La Wagner: entre la violencia y la belleza del cuerpo femenino

Por Estefanía Lisi Al ingresar a la –renovada, luego de fuertes disputas políticas y…policíacas- Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, me embriaga una humareda artificial muy potente. Me pregunto cuál será el motivo de este recurso escenográfico en un espacio moderadamente reducido, incluso cuando “La Wagner” de Pablo Rotemberg aún no ha comenzado. Estoy […]

jueves, 03 de octubre de 2013 |

Por Estefanía Lisi

Al ingresar a la –renovada, luego de fuertes disputas políticas y…policíacas- Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, me embriaga una humareda artificial muy potente. Me pregunto cuál será el motivo de este recurso escenográfico en un espacio moderadamente reducido, incluso cuando “La Wagner” de Pablo Rotemberg aún no ha comenzado. Estoy por presenciar una de las 8 funciones que el grupo, integrado por Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola, ofrecerá como primera etapa, finalizada el domingo 29 de septiembre, y cuya segunda entrega está reservada para principios del próximo año.

Suavemente, comienza a abrazarme el ambiente: la música clásica, a cargo del compositor del título, Richard Wagner, un único foco de luz muy tenue en el centro del escenario, y aquella neblina iluminada, bailando con la melodía a un ritmo muy lento, escenografía que hace justicia a la formación cinematográfica de Rotemberg. Y así, entre tinieblas, ingresamos en la pregunta respecto de la figura tan genial como aterradora del músico: a colación de la conmemoración de los 200 años del nacimiento de Wagner, es que el coreógrafo indaga en qué hay del Wagner horrible –ese antisemita cuya obra fue incluso ensalzada por Hitler y usada en los campos de concentración al ritmo de la muerte y la tortura- en la belleza y la importancia estética de sus piezas y qué sucede cuando la violencia a la que se subsume oscila entre el placer y el horror: un decible que empieza a vagar en los límites de su anclaje semántico y cultural. Emerge así un trabajo que se desarrolla en los bordes de toda legitimidad aceptada y aceptable en relación a las posibles relaciones entre el arte y la biopolítica: ¿cómo opera socialmente aquel arte -la música- cuando se pone al servicio de la legitimación de un mecanismo político-estructural destructivo de los cuerpos? Como es la metiér de Rotemberg, fue a investigar esos límites de lo decible, caminando en una cornisa. Sus cuerpos se mueven en tanto tomados por sus sexualidades exasperadas y violentadas, un tópico ya tratado por él en la exitosa “La Idea Fija”.

Ensayo. Foto: Gentileza Rotemberg.

Ensayo. Foto: Gentileza Rotemberg.

Resulta que la agresividad se integra en esa melodía que es endemoniada, horrible y bella. Rotemberg escenifica, una vez más, una disputa por el sentido –una batalla eminentemente política–: la música contribuye, entonces, a la elaboración de un cuerpo sufriente y bello y es en su mostración necesariamente “exhibicionista” que estallan las capsulas de los anclajes significantes habituales.

***

Los espectadores miramos hacia adelante, esperando que las intérpretes aparezcan en el escenario. Pero al girar la cabeza, encuentro que ellas se van deslizando por un pasillo. Acompañadas por una luz muy cálida, que baña sus cuerpos desnudos y cubiertos únicamente por rodilleras y zapatillas blancas de lona, mantienen un ritmo idéntico y casi robótico. Observan con la mirada perdida, la nada, parecen víctimas de hipnosis, mientras el tempo de la melodía las moviliza.

En escena. Foto: Estefanía Lisi.

En escena. Foto: Estefanía Lisi.

Cuatro cuerpos toman entonces posesión del escenario, donde se yerguen cuatro sillas confeccionadas con cinturones.

La obra se lleva a cabo a través de varios actos.

Los cuerpos se exponen. Aquellos cuerpos, inocentes en una primera impresión, serán luego salvajemente violentados, ultrajados y sometidos a los deseos de la música de Wagner, que, al decir de Nietzsche, gozaba de un tinte afeminado (de allí el nombre de la obra).

La desnudez se convierte en sexo y el sexo es puesto en medio de una forcejeo, un juego moral entre el bien y el mal. Movimientos fuertes, caídas y rebotes en el suelo, contracciones pélvicas lentas y aceleradas, saltos desde las sillas y golpes auto-infligidos, en una aparente búsqueda de disciplinamiento. Enrojecimientos e inflamaciones en la piel. Clítoris erectos, en un disfrute desinhibido. Y la dominación. Un super-yo enfurecido emerge para “poner cada cosa en su lugar”. Un super-yo que castiga hasta violar. Advienen sometimientos cíclicos. Castigo. Violencia. Placer. Castigo. Placer. Castigo. Castigo. Violencia. Placer. Cuerpo social. Cuerpo mío. Cuerpo nuestro. Cuerpo feliz. Cuerpo infeliz. Y Wagner. Un Wagner monstruosamente femenino que contextualiza un rodeo infernal, en el que opera como catalizador.

Y caen preguntas: ¿Hasta dónde puede llegar a soportar un cuerpo? ¿Cuál es el valor que socialmente se le da? ¿Por qué la discriminación, la manipulación, a veces, el desprecio por el cuerpo?

Lo obsceno es protagonista para reflexionar sobre aquellos límites de lo decible, lo exhibible, lo intraducible, la verja tan liviana entre el placer y el dolor, entre el placer y el castigo. Las violencias que aparcan en cada clítoris.

Y la belleza aparece, no obstante, aún cuando las intérpretes se encuentran agotadas y golpeadas, así como la belleza en la música de Wagner nunca terminó de irse. Un mar de dudas.

La oscuridad se ciñe sobre ese humo artificial que suaviza, paradójicamente, la desnudez de los cuerpos. Esta endeble armonía final me conduce a un también paradójico aplauso. Imagino qué otros confines oscuros se podrán tocar en una segunda etapa. Quizás la mejor respuesta a esta obra sea una caminata silenciosa en el regreso a casa, un descenso reflexivo a los confines del miedo y del amor.

Ficha técnica

Elenco: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola/ Escenografía: Mauro Bernardini/Vestuario: Martín Churba/Iluminación: Fernando Berreta/Edición y arreglos: Jorge Grela/Sonido: Guillermo Juhasz/Producción ejecutiva: Mariana Markowiecki/Asistente de producción: Angela Carolina Castro/Coreografía: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza, Carla Rímola y Pablo Rotemberg/Asistente de dirección: Lucía Llopis/Dirección: Pablo Rotemberg