«Daimón», de Luis Garay | Por Claudia Groesman

En la obra «Daimón», dos deportistas, una atleta y la otra boxeadora, cumplen una tarea que desborda el sentido de su entrenamiento riguroso para entregarse al combate verdadero con las fuerzas indomables que atraviesan y moldean sus cuerpos. En esa tensión se organiza el ritmo preciso e hipnótico de la danza, como un ritual de pasaje bajo la tutela del daimón, el que asegura el tránsito entre lo humano y lo divino al preservar el misterio de aquello que no se da a ver pero que sin embargo requiere de una entrega absoluta.

sábado, 19 de agosto de 2017 |

Por Claudia Groesman (*)

Uno de los significados que la sacerdotisa Diotima le adjudica al amor en el Banquete de Platón es el de daímon, o divinidad intermediaria entre los hombres y los dioses. El poder de los daímones consiste en  “interpretar y transmitir a los dioses los asuntos humanos y a los humanos los divinos, de unos los ruegos y sacrificios y de otros los órdenes y las retribuciones a los sacrificios, y por estar en el medio de ambos, completan el puente, de modo que el todo se une consigo mismo.”[1]En República y en Fedón, el sentido se completa al caracterizar a los daímones como aquellas divinidades menores “que acompañan a cada hombre para verificar que se cumpla el destino que eligieron antes de nacer”[2] Esta idea de destino como elección y marca de nacimiento refuerza el sentido original  de aquello que nos impulsa a ser en la medida en que lo encarnemos ya que si lo ignoramos  perderemos la conexión con lo que nos es más propio, es decir, aquello que se nos revela como designio, que le da forma a nuestras fuerzas y sentido a nuestra vida.  Daímon parece vivir en nosotros pero conservándose extraño, tal es el misterio que envuelve lo que nos determina a la vez que nos desapropia y provoca una comunión entre desconocidos. Daímon nombra lo innombrable, lo que no puede ser dominado y que nos transfigura, no tanto porque obnubila el pensamiento  sino porque exhibe en nosotros su poder: el éros o impulso amoroso capaz de desmontar las separaciones,  las clasificaciones y los órdenes de todo tipo.

En Daimón de Luis Garay dos deportistas, una ex fisicoculturista y actual atleta de CrossFit, y la otra boxeadora profesional, son convocadas a dar cumplimiento a una ceremonia que nos remite al culto del cuerpo en un tiempo sin dioses, pero que anhela retornar a ese ritual de pasaje en donde la superación física añora una voluntad de trascendencia, por fuera del reconocimiento y del éxito como valores que ciñen la voluntad al yo.

Foto: Gentileza Luis Garay

Foto: Gentileza Luis Garay

La música

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En medio de la penumbra la música instala una escena de escucha. Nos pide que escuchemos por intervalos de silencio los sonidos del repiqueteo ligero y preciso de los pies de la boxeadora,  de sus respiraciones cortas que se vuelven el canto áspero de quien lucha con su propio fantasma sobre un altar minimalista, similar al cubo del ring de box. Se trata de un  cubo cuya estructura giratoria se emplaza en el espacio y cuyo movimiento produce un paisaje hipnótico pero en donde el motor no es inmóvil sino un cuerpo real, el de la atleta,  atado a una soga que envuelve a su vez el cubo, y lo hace girar aplicándole  una fuerza de empuje. 

El aire alrededor se hace eco y nos devuelve a los cuerpos de las deportistas que parecen perder su forma para contornear  esa masa vibrátil que produce la máquina sonora, y que los convierte en máquina humana caracterizada por  movimientos regulares con una economía energética que los vuelve leves, aptos para una danza simple y precisa.
La clave de Daimón consiste en la experiencia del tiempo, en donde la repetición de los movimientos cortos y percusivos de la boxeadora, al combinarse con el movimiento cíclico y circular del cubo producido por la manipulación de la atleta, producen “la estructura vital de la obra”[3], de tal manera que nuestros cuerpos integran en un mismo fraseo respiratorio el largo aliento por el esfuerzo sostenido que exige rotar el cubo,  y el  pulso rápido, ágil  y entrecortado de la lucha.

La escultura móvil

El cubo produce un aislamiento de los cuerpos[4]. Es una especie de altar sin encanto más que su imponencia en el espacio, que circunscribe su acción al hecho físico de su estar ahí, despojándolos de su historia. Hay una co-pertenencia entre los cuerpos y el cubo, como si fuera un centro generador de vida que construye la imagen de esos cuerpos únicos, pero también una base de operaciones que los vuelve esculturas móviles sin referencia  a nada más que a sí mismas.
¿En qué consisten esas operaciones y cómo enumerarlas?:
a) la sustracción de toda ilusión representativa,
b) la descontextualización de los cuerpos de su hábitat (el gimnasio, el ring, las exhibiciones de competencia deportiva) y su recontextualización escénica,
c) la transformación de los cuerpos, por obra del aislamiento, en el lugar mismo del combate (contra nadie y por nada),
d) la escenificación de la perseverancia y la obstinación de los cuerpos por sostener  el esfuerzo en el tiempo, como un ritual de sacrificio moderno ( ¿a quién invoca, qué convoca?)

Foto: Gentileza Luis Garay

Foto: Gentileza Luis Garay

Por una economía del derroche

En su ensayo La noción de gasto dice Bataille: “En las representaciones intelectuales que están vigentes, el placer, se trate de arte, de desenfreno admitido o de juego, se reduce en definitiva a una concesión, es decir, a un entretenimiento cuyo papel sería secundario. La parte más apreciable de la vida se plantea como la condición-a veces incluso como la lamentable condición-de la actividad social productiva.”[5]
Si el lugar del arte es compensatorio respecto de la economía del intercambio basada en el cálculo, en la administración del costo y del beneficio  y en la racionalización de las fuerzas productivas, dejando vacante ese espacio de “desenfreno admitido” para que su satisfacción esté delimitada en tiempo y espacio, queda restringido a la categoría de  entretenimiento. Con la noción de gasto Bataille hace una apuesta más radical liberando  las actividades que llama “improductivas” del lastre de equilibrar aquello que no puede ser reabsorbido por el sistema productivo. La poesía sería un término “que se aplica  a las formas menos degradadas, menos intelectualizadas, de la expresión de un estado de pérdida” y como tal “puede ser considerado como sinónimo de gasto: significa en efecto, de la manera más precisa, creación por medio de la pérdida. Su sentido es entonces cercano al sacrificio[6]
En un escenario desmontable y vacío las deportistas realizan su ritual despojado, una escena sacrificial de nuevo tipo fuera de la competencia cuantificable en el uso del tiempo y en la administración de su fuerza al servicio de la victoria. La exhibición de sus cuerpos como el lugar del combate por nada y contra nadie despliega la acción verdadera de fuerzas indomables y desconocidas. Porque ¿qué hay en la oscuridad si no es esa mezcla de ansia y miedo que  amenaza con desdibujar los propios límites, y cómo recuperar las visiones deseosas que en medio de la noche enmascaraban el miedo?

Referencias

[1] Platón: Banquete. Trad. y notas: Claudia Mársico, Buenos Aires, Miluno, 2012, pp 222,223.

[2] Platón: Banquete: Idem, nota 63, p.222

[3] John Cage refiere a la danza y a la música como artes del tiempo, y su construcción que divide esa extensión temporal en frases que forman partes, en la estructura rítmica de cada obra. Según el músico la gracia es el contrapunto de la claridad de la estructura, y su relación mutua es la que determina la vitalidad de la obra, es decir, el modo en que cualquier persona del público “respira” con ella. Cage, J: Silencio. Trad. Marina Pedraza, Madrid, Árdora ediciones, 2002.pp 90,91.

[4] Gilles Deleuze refiere a la idea de aislamiento en las obras del pintor Francis Bacon,  para conceptualizar la noción de Figura y diferenciarla de la figuración. Deleuze, G: Francis Bacon. Lógica de la sensación, Madrid, Arena Libros, 2002. Cap 1: “El redondel, la pista”, pp 13-18.

[5] Bataille, G: La conjuración sagrada, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008, p 113

[6] Bataille, G: Idem, p 117

Ficha Técnica

Daimón Sala TACEC, Teatro Argentino de La Plata

Performers: Karen Carabajal, Valeria Fontán Investigación: Julieta Massacese

Diseño de escena: Luis Garay y Vanina Scolavino

Colaboración conceptual y artística: Vanina Scolavino

Diseño de luz: Sylvie Melis

Asistente de iluminación: Marisol Santaca

Diseño sonoro y música: Guillermina Etkin

Coreografía: Karen Carabajal, Valeria Fontán y Luis Garay

Producción general: Rocío Mercado

Asesor de vestuario: Ignacio D´Amore

Realización: Nicolás Panasiuk

Asistentes de construcción: Nahuel Núñez, Iván Rubertelli y Sebastián Delamatta

Dirección general: Luis Garay Sala TACEC.

Teatro Argentino de La Plata 27,28,29 y 30 de julio de 2017

(*) Claudia Groesman es profesora de filosofía. Dirige el Laboratorio conceptual: Pensar Danza y el proyecto de escritura Tríptico Crítico. Coordina clínicas para proyectos artísticos, académicos y clínicas pedagógicas para docentes de arte que trabajan con niños. Es directora del Proyecto Entre, con el que recibió subsidios de Prodanza.