual. Para ella, los bailarines eran embajadores. Dijo: “Cuando vas a bailar al exterior estás representando al país por lo que tenés que tener una buena formación”.

Olga, ganadora del Premio Konex de Platino en 1989. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Olga, ganadora del Premio Konex de Platino en 1989. Foto: Gentileza Marisa Ferri.

Ella sentía también que era importante reivindicar las condiciones de trabajo de los bailarines. A pesar de los éxitos, su carrera había sido un camino de esfuerzo, trabajo y algunas experiencias agridulces en cuanto al reconocimiento de su labor. Quizás de allí la fuerza de su mirada, aquella que, desde ese intenso fondo, nos mira aún desde sus fotografías como si hablara. Soñadora y, por eso, valiente, ella fue, ante todo, una mujer siempre dispuesta, como solía decir, para salir al escenario cuando fuera necesario y dar de sí lo máximo: “Si volviera a nacer, no cambiaría nada; lo haría todo tal cual lo hice”.