Pablo Fermani: «Bailar es una invitación a soñar algo distinto»

Por María José Lavandera Es un chico con estilo, agradable, apuesto. Pablo Fermani parece, cuando uno lo conoce por primera vez, tener todo resuelto, de mano de su sonrisa compradora, su mirada directa y sus palabras pausadas. Sin embargo, cuando si se comienza a indagar en su historia como bailarín, verdaderamente uno no puede menos […]

martes, 06 de agosto de 2013 |

Por María José Lavandera

Es un chico con estilo, agradable, apuesto. Pablo Fermani parece, cuando uno lo conoce por primera vez, tener todo resuelto, de mano de su sonrisa compradora, su mirada directa y sus palabras pausadas. Sin embargo, cuando si se comienza a indagar en su historia como bailarín, verdaderamente uno no puede menos que quedar admirado. De pronto, se van develando varios giros, guiados por algo que él define como “mis ganas de bailar, no sabía qué, pero yo quería bailar”. Cómico es que así de indefinido –y definido, a la vez- fue su impulso cuando se lanzó a la búsqueda de una carrera profesional con una preparación como gimnasta en su niñez, mucho folklore y tango en su adolescencia y cuatro –sí, cuatro- clases de danza clásica.

Y así llegó a Buenos Aires este santafecino de sólo 30 años que hoy tiene en su curriculum el ser egresado del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, haber entrado a la compañía de dicho teatro antes de terminar de cursar, ser miembro fundador de la actual Compañía Nacional de Danza Contemporánea (CNDC) -que este miércoles presenta su 2° Programa del año (+INFO)- y elegido para bailar en la primera Gala de Ballet de Buenos Aires -participación que repetirá este año junto a la bailarina Carolina Mancuso, del Nederlands Dans Theater-, organizada por Grupo ARS, el cual desde hace tres años es uno de los eventos más prestigiosos y esperados de danza de la escena porteña. Esto, entre otras cosas, porque hoy también se acerca a la creación coreográfica, a la docencia de danza y, además, a la pintura, que, nos dice, lo extasía tanto como bailar.

Su historia es la de un convencido que luchó siempre por lo que creyó correcto. Vale la pena escucharlo y, por qué no, conmoverse con su relato, que bien podría ser el de muchos artistas argentinos en busca de su lugar en el mundo.

R: ¿Cómo fue te acercaste a la danza?

P: Muy chiquitito fui gimnasta, en el Club San Jorge, en San Jorge (Santa Fe) y en aquel entonces entrenábamos juntos con Federico Molinari, gimnasta olímpico y primer participante argentino en la final de anillas en Londres 2012. Éramos compañeros y su papá era quien nos entrenaba a los dos. Paralelamente hacía natación y competía. Ahora que hago danza contemporánea me doy cuenta que hay muchas cosas, de coordinación y movimientos, que me sirvieron mucho. Pero fue la maestra de música de la primaria quien me dijo que fuera a un grupo de folklore en el mismo club, que me podía gustar. Ahí empecé y seguí durante diez años. Incluí tango después. De hecho el tango es lo que me abrió la puerta en Buenos Aires, porque yo venía a tomar cursos y seminarios.

Cuestión que yo terminé la escuela secundaria y vino la pregunta: “Pablo, ¿qué querés estudiar?”. Respuesta: “Quiero bailar”. Mis padres: “No, vos no vas a bailar”. Pablo: “No, yo quiero bailar”. Se hizo una discusión, porque yo sabía que quería bailar, aunque no tango ni clásico. Otra cosa que no sabía qué era. Yo quería venir a Buenos Aires: cuando conocí la ciudad, sabía que quería venir para acá, hiciera lo que hiciera. Cuestión que me fui a Rosario a estudiar bioquímica, ya que Buenos Aires me quedaba cerquita. Finalmente, me empezó a ir súper bien en la carrera. Promocionaba todo, así que un poco que me olvidé de la danza en ese momento. Me desconecté, hasta que un día me agarró una angina muy fuerte. En realidad, me agarraron tres anginas en un mes: me ponían penicilina y no me hacía nada. Ahí entonces me empecé a preguntar qué me pasaba, qué es lo que no quería decir. Empecé a darme cuenta de que había toda una cuestión física: que quería y necesitaba moverme, que estaba en Rosario para complacer a mis padres, básicamente, y que yo a mí mismo no me estaba escuchando. Entonces, empecé a tomar clases de tae bo y natación. Y en San Jorge, una vez que vuelvo, una de las profesoras de la escuela de danza, me retó mucho: “Cómo puede ser que vos, con las condiciones que tenés estés haciendo tae bo, te voy a matar”. Es así que me contactó con un estudio en Rosario y, como ya era fin de año, hice creo que cuatro clases de clásico. Y ahí de pronto caí a la realidad: de tener 8, 9 y 10 en la facultad, tenía 4, 5 y 6. Cada vez le daba menos bola.

Comenzó a estudiar bioquímica, pero pronto volvió a la danza, su primer amor.  A fuerza de talento y convicción, este santafecino se abrió paso en el mundo de la danza y en Buenos Aires.

Comenzó a estudiar bioquímica, pero pronto volvió a la danza, su primer amor. A fuerza de talento y convicción, este santafecino se abrió paso en el mundo de la danza y en Buenos Aires.

R: ¿Y cómo se dio tu llegada a Buenos Aires?

P: Una vez que fui a bailar a Cosquín con mi grupo de folklore del Club San Jorge y una chica me cuenta que Pepe Cibrián estaba haciendo como una búsqueda en Buenos Aires: ahí pensé que esa sería mi oportunidad de ir. Me tenía que ir a Rosario a rendir y le avisé a mi mamá que me iba a Buenos Aires. Cinco minutos antes de tomar el micro le dije a mi papá y prácticamente me escapé. Todo mal. Me traje ropa y plata para dos días, y en el desayuno, un conocido me habla del Taller del Teatro San Martín. Me fui hasta ahí y recuerdo bajar las escaleras, encontrarme con Norma [Binaghi]. Le conté mis experiencias, entre las que sumé mis cuatro clases de danza clásica (risas), y me miró no sé si con pena… No se si fue la falta de varones, pero me dijo que iba a hacerme la prueba. Pasé la semana eliminatoria y empecé finalmente el taller. Ahí fue cuando volví a mi casa y les dije: “Miren, yo los entiendo, los quiero en el alma, sé que ustedes quieren un montón de cosas para mí, pero yo quiero bailar. Si me quieren ayudar, me ayudan, sino no sé, veré, pero yo me voy a bailar como sea”.

Pablo Fermani: "Ya sabía que quería bailar", nos contó, quien es uno de los fundadores de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Foto: Natalia Benosilio

Pablo Fermani: «Ya sabía que quería bailar», nos contó, quien es uno de los fundadores de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Foto: Natalia Benosilio

R: ¿Y cómo hiciste para ponerte al ritmo con los demás chicos en el Taller? Porque las clases son muy exigentes…

P: Me acuerdo que yo copiaba las clases de clásico; me ponía entre dos que supieran mucho. Siempre que la veo a Norma, le pregunto por qué me tomó y ella me dice: “La verdad no sé por qué te acepté con cuatro clases de clásico: por tu cara, por darte la oportunidad, por falta de varones…”. Pero avanzaba bien, me decía. También el primer año también fui becado en comedia musical en el Estudio de Julio Bocca. Salía a las 9 de la mañana y me acostaba a la 1 de la mañana. Con unas ganas terribles de bailar.

Hice dos años y medio de taller y el tercer año se vino la “Revista Nacional”, en el Opera. Era una oportunidad para que Mauricio [Wainrot] y Oscar [Araiz] me conocieran trabajando porque ahí [al taller] entrás por audición, pero no tenés la posibilidad de trabajar con los coreógrafos de la compañía. Entré, hice las funciones, y cuando termina el espectáculo, Mauricio me invita a tomar clases en la compañía. Pero como yo estaba estudiando, me dijo que volviera al taller y quedé como invitado. A fin de año, se hicieron audiciones y quedé. Durante ese año es que también terminé la tesis del Taller.

R: Pero no tenías hasta entonces ningún antecedente en la danza contemporánea…

P: Yo me dediqué a la danza contemporánea desde el 2003 y tomé una barra en serio en ese año. No tengo antecedentes en este estilo. Todo lo mío viene de hacer deporte de chico y sumar la cuestión rítmica con el movimiento con el folklore. Pero igual son muy distintos los lenguajes: el folklore, el tango y la danza contemporánea. Sin embargo, el periodo de adaptación a la danza igualmente fue súper fácil y natural. De hecho cuando yo voy a mi primer día en el taller era mi primera clase de danza contemporánea y yo estaba como pez en el agua. Había muchas cosas de correcciones que uno va aprendiendo, pero a la hora de decir “bailá y hacé”, yo no tenía inconveniente. Y eso creo que me lo dio mucho el folklore, porque lo que yo creo que tiene de bueno es la fotocopia visual que hacés, el copiar. Yo seguía las clases de clásico como podía: no es que lo hacía súper bien, pero las iba copiando.

Creo que lo que me abrió la puerta a la danza contemporánea fue la versatilidad que tiene la técnica. Vos podés bailar música electrónica, clásica, silencio, vestido con traje, desnudo. Tenés muchas posibilidades. Además, yo soy una persona que se aburre fácil, necesito un cambio todo el tiempo y la danza contemporánea alimenta eso todo el tiempo. Es un campo de exploración permanente.

Buscar y encontrar. Pablo es un bailarín apasionado y, sobre todo, tenaz. Foto: Ramiro Peri

Buscar y encontrar. Pablo es un bailarín apasionado y, sobre todo, tenaz. Foto: Ramiro Peri

R: ¿Quién ha sido el maestro en tu vida que te dio la mejor lección, esa que te ha impactado y que hasta hoy recordás?

P: Mi maestro más representativo fue mi maestro de folklore, Eduardo Gómez Couto, porque él me enseñó los principios de la danza. El ABC general. Me acuerdo que una vez hizo un chiste. Nos dijo que nos había salido una gira internacional a Brasil. Yo tenía 15 años, éramos como 20 en la clase. Dijo: “Necesitamos 6 bailarines, ¿quiénes pueden?” Levantamos la mano creo que cuatro. Nos sentíamos ya bailarines. Después era mentira, pero nos hizo pensar esa experiencia. A su vez, su esposa, Silvana Ruiz, me acuerdo que estábamos en un certamen de folclore y estábamos con un cambio de vestuario rápido, me saqué el pañuelo rápido y se lo di así nomás. Me acuerdo que me lo devolvió y me dijo: “A mí me lo devolvés tal como lo sacaste de la caja”. Eso me marcó y yo, entonces, al momento de devolver cualquier vestuario, soy muy cuidadoso con cada detalle. Son esos principios de conducta para ser profesional lo que ellos me enseñaron. Otra cosa fundamental que me transmitieron es el ensayar por ensayar. Ensayábamos horas, desde las 10 de la mañana de un sábado hasta las 10 de la noche. Era hacerlo porque realmente amabas hacerlo. Esos principios son los que me marcaron. Ellos fueron quienes me enseñaron a caminar.

"Tango", en una producción de la fotógrafa Paula Lobo.

«Tango», en una producción de la fotógrafa Paula Lobo.

Luego tuve otros grandes Maestros, pero dentro del desarrollo de la profesión, como Freddy Romero, o Haichi Akamine, que me guiaron en la carrera. Por ejemplo, yo siempre tuve problema de peso. En mi primer año en el Taller del San Martín, bajé un montón de kilos, pero me fui en el verano a Sana Fe y volví a aumentar. Amo los dulces. Entonces Haichi [Akamine] y Norma [Binaghi] eran quienes se encargaban de decirme: “Bueno, Pablo, vos avanzás bien pero qué vamos a hacer con tu peso”. Me acuerdo las charlas y cafés que pasamos con Haichi sobre alimentación, llenas de consejos, o con Andrea Bengochea. Ella se sentaba conmigo y me decía: “Pablo vos no sabés, pero tenés un potencial para tal y cual cosa. Quiero que trabajemos más tal cosa”. O con Mario Galizzi, quien es el día de hoy que me dice que soy su bailarín preferido. Siempre una charla, un mail, una palabra amiga. Mis maestros en cierto punto se convirtieron también en amigos que me daban consejos, me acompañaron en el camino. Hoy valoro tanto que se hayan tomado su tiempo libre para sentarse conmigo y tomarse un café, darme toda una serie de pautas respecto de lo que estaba haciendo bien y lo que no, y lo que quizás era bueno para mí. Yo rescato esa parte humana que han tenido.

«Yo no tenía en mi mente fundar una Compañía Nacional»

R: ¿Cómo fue que se creó la Compañía Nacional de Danza Contemporánea?

P: Cuando yo era bailarín en el Teatro San Martín, teníamos muchos problemas respecto del trabajo en negro: no teníamos seguro, ART, aportes jubilatorios, nada. En un momento, por el hecho de empezar a pedir, un montón de autoridades se nos empezaron a poner en contra. El punto culminante fue la suspensión de las funciones de “La Consagración de la Primavera” en el 2007 y el despido de siete bailarines, los primeros. Quedábamos tres de la camada que protestaba: Wanda [Ramírez], junto con Victoria Hidalgo, y yo éramos los únicos que seguíamos apoyando la causa que habíamos iniciado. A esta altura ya había gente nueva.

A su vez, quienes habían sido despedidos formaron el grupo “Nuevos Rumbos” y yo de hecho, siempre participaba con ellos. Mi accionar era activo con ellos. Así, también me terminaron echando. A Wanda también la echaron y al día siguiente, renuncia Victoria, que se suma con nosotros. Así empezamos a trabajar. A su vez, Rubén Mosquera, de ATE, nos consigue un lugar para ensayar, que dependía de la Secretaría de Cultura de la Nación. Él nos presentó a Eduardo Rodríguez Arguibel, que es el Director Nacional de Música y Danza. A él fue que le presentamos un proyecto para fundar la compañía. La Secretaría nos daba una función al mes. En diciembre de 2008 nos anuncian que para 2009 tenían nuestros seis contratos para dar los primeros pasos como compañía.

En "Versus 2.0", obra de 2012, con la CNDC. Foto: Ramiro Peri.

En «Versus 2.0», obra de 2012, con la CNDC. Foto: Ramiro Peri.

R: ¿Alguna vez te imaginaste que terminarías fundado una compañía nacional para poder seguir con tu sueño de ser bailarín profesional?

P: Yo no tenía en mi mente, cuando quería ser bailarín, fundar una compañía nacional. Es algo que nos tocó. El impulso de la danza hizo que yo llegara al Taller en el día, el momento adecuados. El impulso de bailar y de seguir juntos hicieron que se funde la compañía. Yo lo asocio todo a mi convicción tan fuerte de bailar. No me importaba qué y la verdad es que no me importaba nada, yo quería bailar. Y en el caso de la compañía, además de bailar, queríamos estar juntos, por un montón de cosas: por injusticias que habíamos enfrentado juntos, porque confiábamos plenamente en la calidad artística del otro, por un montón de convicciones por las cuales creíamos que no podíamos encontrar un mejor grupo que ese que se había formado. Llorábamos y nos reíamos juntos.

Los primeros días de compañía nacional la situación era muy triste. Estábamos tristes y felices, al mismo tiempo. Teníamos el sueldito que nos daba de comer pero era triste porque nos dábamos las clases entre nosotros. Éramos los técnicos, los maestros, los vestuaristas, los coreógrafos. El paquete era los seis [N. de la R.: Ernesto Chacón Oribe, Bettina Quintá, Jack Syzard, Wanda Ramírez, Pablo Fermani y Victoria Hidalgo]. “Triste” me refiero porque éramos la flamante “compañía nacional” y no éramos más que nosotros haciendo todo. Pero era una tristeza que nos daba fuerza y nos mantuvo siempre unidos. Tras miles de diferencias artísticas, diferencias de personalidad, pero siempre muy unidos. Recuerdo viernes, 11 de la noche, y seguíamos reunidos en la casa de alguno discutiendo, generando y escribiendo. Cada uno tenía su habilidad para contribuir y nos complementábamos mucho como grupo. Era estar reunidos de modo permanente con Rodríguez Arguibel, presentándole proyectos, ideas. Para sobrevivir era sacar ideas de la galera. La verdad que no sé por qué nos escuchaban y lo terminábamos haciendo. Si íbamos con un delirio igual, dentro de lo que era posible, se hacía. Creo que era porque estábamos seguros de lo que hacíamos finalmente.

26 de Febrero de 2009 día de la inauguración oficial de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Aquí, Ernesto Chacón Oribe, Bettina Quintá, Jack Syzard, José Nun (Secretarío de Cultura de la Nación por ese entonces), Wanda Ramírez, Pablo Fermani y Victoria Hidalgo. Fuente: CNDC.

26 de Febrero de 2009, día de la inauguración oficial de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Ernesto Chacón Oribe, Bettina Quintá, Jack Syzard, José Nun (Secretario de Cultura de la Nación), Wanda Ramírez, Pablo Fermani y Victoria Hidalgo. Fuente: CNDC.

Crear lo propio

R: ¿Te gusta la tarea como coreógrafo?

P: Cuando bailábamos folklore, a mí me gustaba ver lo que no veía el coreógrafo. Yo siempre los ayudé. Nunca tuve un ídolo. Siempre traté de mirar críticamente. Voy rescatando cada cosa que cada quien tiene. Y creo que para crear hay que usar mucho las situaciones que te van pasando. Por ejemplo, la obra “En la lona” nace a partir de la crisis en el San Martín. Tengo una amiga que me dice que esa época mía era la del encapuchado. Yo salía todos los días con la capucha. Es estar en un momento de crisis, reconocerlo y qué hacer o no con eso. Yo creo que ahí nace una etapa más consciente como coreógrafo. Igual ahora, creo que por una falta de tiempo real, siempre estoy con muchas imágenes paralelas. Por momentos, estoy con una lucha interna entre bailar y coreografiar. A veces uno posterga muchas cosas que quiero hacer, para priorizar bailar. Pero hoy tengo un par de obras escritas y listas para ir al salón.

"Creo que para coreografiar hay que usar lo que te pasa" cuenta Pablo, quien también explora esta faceta como artista. Aquí, en un ensayo.

Pablo explora su faceta como coreógrafo y usa sus emociones ante las distintas situaciones que vive. Aquí, su arte desplegado en un ensayo.

El bailarín pintor

R: ¿Te gusta alguna otra rama del arte, además de bailar?

P: Haichi [Akamine] dijo, en primer año del taller: ‘Yo siempre voy a ser artista.  Si mañana yo tengo un accidente y no puedo bailar más, yo sé que me voy a dedicar a la escultura o a otra cosa referida al arte’. Yo creo que eso a mí me marcó mucho, porque volver a pintar desde que era chiquito fue muy fuerte también. Y me pasó algo muy loco, porque pintar uno de los últimos cuadros que hice me produjo la misma adrenalina y el éxtasis que me produce una función. Mi conclusión fue que bailar es pintar, pero con intervención física en el movimiento. Uno tiene el cuerpo listo para cualquier cosa. La pintura también me da una conexión con el más allá: no tiene palabras. Yo sé que nunca voy a dejar de bailar, pero me deja tranquilo que cuando tenga que dejar de ser profesional, voy a seguir pintando y voy a ser igual de feliz. Y mejor, porque no me canso y el éxtasis me dura cuatro horas (risas).

Bailar es pintar con los pies. Pablo también se inclina por la plástica, que lo hace tan feliz como la danza. Foto: Ramiro Peri.

Bailar es pintar con los pies. Pablo también se inclina por la plástica, que lo hace tan feliz como la danza. Foto: Ramiro Peri.

R: También sos docente: ¿qué es lo que más te motiva de esta actividad que es nueva en tu vida?

P: Siempre postergué la docencia hasta ahora. A mí me gusta mucho observar y yo aprendí mucho de la observación de colegas. A su vez, me gusta ir al grano. Así que me encanta dar clases prácticas y simples. Si me preguntás estrictamente te puedo decir que doy técnicas mixtas de danza contemporánea, pero lo que en realidad trato de dar es el consejo piola que puede llegar a tener un bailarín a la hora de interpretar. Al mismo tiempo me encanta porque todo el tiempo es un desafío. Te hacen preguntas que hasta te hacen replantear tu carrera entera, todo lo que aprendiste. Te ponés a pensar. En Salta me dijo Lola Brikman algo muy lindo, que es que con los alumnos genero un vértigo sin violencia. Que ella haya visto eso me incentivó. Este es uno de los proyectos que estoy permitiendo actualmente con más énfasis.

R: ¿Tenés algún sueño pendiente?

P: Tengo el proyecto también de formar mi grupo y tener mi espacio de investigación. Me gustaría llamar a coreógrafos amigos para poder hacer lo que tengo ganas. Si uno está en una compañía, uno siempre se adapta al programa que es decidido; si bien la programación artística en la CNDC la decidimos entre todos, a veces sos minoría. Siempre uno termina adaptándose a la línea que lleva la compañía.

Un bailarín físicamente impecable y con una expresividad corporal muy sólida, Pablo fue elegido por Grupo ARS para sus Galas. Aquí despliega "En la lona", de su autoría, en un escenario en José Ignacio, Punta del Este, en el verano 2013.

Un bailarín físicamente impecable y con una expresividad corporal muy sólida, Pablo fue elegido por Grupo ARS para sus Galas. Aquí despliega «En la lona», de su autoría, en un escenario en José Ignacio, Punta del Este, en el verano 2013.

«Bailar es una invitación a soñar algo distinto»

R: ¿Qué hace falta para bailar, desde tu perspectiva?

P: Yo tengo que bailar con un fin, sino no bailo. Tiene que haber una comunión: primero una conmigo mismo, respecto de lo que estoy haciendo, sino es injusto y no es real. También tiene que haber un discurso entre el espectador y el intérprete. Algo tiene que pasar ahí, sino me pongo a bailar en mi casa. No se puede bailar porque hay que hacer el paso. Te movés y dibujás en el aire: es una invitación a soñar algo distinto. Eso es lo mágico y sutil. Ahí está la diferencia creo entre un bailarín y un artista de la danza. Hay bailarines en los que no importa si tienen los pies flojos, que ya sólo vino caminando y se me puso la piel de gallina. Hay un campo de sutilezas que marcan la diferencia entre un artista y un ejecutante.

En acción. "Tiene que haber discurso con el público", afirma Pablo. Foto: Carlos Villamayor.

En acción. «Tiene que haber discurso con el público», afirma Pablo. Foto: Carlos Villamayor.

R: ¿Qué le dirías a alguien que está a punto de dejar su carrera en bioquímica para dedicarse a bailar?

P: (Risas) Que me pasó. Y que tienda redes. Y lo ayudaría si está en mis posibilidades. Le diría como me dijeron muchas personas: “Pablo, hoy por ti, mañana por mí”. Me refiero a que soy un agradecido de la vida y que cuando me vine acá [a Buenos Aires] con una mano adelante y una atrás, mucha gente se solidarizó conmigo. Me pasa lo mismo cuando veo a alguien en esa misma situación por la que yo pasé: me pongo en la vereda de enfrente para tratar de darle la contención que yo tanto necesité en ese momento y escuchar esas palabras de aliento, que en su momento a mí me hicieron permanecer atrás de un sueño. Siempre con la realidad: no prometer cosas que no van a ser. Pero sí hacerle ver todas las posibilidades que esa persona tiene, con convicción y contención. Yo siempre a mis viejos, y a mi mamá principalmente le he dicho: “Dejáme probar, yo quiero probar, no quiero tener nada pendiente en mi vida”. Pienso que quiero ser viejo y decir que soy químico, porque quise ser bailarín y por alguna razón, tal o cual, no pude. Yo realmente aconsejo mucho probar y fijarse. Hay momentos que son el momento y si tenés la convicción, hay que animarse a hacer lo que uno cree y quiere. La cuestión es intentarlo, fijarse, golpearse contra la pared y sacar las propias conclusiones. Si te sirve o no te sirve. Eso es en la vida misma y en la danza, es lo mismo. A veces no sabés si es tu camino, no estás tan seguro. Vas probando.

Y como intérprete hay una cosa que es darse la oportunidad de siempre llenarse de algo nuevo. Cuando conozco un maestro nuevo, un coreógrafo, trato como de vaciarme. Cada día  que paso con él, hago de cuenta que no sé nada. Eso hace que uno tenga una disponibilidad muy grande para que llegue una información y, en última instancia, se trata de experimentar para poder elegir luego.