Fundación Festival Art de Colombia: La danza como esperanza para los niños

Sus directoras, Marleny Hernandez de Sarmiento y Natali Sarmiento Hernández, madre e hija, llevan adelante desde hace seis años en Bogotá la tarea de potenciar, a través de la danza, las vidas de niños en situaciones de vulneración social. Amor, contención y arte.

lunes, 13 de octubre de 2014 | Por Maria José Lavandera

La danza puede salvar vidas. Y en las más diversas formas. En este caso, son dos mujeres, Marleny Hernández de Sarmiento y su hija, Natali Sarmiento Hernández, que se han propuesto re-pensar la danza como un espacio artístico que renueve la esperanza de muchos niños cuyas vidas, como lamentablemente mucho sucede en Latinoamérica, es signada por la violencia y la pobreza. La Fundación y Escuela de Danza Festival Art, situada en Bogotá, se ha dedicado, desde 2005, a ofrecer una nueva perspectiva a través de las artes del movimiento: sin actual apoyo gubernamental y con fondos que logran juntar de la sociedad -no precisamente grandes empresas, sino personas que se interesan en el proyecto- e inclusive sus propios bolsillos, han logrado disparar carreras de bailarines y bailarinas, otrora niños y niñas sin posibilidades materiales- a nivel internacional a través de su programa “Un Semillero de Esperanza”. Una cruzada que tiene el esfuerzo contra todo riesgo y, ante todo y por más cursi que suene, el amor como ingredientes fundamentales.

La idea de la escuela de danza nace de la mano de Natali, bailarina que sufrió un cambio de perspectiva a partir de una lesión: «Estudié en la escuela del Boston Ballet. Mi vida ha sido la danza. Pero tuve una fractura de metatarso y me tocó volver a Colombia. Mi familia me instó a que pongamos una escuela porque tenía que vivir de algo. Pusimos una fundación, porque a nosotros siempre nos ha gustado la labor social. Mi mamá ama el ballet porque estuvo toda la vida junto a mí. La idea inicial fue unir estos dos aspectos, poder ayudar a través del arte», explica ella, en entrevista con REVOL.

Los niños bailan en Festival Art, en Bogotá. Foto: Gentileza.

Los niños bailan en Festival Art, en Bogotá. Foto: Gentileza.

«Natali es la directora artística y quien se encarga de monitorear y llevar adelante el desarrollo de los chicos. La idea nació por ella. Yo vi lo que ayudaba al desarrollo de los niños esta gran formación en la danza clásica, todo lo que implica el alma para que el cuerpo responda y trabaje. Y así nació la idea misional de hacer un ‘rescate’ de niños y jóvenes a través de la profesionalización de la danza. Le dimos la misión y el fundamento, con la visión de que la danza aquí en Colombia se pudiera profesionalizar e internacionalizar. En aquel momento pensamos que hacia 2013 los estudiantes debían ser reconocidos de manera internacional. Y eso sucedió», cuenta Marleny, con una sonrisa de satisfacción que se le escapa.

Es que en el año 2013, lograron llevar a sus alumnos a la final del Youth America Grand Prix en Nueva York (YAGP) y al American Ballet Competition, en Boston, donde, relatan, fueron la escuela más premiada del concurso: «Tenemos ya más de siete premios internacionales para nuestros niños. Este 2014 viajó Julián al YAGP, logrando la calificación para competir ya como finalista». Se asoma así Julián por primera vez en la conversación. La pregunta obligada es quién será este chico. Y emerge una historia que, como mínimo, conmueve.

Julián es Julián Mendosa, un chico que hoy, a sus 15 años, está estudiando becado en la Sarasota Cuban Ballet School, en Florida, elegida por él, ya que tuvo otros ofrecimientos desde la American Ballet Academy y beca completa para la Gelsey Kirkland Academy. «El no lo podía creer y estaba contentísimo», cuenta Marleny.

Es que Julián tuvo una historia por demás compleja, por quien la familia Hernández Sarmiento se preocupó especialmente desde su niñez y que representa la vida de muchos otros niños en Colombia. «El proceso de Julián Mendosa fue muy particular. El vivió en Colombia en la pobreza más absoluta y con una gran connotación de violencia intra-familiar, encabezada por sus progenitores. Haber superado la pobreza y todo tipo de violencia y maltrato, es de una gran valentía de él. La persona que lo formó, y unió cuerpo con alma fue Natali. Las condiciones con que recibimos a Julián no fueron condiciones físicas propicias para la danza», explica Marleny.

Julián Mendosa, hoy de 15 años, estudia becado en Estados Unidos. Foto: Gentileza.

Julián Mendosa, hoy de 15 años, estudia becado en Estados Unidos. Foto: Taylor Brandt Photography.

Relatan que Julián comenzó a estudiar danza a los 6 años, pero con ninguna motivación. Fue obligado por su colegio a estudiar: «Nuestra fundación hizo una convocatoria en las escuelas públicas de Bogotá y una de ellas aceptó que algunos niños entraran al programa de danza. Los niños que nos entregaron eran los de peor conducta en el colegio«, cuenta Natali.

Explica asimismo que, de a poco, sumado al ‘rescate’ que se proponían a través de la danza para los chicos salieran del mundo de violencia en el que se encontraban y darles otra opción de vida, tenían ganas de que algunos pudieran resultar bailarines profesionales: «Al comienzo igual nuestro objetivo fue incluir la danza en sus actividades diarias para que no estuvieran robando o cometiendo otro tipo de delitos. Era más para que ocuparan su tiempo libre, que lo malgastaban hasta por orden de las familias que los mandaban a delinquir. En el primer semillero, que es en el que estaba Julián, esa fue la regla. No fue una audición por condiciones, sino más una convocatoria de qué niños tienen más peligro de caer en situación de delincuencia, o tienen más violencia intra-familiar, para sacarlos de ese medio. Más adelante el proyecto fue avanzando a profesionalizar a quienes querían convertirse en bailarines luego de estar un tiempo en la fundación».

Y parece que Julián no encontraba en la danza un camino hasta que no le quedó opción: «Empezando por sus condiciones físicas, tenía los pies hacia adentro. Era un niño desnutrido totalmente. Era muy violento, porque vivía en ese tipo de contexto. No tenía ninguna motivación. Venir a danza era una obligación que le imponía el colegio, sino no le daban más cupo allí. Los primeros dos años estuvo aquí obligado. Al tercer año, a modo de reto para que se porte mejor, le dijimos que iba a ser el príncipe de ‘La Bella Durmiente’, una producción de la escuela para fin de año. Nos suplicaba que no y llorando nos preguntaba que por qué iba a hacer eso. Le contestamos que era su obligación, de modo que tenía que hacerlo y prepararse, le gustara o no. De pronto, le dio miedo pensando que iba a hacer el ridículo, de modo que su respuesta a esa presión fue la concentración. Empezó a trabajar y de ahí cogió gusto por la danza. Hace cuatro años empezó serio. Tuvo que trabajar para hacer una buena presentación y luego, al ver la respuesta del público, imagínate», relata Marleny.

Julián Mendosa. Foto: Gentileza.

Julián Mendosa, en el YAGP (Youth America Grand Prix). Foto: Taylor Brandt Photography.

Julián no sólo encontró en ellas, una guía, sino también un hogar. Natali completa: «El proceso de él hasta el último momento fue bastante duro, porque tiene una baja autoestima por su vínculo familiar que es muy violento. Es una persona abusada psicológicamente, lo mandaban obligado y amenazado a pedir limosna, entonces tuvo muchos traumas. El sufrió un cambio grande. Estuvo bajo tratamiento terapéutico y también nosotras aquí le enseñamos cómo comportarse, tratando de entenderlo. Luego, por decisión propia, se desvinculó de su familia. En estos últimos tres años ya no vivió con ellos, sino que con mi mamá. Casi que lo adoptamos. Vivió antes con varias familias de la fundación también, pero cuando él se separó por propia convicción de su familia, cambió. Tuvo un momento en su vida en que no quería vivir más en la violencia, ni que lo utilicen más, y decidió que no podía seguir ahí. Cuando eso pasó, empezó un cambio profundo y positivo. Acá lo miró una psicóloga, que dijo que la única forma de rescatarlo como persona era desligarlo de ese entorno. Pidió ayuda y nos dijo que quería ‘una familia de verdad'».

Actualmente la fundación tiene 35 niños a quienes ofrece una educación en la danza y rescata de entornos vulnerados. El mayor inconveniente es que, a este tiempo en que la actividad de la entidad es más conocida, llegan muchos niños, pero no pueden recibirlos a todos por no contar con recursos económicos: «Nos vimos obligados a ser más selectivos en cuanto a condiciones, dado que no podemos sustentarlos a todos. Vivimos más en deuda que otra cosa. Como nadie nos ayuda económicamente es muy difícil. La verdad que no tenemos sponsors fijos». Es que, como refleja el caso de Julián, no sólo se trata de ofrecerles las clases, en la mayoría de los casos es alimentarlos y educarlos a nivel más integral, cuando no es también ofrecerles contención y un lugar donde dormir.

Amor y contención, además de pasos de baile, en Festival Art. Foto: Gentileza.

Amor y contención, además de pasos de baile, en Festival Art. Foto: Gentileza.

Cuando «la danza no es para mí»

Marleny y Natali saben de sobra que enseñar ballet en este contexto es paradójicamente, por momentos, la más fácil de las tareas: «Contenerlos, entenderlos, escucharlos es lo más complejo. Tú sabes que la técnica se aprende: son ejercicios repetitivos y la técnica el cuerpo la adquiere, la logra en el grado de su práctica; en general vemos que hay más progreso en la técnica, que en el proceso emocional, de maduración, de fortalecimiento de sus autoestimas. De acuerdo a cada situación particular, o se va quedando o se va emparejando la técnica. El proceso de Julián fue especial, porque él logró una gran ductilidad en la técnica, pero muy detrás quedaba su desarrollo emocional. Complementarlas y unirlas costó trabajo. El proceso de Julián era de pobreza más violencia, de abuso y uso familiar. Muchos chicos que tenemos tienen una falta total de recursos, pero no tienen esa connotación tan violenta. Resulta así un poco más fácil en cuanto a la reestructuración de valores. Siempre nos cuesta trabajo rearmarles la autoestima, porque son niños socialmente estigmatizados, que no se creen merecedores de esto que viven a través del arte. La danza, el ballet, en Colombia al menos, se hace por hobby y por tener una proveniencia social alta. Recuerdo que cuando les presenté este programa a estos niños tan pobres, ellos ni sabían lo que era. Cuando se enteraron, les dio miedo porque lo veían como un espacio que sólo pertenecía a príncipes y princesas, personas de altos recursos económicos. Ellos vienen con una carencia emocional de ser ‘aquellos para quienes eso no es’. Cómo va a ser para ellos, si es tan costoso. Quién les va a ayudar a hacer eso. Al comienzo fue muy difícil que se hicieran a la idea que aquí habían personas que los querían ayudar y que era en serio, con respeto, para que se atrevieran a meterse en este mundo. Fue muy difícil», relata Marleny.

En función, los bailarines de Festival Art. Foto: Gentileza.

En función, los bailarines de Festival Art. Foto: Gentileza.

Natali agrega: «Son chicos que incluso corporalmente vienen muy agachaditos, con mucha desinformación. Es sentarse con ellos y explicarles que existe la igualdad entre las personas, en que ellos no son gente diferente a los otros niños en cualquier otro estrato social, que tienen iguales capacidades y posibilidades, que crean en ellos mismos, que sí pueden hacerlo también. Que vamos a estar ahí para ayudarlos en todo lo que haga falta. Y los convencemos de que pueden acceder a cualquier tipo de profesión, no sólo al ballet, y que pueden hacerlo igual o mejor que cualquiera. Es la parte más complicada. A cada uno lo tratamos de acuerdo a su medio y la vida que lleve, porque todos tienen una historia diferente y lógicamente ninguna es rosa. Todos llevan su historia complicada. De acuerdo a eso les ayudamos a que crean en ellos».

«Pero cuando arrancan, no los para nadie. Cuando ven que hay alguien que los ayuda, los cuida y confía en ellos, arrancan, se dedican a trabajar, creen en ellos y no miran para atrás. La idea es sacarlos de las complicaciones que tienen socialmente y este es un sitio de esperanza para ellos. Así funciona de hecho. Esto transforma: es lo más perfecto que existe. Es un mundo puro, diferente, que te exige todos los días trabajar por ti y para ti. No tiene calificación sino la que tú quieras obtener. Llegas a donde tu trabajo te lleve, tu entrega, tu persona. Es cuerpo, alma, mente, ser, todo en uno. Yo les digo que la danza es la vida misma. Cada momento no dura sino un ratico, así es que lo que pasó, pasó y tienes que demostrar que vives a cada instante. Danza para que puedas vivir. Exígete a ti mismo y verás que puedes vivir. Es una transformación del ser. Cada niño es un hijo para la fundación. Lo amamos y hacemos por él lo que sea necesario.Cuando tu tienes un hijo, no puedes tener ninguna disculpa par no ayudarlo y apoyarlo. En este tiempo también hemos aprendido mucho. Es siempre llevarlos para adelante, decirles todo el tiempo ‘tú puedes, tú puedes, en qué más te ayudo, pero trabaja, reconstruye’. La danza te da vida, te dan ganas, te emocionas, tú sientes, vibras. Eres tú siempre. La calificación eres tú y llegas a donde quieras llegar. Por eso se escogió la danza. Al comienzo nadie creía en esto. Pero hoy cada vez que hacemos una convocatoria, viene más gente», completa Marleny.

Trabajo diario

Los chicos que ingresan a la fundación, pasan su día inmersos en la danza de lunes a viernes: «Los chicos llegan acá, después de la escuela a la mañana. Uno de los requisitos para ingresar al programa es que deben estar escolarizados a la mañana. Empiezan a las 13.30. Aquellos que están en niveles iniciales permanecen hasta las 17. Quienes están ya en un proceso más avanzado, trabajan desde las 13.30 hasta las 20.30, 21 horas, según lo que se esté preparando o cuál sea el proceso que cada uno lleve. Muchas clases de ballet clásico es individual y personal. Y tenemos armado un proceso de escuela, con un curricular apropiado». Y los sábados cursan de 7.30 a 14 horas. No obstante, si hay alguna producción en marcha, el día continúa: «Apenas descansamos y continuamos. La danza es así. Te absorbe con el objetivo de mejorar».

Los chicos, de Festival Art, una fundación que transforma el arte en una salida. Foto: Gentileza.

Los chicos, de Festival Art, una fundación que transforma el arte en una salida. Foto: Gentileza.

Ayuda económica para la Fundación

«Ahora necesitamos poder contar con más dinero para contratar maestros. Es una profesión muy costosa, y no podemos desarrollar impacto a gran escala porque todo es muy caro. A veces no logramos sponsosrs, porque no podemos demostrar que tengamos mil niños. La cantidad de personas que tu beneficies es esencial. Que el costo por cada niño sea bajo y que el impacto sea más grande. Yo no gano ningún dinero ni nada, sólo entrego mi vida y toda mi capacidad en pro de estos pequeños, así como lo hace mi hija y los maestros que nos acompañan. Por ser tan alto el costo, no hemos podido lograr más. Tenemos la alegría de ver el cambio en ellos, en el pensamiento», relata Marleny.

Y cuentan que hace pocos meses las contactó el bailarín colombiano solista del Royal Ballet, Fernando Montaño y «está enamorado de nuestra labor, a través de otras personas que también quieren ayudarnos y les ha gustado lo que hacemos».

Para ellas, sería importante hoy contar con un sponsor fijo para poder continuar con el desarrollo de la fundación.

Para contactarse:

Escuela de Ballet Clásico, contemporáneo y otras danzas
Calle 86 A No. 23-05 Barrio El Polo – Bogotá – Colombia
Mail: admin@festivalart.org | Teléfonos: (0057 1) 6916536/4720849