Temporada de Galas en Buenos Aires

Cuando las compañías de ballet del hemisferio norte se encuentran de vacaciones, el sur se puebla de “galas internacionales”. Y cuando suceden dos de ellas con pocos días de diferencia, es inevitable pensarlas como un conjunto. REVOL estuvo en el Teatro Colón y en el Teatro Coliseo. Aquí compartimos algunas impresiones y preguntas que quedaron flotando.

lunes, 31 de agosto de 2015 | Por Laura Chertkoff

Aunque no haya estudios sociológicos sobre el público de ballet en Argentina, es inevitable preguntarse cuál es el público que concurre a las galas internacionales y qué es lo que va a buscar a esos espectáculos. El concepto de la gala vs. la obra completa tiene muchos adeptos.

Es como un zapping escénico: en dos horas se pueden ver entre ocho y catorce fragmentos distintos. Y son un destino muy habitual para las obras cortas de nuevos coreógrafos. En tiempos de dispersión mental y mutitasking, es más fácil mantener la atención cuando se cambia de estética y de música cada 10 minutos.

En general suelen anunciarse con bombos y platillos y eso permite la inclusión de nuevos públicos que ven las publicidades en la vía pública. Incluso van aquellos que sólo se interesan porque algo tiene el sello de “internacional” como garantía de calidad.

Suele pasar que cuando se anuncian las galas en los medios, sólo se nombran las figuras y los compañías de ballet de origen, pero nunca el programa que se bailará. No es que las gacetillas de prensa no lo detallen, pero justamente por la cantidad de información que hay que contar, con suerte algunos medios especializados llegan a contarle esos detalles al público.

Este formato de espectáculo de danza es la excusa perfecta para poder ver a la vez a muchos de los bailarines argentinos que  trabajan en otros teatros del mundo y andan de vacaciones en Argentina. Esa es una estrategia con la que ganan todos – quienes producen y quienes bailan -.  

Si bien exigen un esfuerzo de coordinación de agendas, a nivel producción escénica son tremendamente simples: no necesitan escenografía; con unas pantallas de fondo neutro es suficiente. Y si bien podrían bailarse con orquesta, casi nunca sucede. Así que se trabaja habitualmente con grabaciones, lo cual, también simplifica los costos y dimensiones del escenario.

La pregunta es: ¿el eje prioritario de la producción de una gala es la combinación de figuras? ¿O hay una práctica curatorial en el diseño de una gala?

La gala del Teatro Colón

En la gala del primer coliseo porteño, siempre participa el elenco anfitrión combinado con los Pas de Deux de los visitantes. La edición de este año sucedió el domingo 16 de agosto a las 17 horas. Y la verdad es que se hizo un poco larga.

Comenzó con el tercer movimiento de «Diamante». Eso incluía el Pas de Deux de Nadia Muzyca y Federico Fernández. Pero también una coda, una pareja de solistas y otros movimientos más corales.  Se trata de una coreografía que Éric Frédéric vino a montar en marzo para la Trilogía Neoclásica y que el Ballet Estable del Teatro Colón llevó a su gira nacional. Eso marcó la estética de casi toda la gala: el neoclásico. La únicas excepciones fueron el Pas de Deux  del tercer acto de «Coppelia» a cargo de los bailarines del Ballet Nacional del SODRE (BNS), de Montevideo (Uruguay), y las dos participaciones de Marianela Nuñez junto a Alejandro Parente, con el Grand Pas de «Don Quijote» y el final de «Giselle». ¿Es eso malo? ¡Claro que no! Pero es probable que ciertos públicos se hayan quedado con ganas de más tutús plato y 32 fouettés.

Hablando del “gusto a poco”, el BNS dirigido por Julio Bocca sólo participó en la primera parte. Es innegable la calidad de María Noel Riccetto y estuvo correctamente acompañada por Gustavo Carvalho.  El Pas de Deux de «Coppelia» del tercer acto tiene ese tono triunfal y nupcial que va directo a la ovación.  Ricetto podría haber regresado con una segunda parte más contemporánea, pero no tuvimos el placer.

Helen Bouchet  y Carsten Jung, solistas del Ballet de Hamburgo, bailaron en la coherencia de un solo coreógrafo: John Neumeier.  Las obras fueron Othello: «Mirror in the Mirror», con música de Arvo Pärt, y Tatjana (Last Pas de Deux Tatjana and Onegin) con música de Lera Auerbach.  Y la verdad es que fue muy interesante poder ver dos creaciones de Neumeier en la misma gala. Permitió encontrar detalles de su estilo, mucho más en su versión de la Tatiana de Onegin, tan lejos del estilo de Cranko.

Bouchet y Jung en un Neumeier clásico. Foto: Máximo Parpagnoli.

Bouchet y Jung en un Neumeier clásico. Foto: Máximo Parpagnoli.

La argentina Sofía Menteguiaga  y su compañero del Ballet Real de Flanders, Alain Honorez, presentaron «Symbiosis», una coreografía de Altea Nuñez sobre música de Philip Glass, y «The return of Ulyses», coreografía de Christian Spuck con música de Henry Purcell.

La Maga

La participación de Marianela Nuñez es un caso aparte. Porque si bien es Principal del Royal Ballet de Londres, su partenaire fue Alejandro Parente, quien es Primer Bailarín del Teatro Colón. En el primer acto de la gala bailaron el Grand Pas del tercer acto de «Don Quijote», por lo que se trascendieron los duetos con las variaciones de las amigas de Kitri  y todo lo que el Grand Pas trae consigo.

Marianela Nuñez:todo lo que se puede esperar de una Willi. Foto: Máximo Parpagnoli.

Marianela Nuñez:todo lo que se puede esperar de una Willi. Foto: Máximo Parpagnoli.

En la segunda parte, Nuñez  dio una clase de interpretación express. Sin necesitar del contexto dramático de la obra completa, fue la Willi novata, bailó hasta la madrugada, arengó a su amado y lo perdonó. Todo eso en lo que dura el Pas de Deux. No hizo falta más. Y se metió a todo público en el bolsillo: a quienes querían hits, a quienes buscaban excelencia, a quienes demandaban interpretación dramática, a quienes pretendían ver algo que los conmueva: todos felices.

Y ese podría haber sido el cierre. Pero no.

Los dueños de casa nos trajeron un rato más de neoclásico con el tercer movimiento de «Rapsodia», de Mauricio Wainrot. Y en el contexto de una gala de duetos tan intimista, volver a la energía de lo coral dio un poco de agorafobia. La calidad del baile no está en discusión; la pregunta es si ese era el lugar correcto en el programa.

La Gala de Teatro Coliseo

Apenas 5 días después se realizaron las dos funciones de la Gala Internacional de Ballet de Buenos Aires, organizada por Grupo ARS.  Y aunque no compartieron figuras en común, sí sucedió una reiteración coreográfica. Friedemann Vogel, bailarín estrella del Stuttgart Ballet, también hizo el Pas de Deux del segundo acto de «Giselle». No obstante, su partenaire, Maria Eichwald, también Primera Bailarina de esa compañía, no pudo sintetizar todas las emociones de las que sí había sido capaz Marianela Nuñez unos días antes.

Nuevamente Giselle y Albrecht bailan hasta desfallecer. Foto: Carlos Villamayor.

Nuevamente Giselle y Albrecht bailan hasta desfallecer. Foto: Carlos Villamayor.

Para ser una gala internacional, el peso de las figuras locales fue bastante contundente: Aldana Percivatti y Esteban Schenone, del Teatro Argentino de La Plata, hicieron el Pas de Deux de «La Syphide». Y Nadia Muzyca y Federico Fernández, del Teatro Colón -también figuras en la gala organizada por la institución que integran-, demostraron por qué el Pas de Deux de «La Esmeralda», de Jules Perrot y  Marius Petipa, es uno de sus caballitos de batalla.

A ese importante conjunto de figuras de la escena local, se sumaron Sol Rourich, Victoria Balanza, Flavia Di Lorenzo, Rubén Rodríguez, Benjamín Parada y Gerardo Marturano del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín con las «Estaciones Porteñas» de Mauricio Wainrot  sobre música de Astor Piazzolla, grupo que no se quedó ni un paso atrás del gran nivel al que nos tienen acostumbrados.   

La argentina Luciana Paris  -recientemente ascendida a solista en el American Ballet Theatre – bailó junto a Cory  Stearns, Principal de la compañía, el Pas de Deux del segundo acto de «Cascanueces» , un Petipa estricto y puro. Y luego soltaron más la rienda con «With a chance of rain», con coreografía del joven Liam Scarlett – una de las nuevas firmas británicas del ballet contemporáneo.                        

Siguiendo con esta idea de las “firmas”, me hubiera gustado ver de parte de las estrellas del Stuttgart Ballet, algo creado por su fundador, el genial John Cranko. Sin embargo, Friedemann Vogel, en su momento solista bailó «Mopey», creado por Goecke en 1972, sobre unas fugas de Bach. Y se le notaba la década en el orillo.

En ese sentido es muy interesante la información del programa de mano – desde donde también se construyen y fidelizan los nuevos públicos. El programa de la Gala de Grupo ARS contiene acertadamente algunos datos sobre las coreografías y las músicas que sitúan en tiempo y espacio las producciones, lo cual permite trazar la línea de tiempo que va de Bournonville a principios del s. XIX hasta las producciones del s. XXI.

Una de estas nuevas coreografías fue «Temporary Conflict», de Andrea Schermoly, que Ana Sophìa Scheller y Nicolai Gorodiskii andan paseando por los escenarios del mundo. Se trata de una obra corta y enérgica muy adecuada para la juventud e impetuosidad de la pareja, que combinó con el Pas de Deux de «El Corsario», muy apropiado también para su estilo brioso. Scheller proviene del Teatro Colón y hoy es Primera Bailarina del New York City Ballet. Gorodiskii, de origen ucraniano, también se formó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y ahora es solista del Pennsylvania Ballet, dirigido por Ángel Corella. De este modo, aunque los afiches no delataran su localía, en los aplausos del público sí se hizo notar.

Lo que me resultó más interesante del programa fue el recurso del humor.  Volviendo sobre la idea de que una gala es un zapping de climas y estilos, es más fácil reír desde la nada. El drama necesita de más tiempo. Por algo Jules Perrot necesitó dos actos completos para que Giselle perdonara a Albrecht. Sin embargo, «La muerte del cisne» es la excepción que confirma esta regla. Michel Fokine construyó un drama perfecto de sólo 3 minutos.  Y esa síntesis exacta de emociones también lo pone entre los hits de todas las galas. Pero existen otros modos de abordar esa tragedia: desde los años ’70, “Les Ballets Trockadero de Montecarlo” han satirizado todos los clásicos del género académico llevando los dramones hasta el extremo de la caricatura. Aunque la base de este grotesco sea el hecho de que los roles femeninos estén bailados por varones, aquí el gag estaba en el truco del vestuario que hacía al cisne perder plumas de un modo infinito.

Rafaelle Morra desplumando al cisne de Fokine con mucha gracia. Foto: Carlos Villamayor.

Rafaelle Morra desplumando al cisne de Fokine con mucha gracia. Foto: Carlos Villamayor.

También en esa cuerda del humor, la Compañía de Danza de San Pablo aportó el solo “Ballet 101” – que lleva al extremo el lenguaje académico y juega en la medianera entre la inclusión de nuevos públicos y los chistes internos para balletómanos-. Sumó una coreografía grupal sobre música de Mozart, con detalles de vestuario y escenografía que lo despegaron de la atmósfera neutra del resto de la gala. «SECHS TÄNZE», coreografía de Jiří Kylián resultó un cierre brillante que congenió perfectamente con el clima enérgico -y, en ciertos casos, triunfal- del 90% de las coreografías. En este contexto, perdón que insista, pero la inclusión del final de «Giselle» resultó desacertada.

Dicho esto, de todos modos me queda dando vueltas la pregunta sobre la práctica curatorial en galas de este estilo. ¿Es necesario que todas las obras estén engamadas? ¿De qué manera se articulan las escenas intimistas y corales? ¿Cuál es el mejor cierre posible?

No lo sé… Tampoco creo que existan fórmulas al respecto. Pero lo que es evidente es que es una tarea a la que hay que prestarle atención. Así todos somos más felices. Y volvemos con aún más ganas el año próximo.