Ana Azcurra: El jazz contemporáneo como espacio de creación

Ana Azcurra es una bailarina multifacética y una docente comprometida. Busca sacar los talentos de sus alumnos, apuntando a que encuentren y elaboren sus emociones a través de la danza.

miércoles, 23 de julio de 2014 | Por Maria José Lavandera

Ana Azcurra ha trabajado como bailarina y creadora en los más diversos ámbitos, que abarcan desde el teatro hasta la televisión, en programas tan populares como “High School Musical” o “Videomatch”, hasta realizar su propia obra independiente, “Hembra”, estrenada el año pasado en medio de las vicisitudes de su maternidad. Ella es una maestra comprometida con sus alumnos, una buscadora de sus talentos y de que la danza sea cómplice de descubrimientos creativos, artísticos y personales.

Es así que sus clases son más un espacio interdisciplinario, fundado en sus propias experiencias como bailarina, que construye a través de diversas técnicas que fueron efectivas en su desarrollo técnico, físico y artístico. Definidas por ella misma, sus clases son de jazz, con matices de contemporáneo, y preparación a través de técnicas de Ashtanga Yoga, estiramiento, técnica clásica y ritmos latinos. Cuenta: “Es difícil el tema de la etiqueta del jazz contemporáneo. Doy jazz, con gotas de contemporáneo. Pero también lo que tienen mis clases es un entrenamiento de técnicas que a mí me han hecho crecer y que no necesariamente es danza. Con Ashtanga Yoga, llegué a puntos interesantes de conciencia de mi cuerpo por otro camino distinto del que se llega con la danza clásica tradicional. Mi clase tiene en su entrada en calor, técnica clásica, estiramiento. Hago piso, al trabajar sin gravedad concientizás mucho más ciertos puntos sin tener que sostener el cuerpo, y en coreografía, hay fusión. Me gusta mucho la música y desde allí, trabajar la teatralidad en las coreografías. Trabajo mucho con la emoción en la clase. Las etiquetas no me van demasiado. Eso hace personal a cada maestro. Lo mejor es que vengas y la vivas. La clase hay que vivirla en el cuerpo, con la música. Es el mejor termómetro. Tiene muchas cosas que se descubren en vivo”.

Para Ana, es fundamental la entrega emocional y el compromiso de sus alumnos en clase para expresarse a través de la danza. Encontrar el propio decir a través del cuerpo y aprender a sentirlo, más que observarlo –razón por la que trabaja muchas veces sin espejo-, uno de los objetivos fundamentales. “Hay que saber escucharse y es algo que quiero transmitir en las clases. A mí me gusta que mi intérprete, el bailarín, trabaje desde su verdad, comprometido con su cuerpo, el movimiento y lo que tiene para contar. Por clase suelo  hacer dos coreografías. Hay una parte más lenta, otra más rápida. Si bien las dinámicas y los movimientos son distintos, trato de que se apoyen mucho en la emoción, que busquen en dónde se sostienen para contar en una y en la otra. Estoy trabajando mucho desde ese lugar: pensar dónde a mí me llega el bailar, fundado en la técnica, el virtuosismo y todo lo que tiene que tener un bailarín, pero la danza trasciende cuando la persona está viva en su emoción al bailar y usa las herramientas que adquirió como un lenguaje. Creo que las cosas llegan cuando vienen de un lugar genuino. En mi espacio trato de que no exista la competencia. El mejor para mí es quien se compromete con lo que siente y lo expresa. Busco que ellos tengan un compromiso real cuando bailan. Por eso agradezco cuando las veo bailar entregadas y noto que están metiendo su mundo en una clase. Eso hace que la clase esté viva. Es tan simple como conectarse con cómo estás y qué traés hoy. No siempre estamos iguales. No siempre sentimos el cuerpo igual. Hay que usarlo. Estoy triste, tráelo a la clase y fijáte como bailás desde ese lugar. Vas a estar súper viva y el tránsito de la clase va a ser distinto. Es muy importante el transitar. Lo mismo pasa cuando uno está viendo danza”, asegura Ana.

Actualmente, ella se define como pasando un momento creativo, en el que se conecta con sus alumnos desde esta vocación: “Un momento creativo se define por las cargas internas de uno, que si las sacás, te obligan a  crear. El tránsito de la vida misma te va haciendo pararte en distintos lugares y hoy tengo ganas de contar otras cosas que tienen que ver emociones. El año pasado falleció mi papá, es triste, tremendo, pero es creación. Si lo pongo en la danza, desde el lugar oscuro o de dolor, se crean cosas muy interesantes. Está bueno que uno tenga la claridad como para pararse en ese lugar y ver qué me sale desde acá y cómo o transformo. Surge también como necesidad. Es un privilegio encontrar lo que te mueve. No hay nada más lindo. Yo soy muy apasionada e intensa y en eso reparo, porque es lo que soy.

Ella valora, especialmente, a quienes se dedican en cuerpo y alma a la danza desde la humildad, un valor que considera primordial a la hora de lograr permeabilidad al aprendizaje. “Estoy segura de que tendré más resultados con el que viene con humildad a aprender. Puede estar tímido, triste o lo que fuera, pero va  a despertar su deseo de estar presente. Suelo dar devoluciones a fin de año a cada uno, puntual. Vivo años con ellos y, por más que no sé nada de sus vidas personales, la danza nos cuenta cómo somos y los momentos que vivimos. Agradezco cuando lo veo en la danza, porque significa que el alumno se está entregando. No podés dejar de estar vivo. El lenguaje del cuerpo es universal”.

Y ella hace gala de su propia entrega a cada palabra. Su cuerpo la acompaña en el relato, siempre cada vez más intenso. “Trato de poner el cuerpo en todos los aspectos de la vida. El ser humano se puso tan racional que se perdió el cuerpo. Si lo usás de termómetro, te puede decir cosas mucho más valiosas que la mente y el ego. Cuando estás mal, es el primero que sufre. El cuerpo habla. Y delata”, concluye la artista.

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