«Olga Filomena», de Compañía Soga: Volver a las bases

Una obra sensible, potente que desliza a través del retrato de una mujer conmovedora, una aproximación renovada a la vida. Su impronta auténtica habla mucho también de una forma de trabajo, la de Compañía Soga, dirigida por dos artistas sensibles y comprometidos: Natalia Mussio y Sebastián Iglesias.

martes, 13 de mayo de 2014 | Por Maria José Lavandera

En Espacio Viceversa la recepción ya es especial. Hay cremona y mate para los asistentes a conocer a “Olga Filomena”, nacida de la mano de la joven Compañía Soga. Al principio esto parece simplemente una atención particular. Las mesitas, en este espacio de paredes multicolores, se visten con manteles brillantes, de plástico, con estampas diversas. En unos minutos me daré cuenta de que estos detalles hacen al comienzo de un recorrido y que lejos están de una intervención azarosa.

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«Olga Filomena» hace su aparición: un grupo de trece chicas, en vestidos pequeños, simples, molde años ’50, algo así como unos soleritos veraniegos infantiles. Detrás, unas sogas de las que cuelgan unas enormes sábanas blancas,  que se iluminan con algunos focos de colores y se complementan con una luz amarilla que por momentos las trasluce y enmarca un devenir.

Un paisaje rural. Una niña que crece, una adolescente temerosa, una mujer enternecida, tímida, simple, agradecida. Cada integrante del colectivo se propone indispensable: cada una es la faceta de un cristal que se va puliendo a lo largo de la función. Las escenas se construyen a partir de un lenguaje dramático de una sutileza encantadora que acompaña el movimiento y lo llena de sentido: miradas pícaras, sonrisas invitantes, risas desbocadas, abrazos, manos tendidas, rictus paulatinamente ensombrecidos y algunos pasajes del libro “En cinco minutos levántate María”, de Pablo Ramos, a cargo de algunas de las bailarinas en un micrófono. La maduración de este personaje a lo largo de la obra se va develando despojado y poético. Olga va mutando al son de cada una de las interpretaciones, que, paradójicamente (o no), mantienen y construyen una unidad identitaria, tan coherente como abierta. Lo magnífico es que el juego de la diversificación de improntas no atenta, sino que, al contrario, alimenta una personalidad, plena de matices. El grupo de bailarinas se cohesiona y se desagrega en una tensión justa para hacer respirar a Olga, para ofrecerle un pulso verosímil, honesto, que la lleva a lo largo de una vida entera con sus felicidades, tristezas, esperanzas y desencantos.

Y se re-descubre, de pronto, una casa antigua, pequeña, sencilla. Olga habita en cada detalle: en el mate, las paneritas con cremona, los mantelitos estampados, las sábanas colgadas, los vestiditos de líneas despojadas y colores gastados…

A través de un lenguaje físicamente potente –con base en técnicas como el flying low y el passing through-, al tiempo que, por momentos, blando y lírico, y un intenso trabajo de partenaire entre las distintas Olgas, se presenta, más que una historia argumental como tal, un cuadro impresionista en colores pastel que dispara un retrato: una mujer que, a fuerza de una ingenuidad poderosa y una ternura contagiosa, ha descubierto algunas verdades y que, lejos de saberlas, las vive en plenitud. Una plenitud que se cuela en cada movimiento y el sentido que convoca y que, por más cursi que suene, llena el alma de quien se acerca a conocerla.

Cada "Olga" es una faceta en un diamante que se va puliendo en escena. Foto: Cuenta Nueve.

Cada «Olga» es una faceta en un diamante que se va puliendo en escena. Foto: Cuenta Nueve.

Opera Prima

Natalia Mussio, bailarina, y Sebastián Iglesias, actor, son madre y padre de esta criatura bella que es “Olga Filomena”, y que es la primer obra de Compañía Soga, la agrupación que nació en su seno. Ambos son miembros, a su vez, de uno de los grupos más exitosos de los últimos años, “El Choque Urbano”, de Analía González, y Natalia también de la CEM (Compañía en Movimiento), a cargo de la misma coreógrafa. Este es su primer emprendimiento independiente.

Sebastián cuenta los orígenes de esta idea: “Yo soy un fanático del escritor Pablo Ramos; leí una trilogía compuesta por ‘El origen de la tristeza’, ‘La ley de la ferocidad’ y ‘En cinco minutos, levántate María’, que es de donde se transcribieron los textos usados en la obra y que ofició también de inspiración. Teníamos ganas con Naty [Mussio] de formar una compañía, así que estábamos buscando algo que decir. Ella hacía mucho venía queriendo contar algo sobre el mundo femenino”. Natalia completa la historia: “Viví mucho tiempo en México y en la compañía en que bailaba pude hacer un proyecto independiente y fue entonces que empecé a desarrollar una obra que encerraba esta temática. Cuando decidimos comenzar en esto, pensamos en una mujer importante, que hubiera tenido una historia de vida fuerte. Finalmente terminó siendo Olga Filomena, que es mi mamá. No es su vida, pero sí está inspirada en ella. Reponemos una forma de ver la vida. Ella tuvo una historia muy fuerte: nació en Chaco, muy humilde. Finalmente fue muy fácil trabajar teniendo una historia tan sólida”.

Cuentan que, reunidas las trece chicas integrantes de la compañía, comenzaron un trabajo de reconocimiento de la protagonista en cuestión. Fue a través de entrevistas que se dieron las primeras ideas del personaje que se describe en la obra. “Es una persona muy simple, muy fuerte, pero también parece muy débil, de una gran ingenuidad. Olga Filomena trata de reflejar la sencillez de una persona”, comenta Sebastián.

Tiempo de trabajo

Sorprende verdaderamente en la interpretación la verosimilitud del trabajo: cada Olga parece desbordar el espacio escénico con su presencia. Olga fluye así y va creciendo a través de las interpretaciones que la corporizan con transparencia y frescura, lo cual contribuye a la solidez del desarrollo. “Buscamos el personaje en cada uno y pudimos comprender que todos tenemos algo de Olga”, asegura Sebastián.

“Para nosotros, fue muy importante construir a Olga a partir de lo que cada una de las chicas traía. Qué de Olga ellas podían encontrar en sí mismas y que cada una trabajara desde ahí. Ellas crearon junto a nosotros la obra. La hicimos todos. Siempre con una dirección clara, pero también con mucha libertad para ellas para poder encontrarse también como bailarinas y desarrollarse”, agrega Natalia, quien también es docente de Lyrical Jazz –hoy en Portón de Sánchez-.

Y Olga es hoy también Soga. Casi un sinónimo. Olga se desprende de una lógica de equipo, una amalgama perfecta entre sus integrantes que creció también en el proceso de apropiarse de su historia. “Cada una podía encontrar su Olga. Teníamos referentes en nuestra vida o en nuestra historia personal que en algún punto se asemejaban a algún aspecto de Olga, cuyo recuerdo nos permitió que ella fuera un poco más nuestra. Si bien la historia de la mamá de Naty es muy personal y diferente, cada una podía encontrar algún dato con el cual relacionarse. Comparamos nuestras historias, las compartimos. Yo la encontré también en mi propia experiencia, viniendo yo misma del interior [La Pampa]. Olga fue encontrar mi lugar. Es muy difícil venir a Buenos Aires, formarse y encontrar un grupo que te acompañe, que te de libertad, que tenga su espacio, poder crecer y concretar un proyecto. Eso fue Soga también: un lugar de encuentro, de ensayo, de búsqueda. Se construyó un grupo humano muy lindo, compartimos más que ensayos. Cosas que finalmente también hacen al producto final”. Así lo describe Juliana González Carreño, una de las Olgas, una intérprete especialmente magnética, y, no por nada, asistente de Natalia en sus clases.

“En la Compañía Soga cada integrante no es un número más, sino que cada persona tiene un vínculo muy fuerte con el resto y una razón para estar allí. Se llama así porque una soga depende de muchos pequeños hilos. Cada uno de nosotros es un hilo que forma esa soga fuerte y resistente”, completa Sebastián.

Compromiso artístico y sensibilidad fueron las características de los hacedores de esta bella obra. Foto: Cuenta Nueve.

Compromiso artístico y sensibilidad fueron las características de los hacedores de esta bella obra. Foto: Cuenta Nueve.

Danza-teatro

Para lograr la autenticidad atrapante que recorre el movimiento y cada ligero gesto, cuentan Natalia y Sebastián que trabajaron tanto desde una propuesta de dramatización suya, así como también con el material resultante de improvisaciones teatrales de las mismas chicas. Fue de ese entramado que surgió la coreografía y el reparto de las escenas entre las integrantes de la compañía según las improntas proyectadas por cada una. Asimismo, trabajaron bajo la premisa de la investigación del propio lenguaje kinético: “La propuesta es investigar y trabajar entre todas un lenguaje de movimiento, basado en conocer el cuerpo, qué parte mueven, cómo y por qué desde las propuestas de cada una. No sólo se trata de marcar unos pasos para que ellas los realicen. Eso también está, pero como puntapié para continuar un trabajo de auto-conocimiento e investigación corporal. Pretendemos el desarrollo de un lenguaje”, asegura Natalia.

Juliana agrega que el siguiente momento fue elaborar la conexión entre ellas, tan cara también a esta obra: “Si bien la idea fue trabajar una búsqueda personal en cada una, el paso siguiente fue ver cómo nos conectábamos entre nosotras luego de esa conexión fuerte con nosotras mismas. Estaba ese doble juego de cómo volver a un lenguaje en común, sin que eso impida que siga vivo lo propio”.

Foto: Cuenta Nueve.

Foto: Cuenta Nueve.

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Un viaje, a través de Olga, junto a Compañía Soga, a esos datos esenciales, básicos de la vida que, finalmente, son los que importan. 

Cuándo y dónde: Domingos 18 y 25 de mayo, a las 18 en Espacio Viceversa (Gorriti 5839)  -> Más info en Calendario