Un 17 de marzo de 1938 nacía Rudolf Nureyev

Un repaso por la historia de una de las leyendas de la danza mundial.

lunes, 17 de marzo de 2014 | Por Maria José Lavandera

Otra de las grandes leyendas de la danza mundial. Según indica su primer biógrafo, John Percival, no había indicios en las primeras etapas de vida del bello y carismático Rudolf Nureyev que indicaran el camino que su vida tomaría luego. El único varón de cuatro hermanos, nació en un tren en el trayecto transiberiano a Vladivostok cerca del lago Baikal, de modo que, si bien su fecha oficial de nacimiento es el 17 de marzo de 1938, podría afirmarse que nació efectivamente entre dos y tres días antes de esa fecha. El traslado había surgido por el trabajo de su padre. Eran una familia tártara de campesinos en la República de Bashkortostán, pero Hamet Nureyev, apreciando ciertos beneficios otorgados por el gobierno comunista, se convirtió en Oficial de Educación Política del Ejército Rojo, ascendiendo pronto a Comandante.

Rudolf no tuvo una relación cercana con su padre, sino que, al contrario, éste se oponía a sus deseos de ser bailarín, ya que no lo consideraba suficientemente “varonil”. Fue a sus seis años que cultivó una suerte de fijación con la danza. Esta época, no obstante, en plena Segunda Guerra Mundial, fue por demás complicada para la región de la Unión Soviética en general y para la familia Nureyev en particular: siguiendo la evacuación de Moscú, volvieron a la ciudad de Ufa, capital de Bashkortostán, donde vivían en una casa compartida. A pesar de la pobreza que sufrían, Farida, la madre de Nureyev, se las ingeniaba para llevar a sus hijos al teatro, incluso contando con una sola entrada. Fue en la víspera del año 1945, que vieron en la Opera de la ciudad un ballet patriótico –“Canción de las grúas”- en el que bailaba Zaituna Nazretdinova, originaria de Bashkiria.

Nureyev comenzó su formación bailando danzas folclóricas bashkirias en la escuela. Luego tomó clases particulares de ballet – Anna Udeltsova y Elena Vaitovich – quienes le recomendaron fuertemente, dado el potencial del niño, debía ir a Leningrado (hoy San Petersburgo). Su padre no aprobaba esta actividad para su hijo y, de hecho, le había prohibido continuar bailando, dado que consideraba que afectaba su educación escolar y las posibilidades de que luego lograra una carrera universitaria más “adecuada” para un varón. Fue con el apoyo de su madre, que lo cubría a ojos de su padre alegando excusas y otras actividades, que Rudolf siguió practicando danza.

A los 15 años, trabajaba como extra en la Opera de Ufa, lo cual le dio algunos ingresos para pagar algunas clases con la compañía de ballet del teatro. Fue así que se hizo un lugar bailando con el cuerpo de ballet. Fue en este marco que le tocó reemplazar de improviso a uno de los bailarines en un solo folclórico, que apenas había visto alguna vez. Tenía una memoria asombrosa para recordar los pasos. En gira por Moscú, decidió audicionar para estudiar en el Bolshoi, donde le fue bien, pero prefirió continuar con su esperanza de llegar a Leningrado, ya que allí no sólo la educación era de mayor calidad, sino que tenía la posibilidad de quedarse en una residencia provista por el Estado, lo cual solucionaba su problema habitacional y el costo que esto conllevaba. La compañía de Ufa le había ofrecido a esta altura un contrato como bailarín estable, que él rechazó para continuar hacia Leningrado. Ya era 1955 y tenía 17 años. Allí audicionó en la Academia Vagánova de Ballet, dependiente del Kirov. Dado que él carecía de la pureza de movimientos y de algunas habilidades que ya habían adquirido los demás alumnos que habían estado estudiando en la tradicional escuela durante los anteriores siete años, los maestros que lo tomaron percibían que su caso era extraño: un enorme talento que, desde la perspectiva de los formalismos que exigía la Academia, tenía tanta potencialidad de ser un fracaso, como de ser un gran éxito. Adaptarse a los esquemas que allí le exigían, sin perder la espontaneidad que lo caracterizaba, fue un desafío para él. Se esforzó especialmente durante tres años para tratar de ponerse a tono con sus compañeros, practicando horas extras aquello que le resultaba más complicado. Sin embargo, también fue bastante rebelde y desafiante frente aquellas reglas que no consideraba válidas: iba obsesivamente a cada una de las funciones del Kirov, aunque estar fuera de los dormitorios en esos horarios de la noche correspondía a una sanción. De a poco, indica el biógrafo, fue haciéndose una fama de ser complicado. Fue el excelso maestro Alexander Pushkin que, aún habiéndolo ignorado en un comienzo, se vio atraído por su personalidad, su determinación y capacidad de trabajar intensamente.

Bajo el cuidado de Pushkin, Rudolf no hizo más que progresar. Fueron sólo dos años en Vaganova, pero en la gala final en 1958, cuando interpretó el Pas de Deux de “El Corsario” junto a Alla Sizova, fue tan sorprendente su interpretación que tanto del Bolshoi como del Kirov le ofrecieron contratos directamente de solista.

Eligió el Kirov, donde su éxito fue in crescendo. Tuvo en esos años una lesión de tobillo, de la que se recuperó por su propia fuerza de voluntad, a pesar de las opiniones médicas: bailó 15 roles durante 3 años. Logró un grupo propio de fans, que celebraban sus ideas novedosas. Rudolf no se atenía a los parámetros de la interpretación que le imponían para cada personaje, sino que los interpretaba desde su propia lectura de la obra. El mismo carácter rebelde que tuvo cuando estudiante, se replicó a nivel profesional. Pedía intervenir en la elaboración de los trajes, así como también discutía con las ideas de los ensayistas y los maestros, con quienes muchas veces elegía no trabajar. Prefería ensayar solo, para probar sus ideas, y llevarlas a cabo su criterio en el escenario.

En 1961, durante una gira, en París, solía también renegar de los controles que les imponían en cuanto a salidas y permanencias en el hotel. Ello había generado algunas alarmas en el ámbito político de la URSS, siendo que él era una de las caras más visibles de la compañía, con lo cual se había estrechado el sigilo respecto de sus accionares. Cuando llegaron al aeropuerto para continuar gira hacia Londres, a Nureyev le fue dado un pasaje a Moscú, indicándole que lo llamaban urgente para bailar en una gala.  Sin creer que pudiera volver a salir del país, decidió pedir asilo en Francia. Con el éxito exultante que habían tenido sus presentaciones allí, le fue ofrecido contrato con Grand Ballet du Marquis de Cuevas, con quienes no se quedó mucho tiempo al no gustarle algunas de sus producciones. Pero fue en ese contexto que, fuera del escenario, conoció a la bailarina estadounidense Maria Tallchief y, luego, gracias a ella, a Erik Bruhn, con quien no sólo tuvo una relación personal muy intensa, sino que desarrolló un nuevo ímpetu artístico: juntos desarrollaron un estilo suavizado y expresivo para la danza masculina.

Ese mismo año fue invitado por la coreógrafa Ninette de Valois, a bailar con la por entonces estrella del Royal Ballet de Londres, Margot Fonteyn. Sin embargo, no pudieron hacerlo en esa ocasión, porque él deseaba bailar “El Espectro de la Rosa” y ella ya estaba comprometida a danzarlo con otro bailarín esa temporada, John Gilpin. Lo invitaron en la temporada siguiente a bailar “Giselle” junto a ella, y otras obras de repertorio junto a bailarinas invitadas. Fue en este momento que daría luz el germen que lo convirtió luego en coreógrafo y productor, así como el “matrimonio” artístico que creó junto a Fonteyn. Él ofrecía a ella la fuerza de su juventud y ella lo inspiró a asentarse.

Margot Fonteyn y Nureyev. Foto: Reg-Wilson-Rex Features.

Margot Fonteyn y Nureyev. Foto: Reg-Wilson-Rex Features.

El Royal Ballet se convirtió así en “su base” hasta los años 70. Desde allí, igualmente bailó con sendas compañías, viajó por Sudamérica y los Estados Unidos. Los más grandes coreógrafos de la época elaboraban piezas para él: Ashton, Balanchine, Maurice Bjart, Rudi van Dantzig, Flemming Flindt, Martha Graham, Murray Louis, Kenneth MacMillan, Roland Petit, Paul Taylor y Glen Tetley, según se indica en su biografía oficial. La variedad de sus incursiones tenía que ver especialmente con sus motivaciones creativas. En este momento, Nureyev se había convertido en una celebridad, que frecuentaba a la elite del espectáculo y el arte mundial: Entre quienes frecuentaba, se encuentran personajes tales como Mick JaggerFreddie Mercury y Andy Warhol,

Fue en 1971 que visitó Buenos Aires, donde bailó en el Teatro Colón junto a la gran Olga Ferri, elegida por él para interpretar “El Cascanueces”.

Olga Ferri y Rudolf Nureyev, en "El Cascanueces" en 1971. Foto: Arnaldo Colombaroli.

Olga Ferri y Rudolf Nureyev, en «El Cascanueces» en 1971. Foto: Arnaldo Colombaroli.

En el Royal Ballet, en los estrenos bajo su liderazgo de “Giselle” o “El Lago de los Cisnes”, hubo quienes se quejaran de los agregados y modificaciones que introducía en las obras. Entre sus mayores defensores, se contaban de Valois y Frederik Ashton, que entendían el genio creativo de Nureyev y simplemente lo dejaban hacer.

Solía multiplicar sus montajes, es decir, trabajaba la misma obra para varias compañías a la vez, lo cual le permitía fluir sus ideas y mejorarlas. Sus puestas de “Romeo y Julieta”, “El Cascanueces” o “La Bayadera” son versiones intensas y especialmente retomadas en los repertorios actuales.

En 1983 fue nombrado Director del Ballet de la Opera de París. En su gestión –durante la cual también continuó bailando- se especializó no sólo en el trabajo de los clásicos –de los cuales realizó y montó sus versiones – sino que instó a la compañía a trabajar con coreógrafos contemporáneos y también otros no conocidos, en los que él veía potencial. Asimismo, solía dar oportunidades a los recién egresados de la Escuela de Danza de la Opera. Fue en este momento que le fue informado que estaba infectado con el HIV.

Su última puesta fue en París, “La Bayadera”, uno de sus ballets más exitosos. Falleció joven –a los 55 años, aún haciendo un esfuerzo enorme por continuar trabajando con el tezón y la voluntad que le ofrecía su carácter aguerrido- el 6 de junio de 1993.

Fuente: Nureyev Foundation